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Cortázar: salvado por un perro con historia

El gran historiador fallecido hoy tenía un perro, Viator, por el que dejó de cambiarse de acera cuando veía a otros por la calle, y por el que lloró como un auténtico chaval cuando cruzó el arco iris
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  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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Hoy no tengo palabras. La muerte de Fernando García de Cortázar me pilló desprevenida. Era de esas personas cuyos mensajes recibía con alegría cada cinco o seis días. Siempre teníamos algo que comentar y compartir, y más desde que hace casi dos años me confesó que cuando era cincuentón descubrió la fidelidad y lealtad de los perros con el hombre gracias a Viator, un chucho de los muchos que acaban abandonados en una cuneta, que agarró el corazón de este erudito historiador y jesuita y nunca lo soltó. Nuestra amistad comenzó en los momentos más cruentos del terrorismo, cuando no éramos capaces de pasear en solitario por sus queridas tierras vizcaínas, al principio de la década de los 20. La necesidad de ir escoltado durante años por ertzainas no le apartó ni un ápice de su lucha contra la barbarie. En silencio, con la palabra y como una hormiguita, fue uno de los grandes responsables, a su manera, de que ETA acabara derrotada.
Le preocupaba in extremis el daño que el nacionalismo estaba haciendo incluso dentro su comunidad jesuita. Y juntos perpetramos una visita a Loyola el 1 de marzo de 2001 para dar voz al padre Miguel María Sagües, un jesuita guipuzcoano que llevaba desterrado cinco años en Loyola por que se había atrevido a criticar en una carta al entonces obispo de San Sebastián, José María Setién, por no condenar a ETA. Fernando y yo maquinamos un plan para entrar en Loyola y sin levantar sospechas poder hablar con Sagües. Él se quedó en la retaguardia, y yo haciéndome pasar como una feligresa con ganas de confesar conseguí que dejaran salir a Sagües a pasear por los serenos jardines del monasterio de Loyola y rompió su silencio.
Sus declaraciones fueron explosivas contra la iglesia vasca y contra los dirigentes nacionalistas, de Arzallus, entonces presidente del PNV dijo que era un bocazas sin autoridad moral. Sus declaraciones, publicadas a toda portada de LA RAZÓN aquel 2 de marzo de 2001, corrieron como la pólvora, se hicieron eco periódicos y televisiones, entonces no había redes sociales. La primera reacción de la jerarquía jesuítica fue incomunicarlo, pero ante la presión, a los tres días no solo le levantó el destierro sino que lo trasladó a un colegio emblemático navarro, con una comunidad mucho menos nacionalista, donde vivió sereno los últimos años de su vida.
Fernando García de Cortázar siempre estaba orgulloso de que le hubiéramos “salvado la vida”, como él decía, a Sagües, enfatizaba que aquello fue un punto de inflexión en la iglesia vasca y me lo recordaba con gratitud una vez y otra también. Pero no Fernando, tú fuiste el artífice de esa heroicidad, el protagonista de un cambio en la sociedad vasca que junto a muchos otros consiguió derrotar a ETA. Tu palabra de erudito historiador nunca pasó desapercibida para nadie. Incluso para tu perro, Viator, por el que dejaste de cambiar de acera cuando veías un perro por la calle, y por el que lloraste como un chaval cuando cruzó el arco iris.
Combinó a la perfección su faceta de historiador con la de amante de los perros, que pocos conocían. Tras una visita a su amiga Regina Soltura, que pasa por ser la primera mujer retratada por Julio Romero de Torres, gran amante de los perros y que en su residencia de Neguri tenía un cementerio de sus mascotas, Fernando decidió ir poniendo en cada lápida un epitafio bilingüe en inglés y latín. Es la herencia que este historiador perruno, luchador por las libertades, nos deja hoy junto a un vacío por el que, como cuando él perdió a Viator, lloramos como chavales. Seguro que ya estás feliz con Sagúes y Viator, pero aquí estamos tristes, tu silencio es penetrante en el corazón.