Hilos de plata y sueño: así son los cuerpos cinéticos de Julia Creuheras
La artista reflexiona sobre la arquitectura de la materia a través de la muestra “Como si tuviesen alma” junto a las obras de Patricia Domínguez y Sahatsa Jauregi
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Escondida en el patio interior de un antiguo edificio de Lavapiés, se adivina una pequeña galería de arte bordeada por una hilera de piedras embellecidas por la lluvia cuyo acceso responde a unos códigos de entrada casi secretos. “Antes esto era un establo de caballos, por eso los techos prácticamente no se han tocado”, nos explica con melódico acento mexicano Sofía Vargas, una de las asistentes de The RYDER projects, al atravesar la puerta del espacio expositivo. Aprovechando estratégicamente la altura de las vigas de madera de la cubierta y el componente diáfano de la estancia, este trampolín multidisciplinar de voces emergentes que lleva desde 2015 mostrando el trabajo de artistas nuevos pero también de mediana carrera a través de presentaciones individuales y colectivas, concede a la celebración de performances e instalaciones de carácter marcadamente dinámico un lugar predominante dentro de su programa y favorece el abrazo reflexivo con las piezas exhibidas. Uno de los apretones que más calor produce, es el que se acciona al contemplar la hermosísima finura suspendida en el aire de un vestido confeccionado con hilo metálico que cuelga gravitatoriamente gracias al anclaje de dos filamentos invisibles, obra de la joven artista Julia Creuheras.
Esta pieza de ensoñación tricotada bautizada con el nombre de “Ángel tecnócrata”, parte integrante de la muestra “Como si tuviesen en alma” que podrá disfrutarse hasta el 21 de enero, actúa como representación de un artefacto vivo, un ente cinético balanceado misteriosamente que juega con la percepción realista del movimiento del espectador y mira a la construcción del cuerpo femenino para interrogarse acerca de las maneras en las que habitualmente ha sido codificado y convertido en una mera carcasa, un envoltorio vaciado de deseo, en la piel mudada de una materia que ya no existe.
Licenciada en Bellas Artes por el Camberwell College of Arts de Londres, Creuheras se aferra a la seguridad de un discurso artístico bien armado para situar el lugar del que nacen sus obras en la observación de lo cotidiano: “Es la realidad en la que vivimos lo que me inspira y me mueve. También las máquinas que hay en la exposición. Me gusta pensar que son un simple reflejo de lo que vivo. Veo movimientos repetitivos en la ciudad de Barcelona, veo una gran máquina hecha por pequeñas piezas y engranajes que chirrían y que encajan. También mi propio cuerpo y las fuerzas a las que está sometido, tanto físicas (gravedad entre otras) como de otro tipo (deseos). Estas piezas nacen de esa cotidianidad pero siempre embriagadas de un tono onírico y un poco fúnebre a la vez”, contextualiza sobre el nacimiento de las cuatro piezas (un vestido, unos zapatos, una prenda de ropa interior de mujer y una cota de malla) que conviven y dialogan en armoniosa expansión creativa con los trabajos de las artistas Patricia Domínguez –y su vídeo “Madre Drone” con el que configura una particular mística en la que los humanos, las plantas, los animales y las cosas conversan de forma horizontal para imaginar universos elásticos y mágicos– y la oriunda de Brasil, Sahatsa Jauregi –con su serie “Aizkora”–, en donde, en colaboración con su tío, artesano especializado en la fabricación de hachas de competición, plantea un conjunto de esculturas cargadas de sensualidad y arrebatada fuerza tradicional vascuence.
Atesorar los cuerpos
Hay en la arquitectura metalizada y etérea de los objetos creados por Creuheras, esos que se mueven aparentemente solos, poseídos por una hipnótica cadencia cuyos engranajes encargados de darles vida se encuentran deliberadamente ocultos, una intencionada mimetización entre lo textil y lo corpóreo, entre el diseño y la concepción artesanalmente coreografiada de nuestra propia materia. “Empecé a trabajar con tejido de hilo de plata para hablar del tejido del que está hecha la realidad. Es un concepto acuñado en mecánica cuántica llamado teoría de cuerdas que explica cómo a nivel subatómico, aquello que llamamos partículas, son en realidad, estados vibracionales. Y a partir de esa idea, empecé a crear tejidos que a mi parecer lo que hacen es alegorizar un cuerpo femenino, porque el tejido y la “ropa” son mi manera de dibujar el cuerpo sin hacerlo de manera literal. El color plata es una manera de atesorar o reliquiar esos cuerpos”, afirma esta joven especialista en esculturas cinéticas y experta involuntaria en examinar los tallos contemporáneos de las formas, los espacios y la tecnología. El promedio de tiempo invertido en cada uno de los elementos que articulan el espacio ronda las dos semanas de trabajo. Tres si contamos con el destinado a la materialización del mecanismo, pero la artista afirma que “lo del tiempo es relativo porque gran parte de mi trabajo es la observación de lo que hay a mi alrededor, y a eso le dedico mucho tiempo. Siento que forma parte del tiempo de producción de la obra también”.
“Creo que hoy en día es muy complicado vivir puramente del arte, los artistas trabajan en muchas direcciones y son multidisciplinares; adaptan su mente creativa a lo que les puede dar de comer. No hay mucho espacio para la idea antigua del artista que puede consagrar su vida puramente a su obra a ritmo lento. Pero tiene sentido que la carrera del artista se adapte al contexto en el que vivimos. El contexto de la sociedad líquida en la que todo va a velocidades altísimas y el consumo de imagen, contenido y significado es voraz”, asegura cuando le preguntamos por esa concepción idealizada y contemporáneamente errónea que en ocasiones se perpetúa sobre la posibilidad real que tiene el creador de vivir de su arte de manera exclusiva, antes de detenerse en la explicación detallada de los zapatos que edifican su pieza predilecta, “Nueve coma ocho metros por segundo al cuadrado”.
“Tengo una pequeña obsesión con los zapatos y los pies y la manera que tenemos de moverlos. Nos sostienen, caminamos sobre ellos y nos dirigimos a través de ellos por el mundo. Siento que a través de ellos somos muy expresivos sin ser conscientes racionalmente. Un ejemplo es cuando estamos un poco nerviosos, que normalmente zapateamos con uno de los dos, me atraen mucho las expresiones corporales no racionales, me parece una buena manera de entender a la gente. Por eso para mí es la pieza más emocional. Se llama así, “Nueve coma ocho metros por segundo al cuadrado”, porque es el nombre de la fuerza de la gravedad. Esos piececitos desalmados (o lo contrario), están intentando romper con esa fuerza, alzar el vuelo”, remata la joven. Habrá que seguir de cerca la estela que vayan, artísticamente, dejando los suyos.