Ángel Buquerín: «En la política, como en los toros, no te puedes fiar de los mansos»
«Breve historia de una señorita española» (Imágica Ediciones) refleja el declive de las relaciones personales durante los cinco años de paz que tuvo la Segunda República.
«Breve historia de una señorita española» (Imágica Ediciones) refleja el declive de las relaciones personales durante los cinco años de paz que tuvo la Segunda República.
Ángel Buquerín es racional e intelectualmente republicano. Sin embargo, cree que República es un término muy prostituido y que España no está preparada para una tercera. Se ha remontado a junio de 1931, a la inauguración de la plaza de toros de Las Ventas, para contextualizar su cuarta novela, «Breve historia de una señorita española» (Imágica Ediciones). En el libro, que abarca hasta 1936, refleja la decadencia de las relaciones personales durante un lustro inundado de fervor. El fraudulento juego del estraperlo sirve como hilo conductor de una trama en la que una joven se enamora del ahijado del entonces presidente del Gobierno, y donde se aborda una época algo desconocida como es la de la proclamación, el auge y las causas de la caída de la Segunda República.
–¿Cómo debe escribirse sobre el pasado en el presente?
–El españolito del 18 de julio no tenía ni idea de lo que pasaría el 19. Nos atrevemos a juzgar a la gente de aquella época tomando como base lo que conocemos ahora, cuando en realidad ellos tomaban las decisiones en función de lo que hubieran vivido hasta ese momento. No soy nadie para opinar sobre quienes vieron bien, o mal, el levantamiento militar. Sin embargo, en los foros te tiran los trastos a la cabeza, digas lo que digas.
–Hay opiniones para todos los gustos.
–Una parte de la población todavía dice que la Segunda República fue un paraíso de paz, libertad y democracia. Otros, en cambio, defienden que fue un periodo de anarquía y violencia anticlerical. Saltan a la yugular, por eso hay que tener tanto cuidado al hablar y dejarlo todo clarito.
–¿Qué cree usted que pasaría si se proclamara la Tercera República?
–La Primera fue una merienda de negros en la que todos estaban en guerra contra todos. ¿Por qué demonios se atreven a reivindicar la Segunda, cuando en apenas cinco años se consiguió que la mitad de los españoles quisiera sacar los ojos a la otra mitad, y viceversa? República es un término muy prostituido. República es Francia, pero también Corea del Norte. Yo soy aún de los románticos que asimilamos república a democracia, aunque eso no es verdad. En España no estamos preparados para una Tercera República, por mucho que algunos la defiendan.
–¿Por qué cayó la Segunda?
–Había más convicción democrática en el 31 que en el 36, todo fue a peor. Las democracias estaban pasándolas canutas y los totalitarismos, en auge. Se produjo un bestial incremento del odio entre españoles. Y el golpe de Estado de Franco, que en realidad fue de los militares, supuso la chispa que lo prendió todo. Sin duda, el odio fue el causante de la Guerra Civil.
–¿Está nuestro sistema democrático en crisis?
–Están en crisis los valores. Cuando empiezan a ser más importantes los nacionalismos y la conciencia de clases... mal vamos. Quieren democracia real, pero, ¿qué es la democracia real? Porque los que hablan de estos términos solo reconocen que hay democracia si se hace lo que ellos dicen. Vivimos años convulsos porque nos parece que tenemos poco y porque hay agitadores profesionales en todos los terrenos. Ninguna de las democracias más maduras y desarrolladas aguantaría la prueba del algodón del concepto actual.
–Pasan los años, pero los toros y la política continúan centrando muchas de nuestras conversaciones...
–No soy aficionado a los toros, aunque tampoco soy antitaurino. En aquella época, los toros eran más importantes que el fútbol y protagonizaban las conversaciones en las tabernas.
–¿No hay más animales en la política que en las plazas?
–(Risas) Sí. Y como en los toros, no te puedes fiar de los mansos.
–¿Qué tiene usted de torero?
–A veces doy largas cambiadas. Pero me han toreado más veces de las que he toreado. Y no soy de los que embisten.
–¿Qué debería tener en cuenta una joven que se enamore del ahijado de un presidente?
–Que se está metiendo en un lío. Pero el amor es ciego y sordo. Y tampoco entiende de clases.
–¿Había más fervor en el Madrid de 1931 que en el de ahora?
–Sí. Cada partido tenía su propio periódico, había cabeceras a patadas. Las conversaciones de taberna eran como el Facebook y sus «fake news», que corrían de boca en boca.
–¿Sigue habiendo anhelo de libertad?
–Tenemos toda la libertad de la que podemos hacer uso de manera racional. Si vamos más allá, podemos caer en el libertinaje. Es mi punto de vista, por el que a veces me llaman carca (risas).