“Perdidos”, la gloria y la chapuza
La serie de estos robinsones hizo historia durante cuatro temporadas apasionantes pero terminó en un empacho de argumentos y una insoportable sensación de improvisación y de viva la virgen
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Empezó en las noches de verano de La 1 (2005) y ya sabemos lo que eso significa: el escaparate de los saldos de la televisión en abierto recibía con desdén el accidente del vuelo de Oceanic 815, que dejaba varado en una isla desierta un pasaje que haría historia de la televisión. “Perdidos” (“Lost”) encumbró a J. J. Abrams al estrellato (nada menos que a dirigir las secuelas de “Misión Imposible”, “Star Wars” y “Star Trek”) gracias a una serie que, a partir de un planteamiento de la historia apasionante, lleno de misterio, dosis de literatura y filosofía y buenos personajes terminaría estrellándose con estrépito en un final desastroso que no se circunscribía al cuestionable último episodio, sino a dos temporadas finales chapuceras y bastante infumables. Pero antes de eso, ni había sido un sueño ni estábamos muertos.
La serie hacía enormes promesas, planteaba preguntas y enigmas sucesivamente. Lanzaba anzuelos que nunca recogía o terminaba de desarrollar. Primero estábamos ante una historia de robinsones donde lo importante era sobrevivir ante la apabullante naturaleza. Hacer frente a los misteriosos enemigos de la oscura selva. Organizarse para no perecer. Pronto íbamos descubriendo que los nombres no estaban elegidos al azar. Ahí estaba John Locke (sí, como el filósofo británico y su «tabula rasa»), junto a otro llamado Desmond Hume (David Hume trató de refutar a Locke sobre la naturaleza humana) e incluso aparecería Danielle Rousseau («el buen salvaje») y hasta un eremita llamado Mikhail Bakunin (que era malvado, claro), que eran todos, no por casualidad, pensadores que se preguntaron por el orden social y la naturaleza humana. ¿Somos buenos por naturaleza y la sociedad nos corrompe o es justo al revés?
Sin embargo, y a pesar de que se escribieron libros al respecto de esta supuesta base filosófica en la serie, ninguna de estas teorías se desarrollaban en la trama (como por otra parte es normal en una serie de TV comercial) y quedaban como guiños «cultos». De la misma manera funcionaban otros nombres con diferentes resonancias, como el de Richard Alpert, personaje de la serie que giñaba un ojo a su homónimo gurú del LSD o el de Eloise Hawking que remite directamente al famoso físico cuando la serie introduce sus desvaríos espaciotemporales.
Los grandes temas
Por supuesto que además tenía referencias literarias desde los mencionados robinsones y exploradores de selvas, a toda la literatura fantástica de monstruos sin rostro (el humo negro). La isla cambia de posición, aparece y desaparece en el planeta como San Borondón en la leyenda, y la ficción celebraba la literatura de forma explícita con «De ratones y hombres» o «Historia de dos ciudades» y de forma implícita también, porque, ¿cómo no ver en Desmond a bordo de su barco en la tormenta luchando por llegar a casa a una especie de Ulises, especialmente cuando su amada se llama Penny (Penelope)? El poder de los números aparentemente azarosos, las teorías sobre las sociedades perfectas (la Iniciativa Dharma), la fe y el espejismo, la comunicación con el más allá, la curación mágica y la existencia de «los otros» son temas universales que daban combustible a un argumento apasionante que no hacía más que crecer y que tampoco escapaba de la pregunta: ¿qué es esta isla? ¿qué sucede en realidad en ella? ¿dónde estamos?.
La trama se sostenía por unos personajes fantásticos que vamos conociendo a través de «flashbacks». Tienen en común que huyen de algo o arrastran una enorme carga. Tanto, que muchos pensaban que la isla era, en realidad, el purgatorio al que estos desgraciados habían sido enviados por sus pecados en busca de redención, otro de los temas universales. ¿Y si el purgatorio parece una isla del Caribe que se vuelve pesadilla? Habría estado bien. Vamos conociendo sus tormentos y aprendemos que de alguna manera todos están relacionados entre sí. Hay, pues no puede faltar, momentos de amor platónico y de amor real, y un triángulo que centra la tensión sexual. Fue, además, una serie global, en la que había estadounidenses mayoritariamente, pero también coreanos, latinoamericanos, europeos y hasta australianos. Cada historia abría una puerta, cada capítulo introducía un ingrediente, pero nunca se cerraban. Por eso, surgían las teorías, los debates en torno a los más ínfimos detalles que los creadores espoleaban con nuevas raciones de guiños y pistas falsas que no iban a ninguna parte. Siempre con la esperanza de que quedasen atados en un final milimétricamente calculado. Si buscan, todavía sigue existiendo una «Lostpedia» en un lugar abandonado de internet con muchos de estas estériles elucubraciones. En cambio, Abrams y Lindelof dejaron casi todo sin respuesta y en su huida hacia adelante, como había pocos ingredientes, introdujeron los viajes en el espacio-tiempo. El resultado fue un auténtico empacho de argumentos y una insoportable sensación de improvisación y de viva la virgen. Para muchos, fue una tomadura de pelo. Pero, a pesar de todo, había valido la pena.