Obituario
Fallece Martin Parr, el fotógrafo travieso
El fotógrafo, miembro de la Agencia Magnum y figura central en el último medio siglo de cultura visual
El fallecimiento de Martin Parr a los 73 años obliga a revisar, con generosidad analítica, la importancia que su obra ha tenido para comprender los modos en que la fotografía ha descrito -y, sobre todo, ha interpretado- la vida cotidiana en las sociedades tardocapitalistas. Miembro de la Agencia Magnum y figura central en el último medio siglo de cultura visual, -ese territorio ambiguo donde se condensa tanto la promesa de estabilidad como la banalidad de las rutinas que la sostienen-. Frente a la tentación de incriminar moralmente a sus protagonistas, su trabajo rehuyó cualquier atisbo de culpabilización colectiva: lo que aparece en sus imágenes no es una denuncia, sino una constatación del absurdo que subyace en prácticas normalizadas hasta el punto de volverse invisibles.
Parr detectó en ese absurdo una Parr articuló un dispositivo documental capaz de desactivar la falsa neutralidad con la que tradicionalmente se ha mirado a la clase mediaforma de autocelebración, una reafirmación casi ritual del callejón sin salida que conforman las disciplinas blandas de la vida ordinaria. Y, sin embargo, el propio Parr insistió siempre en que la ironía -con la que su nombre ha quedado automáticamente asociado- no era la clave hermenéutica de su obra: prefería hablar de un sentido de lo “travieso”; una travesura deliberada que le permitía operar dentro de los códigos de la cultura visual sin dejarse absorber por ellos. Sus imágenes sobre el turismo, los cuerpos anodinos y no normativos, y la coreografía global del ocio, desmantelan la presunta excepcionalidad de lo contemporáneo, mostrando que la vida solaz es, en realidad, un sistema de signos donde la identidad se confirma en su misma trivialidad.
Ese gesto travieso se articula a través del humor. Y no es casual que Parr se inscriba en una genealogía intelectual que ha pensado el humor como un síntoma de sociedades fatigadas pero lúcidas, capaces de reírse de sí mismas precisamente porque han interiorizado la imposibilidad de emanciparse de las estructuras que las conforman. Baudelaire y Bergson ya diagnosticaron esa naturaleza ambivalente del humor: un mecanismo de distanciamiento que, al mismo tiempo, produce un reconocimiento íntimo de los propios hábitos.
Parr prolonga esa tradición en clave fotográfica, convirtiendo cada disparo en un ejercicio de autoexamen colectivo. El humor, en su caso, no es una coartada estilística ni un recurso para aliviar tensiones; es, abates bien, una herramienta crítica que pone al descubierto el comportamiento infantiloide -a veces naïf hasta lo insoportable-sobre el que se ha edificado la experiencia de lo familiar en las democracias occidentales. Su afirmación de que “se puede aprender mucho más de un cómico sobre el país en el que vives que de la conferencia de un sociólogo” resume, con una contundencia poco habitual en el campo documental, la convicción de que la risa desvela estructuras que los discursos expertos rara vez alcanzan a percibir. No resulta extraño, por tanto, que su principal referencia cultural fuera el humor británico y, en concreto, la figura de Tony Hancock, cuyo universo cómico condensaba la fragilidad, el patetismo y la lucidez que también atraviesan la obra de Parr.
En un momento en que la fotografía documental parece debatirse entre la pulsión de hiperpolitización y la banalización acelerada que imponen las redes sociales, la muerte de Martin Parr subraya la necesidad de reconsiderar un modelo de observación que rehúye tanto la superioridad moral como la neutralidad aséptica. Parr entendió que mirar implica siempre exponerse, aceptar que el gesto documental no consiste en capturar realidades puras, sino en revelar los pliegues incómodos -a veces hilarantes, a veces terriblemente comunes- que constituyen el espesor de una sociedad. Su obra no celebró la mediocridad ni la ridiculizó: la trató como un hecho cultural de primera magnitud, digno de ser pensado y mostrado sin distancia paternalista. Esa lección, tan simple como exigente, es quizás la más difícil de sostener en un tiempo que confunde crítica con indignación y humor con frivolidad.