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Arte
Matisse: el arte contemporáneo es un arrebato del corazón
CaixaForum Madrid presenta una retrospectiva del pintor francés con piezas nunca vistas en España

Como él confesó al final de su vida: «Me he buscado a mí mismo en todas partes». No en vano, Henri Matisse (1869-1954) fue un pintor que propició sucesivas auto reencarnaciones, que priorizó el trabajo por encima del virtuosismo y que se replanteó constantemente la idea de belleza que perseguía. Fue el artista de la alegría de vivir, del color, pero también fue muchas otras cosas: primitivo, figurativo, abstracto, salvaje, fauvista, clásico y, sobre todo, sencillo. Todas esas facetas pueden contemplarse en «Chez Matisse», la exposición que la Fundación La Caixa y el Centre Pompidou acaban de inaugurar en la sede madrileña sede de la Fundación y que, a través de 50 obras del pintor francés y otro medio centenar de sus contemporáneos celebra la maestría de uno de los pintores más innovadores en la bisagra de dos siglos. Una obra que refleja su tiempo: de la angustia y la introspección a la explosión de sensualidad más hedonista.
La exposición abarca la trayectoria completa de la producción Matisse, con piezas representativas de sus distintas etapas, que atraviesan estaciones como los tiempos «sombríos» en París, a la explosión de la luz y el color en su etapa en Saint Tropez y Colliure, en el sur de Francia, a los cuadros más intimistas durante la I Guerra Mundial, para después adentrarse en la influencia del cubismo o las escenas de interior con modelos femeninos de su etapa en Niza. Una exposición luminosa y colorista que incluye cuadros importantes en la producción del artista como «Margarita y el gato negro» (1910), una obra que no había salido de Francia desde que fue pintada, o «Luxe 1», una obra «capital que revolucionó la pintura y que es una de las más importantes del Centro Pompidou», como asegura la comisaria de la muestra y jefa de las Colecciones Modernas del Pompidou, Aurélie Verdier. La muestra concluye con sus «collages» de la última etapa de su vida, cuando una enfermedad le impidió «pintar con las manos, pero eso no le impidió crear obras más grandes y audaces con las tijeras», como señaló la directora de CaixaForum Madrid, Isabel Fuentes. Se trata, así de una trayectoria que, en sí misma, revolucionó el panorama pictórico europeo, y que, como, enfatizó Verdier, obliga a repensar el concepto de «influencia» y llevarlo al terreno de la hospitalidad, como una mediación entre personas con distintos idiomas.
Matisse, hijo de una familia trabajadora, entró como aprendiz en la escuela de Gustave Moureau, que pronto vio la principal cualidad de su pupilo: «¿hasta dónde vas a simplificar la pintura?», le dijo a ver su autorretrato, según relató la comisaria. Así es como en 1904 los colores le deslumbran y, junto a Seurat, desarrolla una paleta incandescente y firma el acta de fundación del puntillismo: «Lux, calme et voluptuosité» es uno de los espléndidos testimonios de esa época de la que pronto se cansa. «Lo deja porque el postimpresionismo separa el dibujo del color, pero él no puede evitar delinear las figuras», explica la comisaria. Pero deja de ser para ser de nuevo. Inventa el fauvismo en Coillure, dejándose llevar por la suma de los iconos primitivos y de un color todavía más salvaje. Se retrata a sí mismo tocando el violín porque Matisse sabe que en cualquier momento puede dejar de ser lo que es. «Aprende música porque tiene miedo de perder la vista y ‘‘tortura’’ a sus hijos para que lo aprendan también», bromeaba la comisaria. Matisse presencia el surgimiento del cubismo en 1908, en el que participa: «Prefería hablar de ello con Juan Gris que con Picasso, porque ya se sabe que Picasso se apropiaba de todas las ideas que podía», reía la comisaria. En 1914 pinta «Porte-fenêtre à Collioure», una obra que deja inacabada con una gran mancha geométrica negra en el centro, como una franja vertical. Esa pieza nunca saldrá de su estudio, será parte de sus posesiones privadas. Décadas después, los expresionistas abstractos la descubrirán y quedarán fascinados por esta pieza. Durante las siguientes décadas, Matisse seguirá acercándose y alejándose del clasicismo, de lo figurativo. Romperá y deconstruirá varias veces la relación entre figura y espacio. No será su última reinvención: inspirado en la música jazz, busca resolver de nuevo la ecuación entre la línea y el color. Con las tijeras como herramienta y el papel pintado con «gouache» como materia prima, presenta unos «collages» («Jazz», 1947) que marcarán carreras como la de la artista argelina Baya, apoyadas en la libertad y la fuerza expresiva de esa línea esencial, de tan fina que es inexistente. Porque, como dejó dicho el artista francés, «el arte moderno es un arrebato del corazón».
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