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Arte

Luis Paret, el maestro más desconocido del Prado

El museo dedica una excepcional retrospectiva a este gran maestro, considerado el «Watteau español»

Obras de Luis Paret en el Museo del Prado
Obras de Luis Paret en el Museo del PradoBAZTÁN LACASA, JOSÉBAZTÁN LACASA, JOSÉ

Lo comentó Javier Solana, presidente del Real Patronato del Museo Nacional del Prado, en su inauguración: “Es el artista español del siglo XVIII que más merecía una exposición de gran envergadura como la que ahora se inaugura”. Y posiblemente estaba lleno de razón. Luis Paret, que nació en 1746 en Madrid y falleció en 1799, un año antes del cambio de siglo y de que sobrevinieran sobre España un sinfín de calamidades y desgracias, representa un artista singular, pero notable; insólito, pero original, dentro del espectro artístico de esa época en nuestro país.

Tildado por muchos como el «Watteau español», este creador, que vino dotado con las señales claras que definen a los artistas, abrió una senda propia con una pintura de un vistoso colorido y una mirada personalísima que tuvo el acierto de asentarse en elementos, temas y asuntos que pasaban desapercibidos para sus contemporáneos. El Museo del Prado le dedica estos días una amplia retrospectiva, la primera de toda su historia, que repasa cada una de las facetas y etapas que recorrió a lo largo de su carrera y que concluyó de manera precipitada antes de tiempo.

Su semblanza deja el reflejo de una vida intensa, productiva y salpicada, también, por algún pormenor o lance inesperado: su amistad con el infante don Luis desembocó en una dolorosa situación para él. Acusado de satisfacer los caprichos del descendiente real y de procurarle mujeres, el monarca, Carlos III, decidió darle un imprevisto escarmiento y enviarlo a un agrio destierro. Permaneció en Puerto Rico durante tres duros inviernos hasta que regresó en 1778, ya con una lección aprendida.

Esta muestra, comisariada por Gudrun Maurer, conservadora de Pintura del siglo XVIII de la pinacoteca, reúne de manera excepcional más de ochenta obras, entre las que están algunos de sus mejores y más destacados cuadros, y una oportuna selección de dibujos que revelan su pericia para el trazo y el esbozo rápido desde esta cartografía del apunte inmediato.

El recorrido de la exposición, que ha contado con el apoyo de la Fundación AXA, está dividido en nueve secciones y arranca con la oportuna comparación de uno de los dibujos que realizó en sus inicios con la primera pintura documentada que existe de Francisco de Goya, que vino al mundo el mismo año que él. De hecho, es un lugar común de la bibliografía y la historia establecer una comparación entre la evolución de estos dos grandes maestros que, a pesar de coincidir en el tiempo, condujeron sus carreras y gustos por senderos tan dispares y particulares. Es indudable que el genio de Fuendetodos acabara eclipsando su nombre, pero también, quizá, de una manera injusta, porque Luis Paret presenta virtudes y miradas que no merecían tan injusto y aciago destino.

Un artista singular

Él, a diferencia de Goya, era un hombre de extremados refinamientos,una cultura holgada, proclive a entender los caminos que abría la ciencia y un amigo fiel de los cenáculos intelectuales más refinados de la burguesía emergente de aquella época, algo que respondía muy bien a su sangre francesa, que había recibido por parte de su padre. Era una persona que encontraba deleitación en el buen gusto, como se desprende de sus óleos, y que tampoco iba mermado o escaso de imaginación o inquietudes para emprender la ardua friega que siempre supone abordar géneros pictóricos pocos transitados o que apenas estaban desarrollados en nuestro país.

Con esta predisposición, involuntaria o reflexionada, decidió, por extraer un ejemplo, dedicar parte de sus obras al paisajismo, tan descuidados por nuestros lares en la segunda parte del siglo XVIII. El reflejo de este interés son las nueve vistas que ejecutó durante su estancia en el País Vasco. Un conjunto que reflejan también el espíritu de su tiempo, porque no son solo un vigoroso estudio de la naturaleza que contemplaba, sino también un estudio de las actividades que se llevan a cabo en los puertos y las escenas que encuentra en los alrededores del mar.

La exposición, donde pueden apreciarse pinturas de relevante importancia, como «Baile en máscara», «La Puerta del Sol», «Las hijas de Paret», «Vista de Bermeo», «El anuncio del ángel a Zacarías», permite observar también el innato talento que poseía para dotar de matices al color, algo que despliega con brillantez en las ropas y en los matices sutiles que introduce en ellos la incidencia de la luz. Pero también se distingue, tanto en su pintura religiosa o la de carácter laico, en la disposición, gracia que proporciona al gesto, ordenación de las figuras y la elección de asuntos. Al contrario que Goya, que sigue una dirección muy española, con una paleta más oscura y ocre, reparando en las notas pesimistas de la sociedad de su época, Paret repara en lo que muchos ojos apenas concedían importancia: las revoluciones de los gabinetes científicos, en el arte parejo a la ciencia y los nuevos órdenes y costumbres que traía consigo una economía que marcaba el cambio de paso de todo un siglo.

Un pintor con muñeca de dibujante

El dibujo siempre fue observado por muchos como un mero apunte del artista. El esbozo de una idea primera que después encontrará su verdadero remate en un óleo, un fresco, en un lienzo o en las alturas sobrecogedoras de una bóveda. El tiempo ha ido revalorizando la obra en papel, igual que se ha ido apreciando lo fragmentario o los trabajos sin un aparente remate. La razón es sencilla. Primero, en estos trazos, en ocasiones, hay más cuidado por parte del artista de lo que pueda suponerse en una primera instancia. Segundo, a veces, lo que puede parecernos como algo sin trabajar encierra un interés insospechado porque ofrece la oportunidad de apreciar la genialidad del artista. Este dibujo de Paret, este «Nigromante, que el Museo del Prado muestra en la primera retrospectiva que la pinacoteca dedica a este pintor, es un ejemplo de la destreza de su muñeca. Es una oportunidad para observar cómo en unas sencillas líneas puede ofrecer una escena de enorme complejidad pictórica, pero glosada o resumida en un dibujo rápido. Luis Paret, que tuvo el oportuno gusto de apartar su mirada de los temas más extendidos y que más atraían a sus contemporáneos, lo que da una clara señal de aspirar a cierta originalidad en los asuntos que aspiraba a retratar, reparó en otras esquinas de su sociedad, como los gabinetes científicos. Con este dibujo, deja la impresión de que tampoco ignora lo que luego se llamó la «España negra». Refleja a un alquimista y al sueño de convertir el plomo en oro. Pero se puede interpreter como una alegoría de un país que cree más en los milagros que en la ciencia.