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Crítica de “Living”: el verbo intransitivo de Bill Nighy ★★★★☆

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La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Dirección: Oliver Hermanus. Guion: Kazuo Ishiguro, según la película de Akira Kurosawa. Intérpretes: Bill Nighy, Aimee Lou Wood, Alex Sharp, Adrian Rawlins. Reino Unido, 2022. Duración: 102 minutos. Drama.
Como decía el crítico Donald Richie, “Vivir” era una película intransitiva. Es decir, en la que ese verbo capital, absoluto, reivindicaba para sí la necesidad de una existencia pura, sin más complementos directos que el compromiso con el mundo. En el que tal vez sea el más hermoso de los filmes de Akira Kurosawa, en el lejano Japón de la posguerra atómica, un funcionario abría los ojos cuando aún no era demasiado tarde para parpadear, porque cualquier parpadeo es suficiente si sirve para hacer el bien. Parece que Kazuo Ishiguro, insigne Premio Nobel, hubiera escrito este ‘remake’ como si ocurriera en un universo paralelo, simultáneo, espejado al de “Vivir”. En fin, como si el señor Watanabe y el señor Matthews existieran a la vez, en dos culturas más similares de lo que aparentan, al menos en lo que respecta a silenciar los sentimientos a través de rituales y protocolos.
Alejándose del existencialismo dostoievskiano de Kurosawa, Ishiguro entiende esa muerte en vida -es bello descubrir que el mayordomo de “Los restos del día” pertenece un poco al maestro japonés- como parte de una estructura social típicamente británica, donde la puntualidad, el silencio burócrata, el bombín y el paraguas pertenecen a una actitud genética. De ahí que “Vivir” y “Living” sean tan distintas en sus formas, empezando por la interpretación de sus actores protagonistas: así como Takashi Shimura impregnaba a su funcionario desahuciado de un tono chaplinesco, de una gestualidad hundida y un rostro que se sorprendía de su propio despertar a la vida, Bill Nighy lo encarna como un zombi herido, hablando en un susurro quebrado, luego retomando su compostura como el dandy que podría haber sido.
Eso se extiende a la propia estructura de la película: la extrema vitalidad del estilo de Kurosawa, atenta al cambio de velocidad de un muerto en plena resurrección, se rompía bruscamente en una segunda parte estática, mientras que Oliver Hermanus opta por la fluidez, la síntesis (“Living” dura cuarenta minutos menos que el original) y una elegante homogeneidad en la puesta en escena. “Living” aprovecha lo que tiene de universal la obra maestra de Kurosawa para convertirla en un Ivory de primera categoría. No hay traición sino respeto y admiración.

Lo mejor

Bill Nighy y el guion de Kazuo Ishiguro, que lleva a su terreno el impecable original de Kurosawa.

Lo peor

Que no sirva para que su público descubra o revisite la obra maestra del cineasta japonés.