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Pensar hoy con los clásicos:

Aristóteles: la plenitud humana o cómo vivir bien

Fue el gran maestro de la ética de la virtud individual, que desarrolló para su hijo y que ha pasado a la posteridad como guía universal del conducta para el ser humano

«Retrato de Aristóteles», de Joos Van Gent, en torno a 1475
«Retrato de Aristóteles», de Joos Van Gent, en torno a 1475La Razón

Cierto es que Aristóteles es el padre del mundo moderno y sin él no hay ciencia, ni ingeniería ni inteligencia artificial, desde luego. Pero no hay que dejar de lado que el Estagirita, maestro a la sazón de Alejandro Magno, el hombre que cambió el mundo, fue sobre todo célebre por lo que nos enseñó sobre cómo vivir bien, cuál es la finalidad del ser humano, y qué horizonte colectivo podemos esperar para realizar nuestro potencial. Es decir, entre otras muchas cosas, y aparte de metafísica, física, lógica y literatura, fue el gran maestro de la ética para toda la posteridad. Continuando una inveterada tradición del pensamiento griego, Aristóteles desarrolla el debate sobre los géneros de vida y anticipa las visiones sobre la manera de vivir bien que luego se verán en la filosofía helenística. Se trata del maestro de la ética de la virtud individual en el marco de la virtud colectiva. Conocido por su ética sistemática que compone para su hijo en primer lugar, Aristóteles establece que todos buscamos la felicidad como comportamiento básico y finalidad del ser humano.

Si los estoicos hablan de cumplir nuestra misión y los epicúreos del placer del conocimiento, antes de todos ellos, Aristóteles se alza como precursor con las claves para la felicidad o eudaimonía: se trata de alcanzar, ante todo, nuestra finalidad natural, el “telos”, en la teleología que inspira todo el pensamiento aristotélico, desde la zoología a la política, de la que hablaremos algún otro día con más en detalle. Aristóteles inaugura, en su obra ética, la escuela para vivir bien en el sentido clásico de la “eudaimonía”, una palabra que denota la felicidad o el “buen genio” que vela por una vida plena, o del “eu zen”, esa idea de vivir en plenitud humana, tanto en lo individual como en lo colectivo, que aparece como misión vital de las personas en Aristóteles. Y es que no hemos nacido para otra cosa sino para cumplir nuestras potencialidades y llegar a una realización completa en una vida feliz: la regla básica de Aristóteles, el ser en potencia que se convierte en ser en acto. Es curioso que la palabra felicidad sea esta en griego: no es la “makariotes” de los dioses bienaventurados, sino una más modesta “eudaimonía” que tiende a una serenidad cabal bajo el signo de lo razonable (pienso que cada idioma le da un matiz a lo que significa la felicidad, desde el azar de “Glück” al suceder de “happiness” o al momento perfecto de “bonheur”, por no hablar de nuestra fértil “felicitas” latina)

Esta plenitud virtuosa o “areté” se obtiene cuando el hombre cumple su función (“ergon”) propia y se encamina hacia la finalidad (“telos”) que le está destinada en cuanto tal, que, en virtud de la actividad racional, que no es otra que ser feliz: hay una sabiduría práctica que le asiste en el buscar la virtud en el justo medio y un intelecto superior (“nous”) que llevará al hombre a cumplir a la postre su fin último. El impulso intelectual que conduce a esta felicidad está directamente relacionado con el ideal de la vida contemplativa (“bios theoretikos”) o teórica. La eudaimonia como finalidad contribuye a subrayar el importante papel del ocio de bien (“scholé”) en el pleno desarrollo del hombre, un ocio que no es banal ni servil, sino productivo e intelectual, que le llevará a dedicarse a los estudios filosóficos o científicos, en una forma de actividad (“energeia”) deseable, autosuficiente y conforme a virtud. Esto le procurará a la persona, a la postre, su fin más alto, la felicidad.

Ciertamente, hay que vivir según lo que dicta la razón, esa es la base de toda filosofía. Solo la razón nos puede ayudar a encontrar nuestra realización en el talento que se nos ha dado. Hoy seguimos buscando la felicidad, pero para el hombre de hoy sigue siendo un gran misterio: la IA y el algoritmo nos venden hoy la publicidad engañosa de las grandes corporaciones que orientan nuestras búsquedas. Todo sigue siendo persecución de humo y sombra, vanas carreras de egos, anhelos de eterna juventud, propiedades, dinero, vacaciones en paraísos cada vez más globalizados o artificiales, coches de lujo, móviles y otros objetos de deseo muy diversos. El consumo, lo superficial, lo banal y la inmediatez de todas las informaciones y anuncios que nos llegan en el “scroll” eterno de nuestros móviles nos hace perder el norte, alejarnos del centro, en búsqueda de placeres fútiles. Hay una evocadora comparación de la “Ética a Nicómaco” del placer con el florecimiento del día, de una juventud que pasa rápido. Pero con Aristóteles aprendemos a buscar lo permanente y que la verdadera alegría y la felicidad está en la realización de nuestra razón de ser, en el cumplimiento de nuestra finalidad. Solo eso puede hacer que triunfemos sobre nuestra efímera existencia. La intuición de Aristóteles es que, sobre todo, debemos encontrarnos a nosotros mismos y nuestra misión, centrándonos en nuestro potencial para vivir bien.

Entonces, si nos hemos regido por la razón y hemos sido cooperativos con la naturaleza de nuestra finalidad, como quería el viejo maestro de Alejandro, tal vez al final de la vida, mirando atrás, tengamos una relativa satisfacción por habernos dirigido a cumplir lo que constituía nuestro cometido. Pensemos en seguir la ética de Aristóteles (a Nicómaco, a Eudemo, las grandes y pequeñas éticas…) en vez de perdernos en los mil vericuetos engañosos de lo aparente que nos ofrece el día a día.