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Amilibia: «Aspiro a que nadie pueda hablar de mí peor que yo»

Define su libro «Una bala para el caballo herido» como «la visita del mal, una historia de dos casi fantasmas» por la que se entrevista a sí mismo

Jesús María Amilibia / Foto: C. Bejarano
Jesús María Amilibia / Foto: C. Bejaranolarazon

Define su libro «Una bala para el caballo herido» como «la visita del mal, una historia de dos casi fantasmas» por la que se entrevista a sí mismo.

Jesús María Amilibia (Bilbao, 1943) insiste en la literatura, aunque ésta, cual amante borde y desdeñosa, no le corresponda apasionadamente. La verdad sea dicha: no ha conseguido grandes ventas ni tan siquiera los elogios de un crítico amigo después de invitarle a marisco. Nadie, ni él, se explica por qué insiste, pero ahí está. Después de aproximadamente una veintena de obras de ficción, periodismo, humor, etc., ahora se descuelga con «Una bala para el caballo herido» (Visión Libros), un diario que él mismo califica de «autobiografía bajo sospecha».

–¿Por qué bajo sospecha?

–Porque cuando escribo en primera persona, y aunque esa persona se llame Jesús Amilibia, invento, creo un personaje casi de ficción. Soy yo, pero otro yo. Eso que llaman ahora «autoficción» es desdoblamiento, transfiguración, impostura, camuflaje, híbrido. Una desconstrucción como la tortilla de patatas de Ferrán Adrià.

–Dice que «Una bala para el caballo herido» trata de la visita del mal.

–Sí, de los estragos, la humillación y las miserias de la vejez. Es una historia de dos casi fantasmas de repente enfrentados a la muerte que deambulan solos por una casa. Un desfile de recuerdos y reflexiones.

–La confesión que uno necesita hacer para quitarse un peso de encima.

–Algo así. El rito de lo cotidiano contado con urgencia. Ahí está el pánico, las vanas esperanzas, los hallazgos tardíos, los errores, los horrores, las viejas mentiras y las dudosas verdades. Y el humor, también el humor.

–¿Y por qué cree que era necesario contar su infortunio, cosa que mayormente a casi nadie le importa?

–Era necesario para mí. Pienso que quizá sólo sea necesario contar aquello que luego nos arrepentiremos de haber contado.

–Parece que le gusta hacerse la víctima...

–No, no. Yo, en todo caso, sólo soy víctima de mí mismo. Y si me trato mal no es por masoquismo, es que aspiro a que nadie pueda hablar de mí peor que yo.

–Está resentido porque no vende muchos libros...

–Mire, eso sí que me da mucha penita. Yo escribo lo que me da la gana y al personal no le da la gana leerme. Es justo.

–Pero habrá reflexionado al respecto...

–Creo que no logro un best-seller porque escribo de las miserias propias y ajenas. ¿Y quién quiere eso hoy, quién quiere ver al mono desnudo? Sólo quieren libros de autoayuda o de amores entre palmeras. Veo una sociedad infantilizada, dominada por el buenismo o en «buenrollismo».

–Está claro que no se quiere mucho.

–No me quiero nada a mí mismo.

–¿Qué lleva mal?

–La falta de puntualidad, la falta de profesionalidad, la falta de amabilidad y la falta de dinero. También la manía de muchos de leer o escuchar sólo al que les da la razón, al que piensa como ellos. Eso es onanismo mental.

–Da la impresión de que le han querido pocas y pocos...

–A mí sólo me han querido mi mujer, Ketty Kaufmann, ya fallecida, y mi perra, Fanny, también fallecida.

–Es viudo. ¿Alguna ventaja de vivir solo?

–Puedes mear sin tener que cerrar la puerta del baño.

–¿Y algún inconveniente?

–A veces me descubro hablando con la foto de mi mujer. Penoso, ¿no?

–Por cierto, ¿cómo va de su linfoma?

–En periodo de pruebas, otra vez. Estoy jugando la prórroga, así que recurro con frecuencia al VAR y al bar. No queda otra.

–No creo que el whisky sea muy compatible con la quimioterapia...

–Para mi desgracia, no lo es. Hubo un tiempo en el que pensé donar mi hígado a Escocia cuando muriera, pero ya volaron esos tiempos. Ahora las resacas son terribles, y cuesta beber pensando en lo mal que te vas a sentir al día siguiente. Así que me queda un poco de vino.

–La verdad: ¿sabe por qué sigue escribiendo libros?

–Severo Ochoa decía que se había dedicado años a investigar la vida y no sabía por qué ni para qué. Algo así me pasa a mí: sigo escribiendo libros y no sé por qué ni para qué.

–Presiento que sigue viviendo en la duda...

–Permanentemente. Siempre digo: esto es lo que pienso yo, pero seguramente estaré equivocado. O también: puede que mañana diga lo contrario.

–Los críticos no le hacen ningún caso...

–Si fuera crítico, yo tampoco le haría caso a un libro de Amilibia. De todas formas, agradecería mucho más que me hiciera caso Susanna Griso.