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Influencers

Dormir es un negocio: si Andy Warhol levantara la cabeza...

El antiguo programador Jakey Behm llega a levantar en Tik Tok 32.000 euros solo porque sus seguidores lo vean dormir

John Giorno, amante de Andy Warhol, es el epicentro de las cinco horas y 20 minutos de «Sleep» (1963)
John Giorno, amante de Andy Warhol, es el epicentro de las cinco horas y 20 minutos de «Sleep» (1963)Andy Warholfreemarker.core.DefaultToExpression$EmptyStringAndSequenceAndHash@7594fd9f

¿Se imaginan ganarse la vida con el trabajo más fácil y placentero del mundo: dormir? Eso es lo que hacen los denominados «sleepinfluencers», una nueva estirpe de «streamers» que se han convertido en la nueva sensación de Tik Tok. El más conocido de ellos es Jakey Behm, un antiguo programador que llega a levantar la nada despreciable cifra de 32.000 euros solo porque sus seguidores lo vean dormir. Cada noche, Behm se pone el pijama y se mete en la cama en una habitación plagada de aparatos estruendosos que sus followers –previo pago– pueden activar para despertarle. Uno de los paquetes que los usuarios pueden adquirir cuesta 380 dólares y da derecho a activar todos los aparatos sonoros, despertando bruscamente al «sleeper» y llevándolo al punto del infarto. Cuanto más dinero pagas, más derecho tienes a intervenir violentamente en el sueño del «streamer» y convertirte, de esta manera, en su consentido torturador. Toda una reformulación 2.0 del sadomasoquismo de toda la vida.

Convertir el periodo de sueño –máximo ámbito de intimidad– en un evento público no es una experiencia nueva, surgida en la transmodernidad digital. En 1963, Andy Warhol realizó un experimento cinematográfico que, bajo el título de «Sleep», mostraba durmiendo a su amante John Giorno durante un total de cinco horas y 20 minutos. Cuatro décadas más tarde –en 2004–, la cineasta y artista visual Sam Taylor-Wood aprovechó el éxito deportivo y social de David Beckham para rodar el filme «David», en el que, durante 107 minutos, se observa a la entonces estrella del Real Madrid dormir y efectuar todo un repertorio de leves movimientos inconscientes. En esta invasión de la intimidad del sueño, no podía faltar la popularización de los «reality shows» y, en concreto, de un formato como «Gran Hermano», en el que sus participantes no escapan al escrutinio nocturno de unas cámaras que transforman su descanso en espectáculo.

Mercantilizar el sueño es la última fase de la capitalización de la vida contemporánea. Hasta no hace mucho, dormir constituía el único espacio de no-productividad y, por lo tanto, de resistencia al capital. Sin embargo, con la propagación de los «sleepfluencers», la voracidad económica ha alcanzado el último espacio de intimidad que quedaba a salvo de los movimientos especuladores y ha transformado el dormir en una materia altamente rentable. La exigencia de acción y de un relato atractivo ha dejado de ser una condición «sine qua non» para el funcionamiento exitoso de un determinado producto en la competitiva industria del espectáculo. No hace falta que suceda nada porque, en verdad, el solo acceso a la zona de máxima intimidad del individuo ya supone un reclamo más que suficiente como para que el espectador compre su derecho a ver.