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Arte
Los libros de arte como acto de resistencia
Los volúmenes que documentan la creación son obras en sí mismas

Cada 23 de abril se celebra el Día Internacional del Libro. En estos días, todos ponemos la atención en esos objetos aparentemente silenciosos, pero profundamente elocuentes. Como galerista especializada en arte contemporáneo, no puedo evitar pensar en los que a mí me tocan, que a menudo no aparecen en las listas de lectura: los libros de arte. No me refiero a los de teoría ni a los ensayos críticos —tan valiosos, por supuesto—, sino a aquellos que compilan, editan y presentan el arte mismo como documento vivo. Los que están destinados a documentar nuestro presente. Miro también, con cierto pudor, los llamados libros decorativos, que están tan de moda.
En un país con una riqueza artística tan abrumadora como el nuestro, donde conviven la herencia de Velázquez o Goya con las provocaciones de Tàpies, Miquel Barceló y tantos otros, los libros de arte no son un complemento. Son archivos afectivos, herramientas pedagógicas, piezas de colección y, cómo no, testigos de su época. El libro de arte tiene una naturaleza bastante más ambigua que cualquier otro género. Por un lado, es objeto editorial, creado con una intención curatorial que no dista tanto del trabajo que hacemos en las galerías. Por otro, es obra en sí misma. En sus páginas se condensan las decisiones del artista, del diseñador gráfico, del editor, del impresor… en fin, de todo el tejido que hay detrás de los artistas. Y, como ocurre en una exposición, cada detalle cuenta: el orden de las obras, el tipo de papel, la tipografía, el ritmo visual. Todo esto hace que tengan la capacidad de fijar el tiempo. En el ámbito contemporáneo, donde muchas obras son efímeras —performances, instalaciones, intervenciones urbanas—, el libro ha sido hasta hace poco una de las pocas formas de conservación. Gracias a ellos, podemos estudiar hoy la obra de colectivos como ZAJ o las prácticas radicales de los años 70, que de otro modo se habrían perdido en la memoria.

España ha tenido una relación compleja con la documentación del arte contemporáneo. Durante años, muchas manifestaciones quedaron fuera de los circuitos oficiales, por motivos obvios. En ese contexto, los libros fueron trinchera y refugio. Pienso en las publicaciones casi artesanales que circularon entre artistas y críticos en los años 80, cuando el mercado aún estaba digiriendo el arte contemporáneo.
Hoy, aunque el panorama ha cambiado, seguimos dependiendo de estas ediciones como forma de acceso a las obras. Para muchos públicos, especialmente fuera de los grandes centros urbanos como Madrid o Barcelona, los libros de arte son la única manera de encontrarse con ciertas propuestas que ocurren en España. Solo hay que extrapolar esto a la escena del arte contemporáneo mundial para ver el universo de posibilidades que abre un libro. Los libros de arte son democratizadores: nos permiten llevarnos, de forma tangible, una parte del arte que quizás nunca veamos colgado en un museo.
La existencia de espacios como la Biblioteca y Centro de Documentación del Museo Reina Sofía, una de las mayores colecciones bibliográficas dedicadas al arte contemporáneo en Europa, es esencial en esta labor de preservación y acceso. Es un lugar que no solo alberga libros, sino que articula investigaciones, debates y encuentros entre profesionales del arte y el público general. Y, fuera del ámbito institucional, librerías especializadas como La Fábrica en Madrid, por nombrar alguna, cumplen un papel igualmente vital. No son solo puntos de venta, sino centros de difusión cultural donde el libro de arte se encuentra con sus lectores de forma directa, cálida, sin intermediarios. Existe una idea equivocada de que los libros de arte son para un público especializado. Nada más lejos de la realidad. Muchos de los mejores libros de arte que han pasado por mis manos en los últimos años están pensados para provocar, para emocionar, para contar historias.
No podemos olvidar a los propios artistas que se han apropiado del formato libro como medio de expresión. En España, tenemos casos notables, donde cabe destacar sin duda las ediciones joya de Artika, que elaboran piezas únicas de forma artesanal: libros de artista creados, en muchas ocasiones, en colaboración con grandes artistas nacionales e internacionales, como pueden ser Antonio López, Jaume Plensa, Manolo Valdés o, en su día, Fernando Botero.
En este Día del Libro, mi invitación es clara: acerquémonos al arte no solo en las salas de las galerías o los museos, sino también entre páginas. Hay una intimidad que solo puede darnos hojear un libro de arte en nuestra casa. Es un acto pausado, de contemplación casi meditativa, en estos tiempos de inmediatez, del ritmo vertiginoso de las redes sociales y de los “me gusta” instantáneos. Un oasis en medio de tanto ruido. Como galerista, he aprendido que las obras cambian según cómo se miran, como la vida. Un libro de arte permite justamente eso: mirar sin prisa, volver atrás, detenerse. En un mundo que premia la velocidad, leer imágenes y disfrutar del arte desde un libro es también un acto de resistencia. Disfrútenlo.
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