Museo del Prado

El Museo del Prado, como un toro

Exhibe un astado de Veragua, obra de Benedito. La pinacoteca recuerda su pasado como Museo de Ciencias Naturales a través de Miguel Ángel Blanco

La pieza magistral, el «Toro de Veragua», preside la galería central del museo
La pieza magistral, el «Toro de Veragua», preside la galería central del museolarazon

Los gabinetes de maravillas representan la antigua ambición de los hombres de reunir el conocimiento universal en un espacio reducido; de recluir, en un lugar más apropiado a nuestras dimensiones, el inabarcable mundo de la ciencia y las letras. En esa pretensión se han embarcado reyes y nobles; curiosos y locos, mezclándose en aquellas salas, sin ninguna clase de orden, lo cierto y lo inverosímil; lo mitológico y lo real. Los cuadros, fósiles, restos óseos y arqueológicos, y animales disecados de esas colecciones prolongaban grandes mentiras y leyendas, y, al mismo tiempo, eran el apoyo sobre los que se erigieron los avances científicos.

El edificio de Villanueva, que alberga el Museo del Prado, nació con la pretensión de convertirse en el real Gabinete de Historia Natural, como ordenó el mismo Carlos III en 1785. Aquella intención inicial quedó truncada y, el 19 de noviembre de 1819, este espacio abría las puertas como Museo Nacional de Pinturas y Esculturas. Doscientos años más tarde, la pinacoteca madrileña homenajea esa intención primera y recuerda, con 22 intervenciones de Miguel Ángel Blanco, ese pasado frustrado. Las salas de la colección permanente acogerán, hasta el 27 de abril, unas piezas seleccionadas por este artista que dialogan con las obras expuestas.

Comienza con un halcón, un ave noble, una estampa que recuerda las águilas que antes aparecían en escudos, banderas y estandartes. Suspendido en el aire, bajo una bóveda, alarga las garras hacia la escultura de Carlos V que proyectó Leone y Pompeo Leoni. «Es una metáfora de que el poder de la naturaleza es más fuerte que el político», explicó Blanco. Es el inicio de un recorrido donde los cuadros de las salas dialogan con las obras de Miguel Ángel Blanco.

Son distintos montajes que apelan a diferentes áreas. Delante de «La osa hormiguera de su majestad» del taller de Antón Mengs ha colocado una estructura ósea que alude al interés que existía por las anatomías, preocupación que también está presente en «Adán y Eva», de Alberto Durero, que se enfrentan con el esqueleto de una serpiente (símbolo del demonio que tentó a la primera mujer).

La pieza más impresionante está en la galería central del museo, junto a «El rapto de Europa», de Pablo Rubens. Es el «Toro de Veragua», una res que forma parte de las primeras piezas que hizo el taxidermista Luis Benedito, el cual empleó para su conservación el procedimiento de la dermoplastia. «Aquí vemos que el toro que aparece en el óleo de Rubens mira a este de Veragua. Pero lo que más me interesa es la relación que se establece con el resto de la sala. Detrás, tenemos la escultura del emperador Tiberio, que aparece con una capa en el brazo, dando la impresión de que es un torero. Pero no termina ahí. Podemos observar que a nuestro alrededor hay muchos otros cuadros de Rubens, la mayoría con mujeres. Ante la presencia del toro, que es un símbolo de la fertilidad, parece que ellas están escandalizadas», comentó Blanco. Otra de las intervenciones más llamativas está en la sala de las «Pinturas negras». Ahí, a los pies de «El gran aquelarre» ha reunido una serie de objetos relacionados con la brujería, como unos sapos, una pezuña o una piedra con azufre (que recuerda el olor que deja la presencia del diablo). Así, Blanco repasa diferentes áreas del conocimiento, como la botánica, situada junto a «La condesa de Chinchón». La exposición es un pretexto para recorrer el museo y visitar algunas de las pinturas más emblemáticas. Delante del visitante aparecen los nombres de El Bosco, Velázquez, Rubens o Goya. Por supuesto, una de las telas más famosas de El Prado, «Las meninas», aguarda en el centro de esta exposición. Pero de una manera sutil. A través de un pequeño gorrión, colocado a uno de sus lados, que, esta vez, vuela muy lejos de los conocidos cielos velazqueños.

Los dientes del narval

Miguel Ángel Blanco no olvidó, en su propuesta, recordar la parte mitológica de los gabinetes de maravillas. Con «Alicornios» recuerda la fábula de los unicornios y de su codiciado cuerno. Está situado enfrente de la tela «Orfeo y los animales», de Alessandro Varotari. En la antigüedad pensaban que los dientes del narval eran el verdadero cuerno de este animal fantástico, algo que la realidad ha demostrado que era falso. Otro guiño que el artista incluye en la exposición es la Biblia. A través de una piedra de sílice que conserva la huella de gotas de agua del Eoceno. Un fósil situado enfrente de «La entrada de los animales en el arca de Noé», de Jacopo Bassano. Una referencia al diluvio universal y al arca de Noé, que Blanco considera el primer gabinete de maravillas que existió.

- Cuándo: Hasta el 27 de abril.

- Dónde: Museo del Prado.

- Cuánto: 14 euros.