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Exposiciones
El Prado recrea la Capilla Herrera de Roma
Las piezas de Carracci y Albani se hospedan en una bóveda del museo que respeta su distribución original

En las puertas que dieron comienzo al siglo XVII, Annibale Carracci, reputado artista barroco procedente de Bolonia, dio inicio a una obra más de su ya extenso recorrido. Cuatro después, y una enfermedad, desmantelamiento, traspaso y remodelación posterior, su creación vuelve a la forma con la que nació. El mérito le corresponde al Museo del Prado, y la transformación se integra dentro de su exposición permanente. De este modo, se permitirá "redescubrir un capítulo esencial del arte mural europeo, en un montaje arquitectónico que respeta la escala y el espíritu del conjunto original", según declara el propio museo.
El inicio de este periplo comienza con Juan Enríquez de Herrera. El prestigioso banquero instó a adornar con murales la sala que poseía en la iglesia de Santiago de los Españoles, ubicada en Roma y reflejo de la importancia que la corona española cultivaba en la capital italiana. Carracci en el 1602 inició la labor de decoración de la bautizada Capilla Herrera. Los motivos escogidos fueron la vida de San Diego de Alcalá, fraile que había sido canonizado 14 años antes, y al cual el noble le achacaba la sanación de su hijo.
Sin embargo, el padecimiento no se quedó en el pequeño. El pintor cayó enfermo en 1605, lo que propulsó el relevo a las manos de Francesco Albani y otros de sus colaboradores, que trataron de ser fieles al estilo del anterior, presentando el resultado final escasas diferencias. El templo en el que se dispusieron los frescos pudo acogerlos hasta 1833. En esa fecha, el lugar sagrado tuvo que ser demolido ante su inminente riesgo de colapso, por lo que se tomó la decisión de arrancarlos y pasarlos a lienzo y así evitar una triste pérdida.
Entre Madrid y Barcelona
Con el resultado obtenido, se buscó un nuevo hogar para las 19 piezas. Desgraciadamente, de tres no se conoce el paradero o qué suerte sufrieron. Otras nueve fueron acogidas por Barcelona, en el Museo Nacional d'Art de Catalunya, el MNAC. Las siete restantes acabaron en la pinacoteca más célebre de Madrid, lugar donde se han mantenido desde entonces. "Estos siete fragmentos han tenido un difícil encaje en la colección permanente, puesto que su singularidad hacía no del todo satisfactorio el exponerlos como cuadros convencionales", estipula David García Cueto, el jefe de Colección de Pintura Italiana y Francesa del Barroco en el Prado, evidenciando la necesidad que existía de que vivieran, por si no llevaban pocas, una nueva existencia.

Este 2025, por tanto, trae una actualización positiva para estas desdichadas obras de la escuela boloñesa. Finalmente, pueden ser admiradas en la distribución que poseían en su etapa primogénita, como murales. La restauración ha podido tornarse realidad, gracias a la ayuda de OHLA, sociedad dedicada a la construcción, y Francisco Bocanegra. El arquitecto ha sido el encargado de diseñar el espacio que alberga las pinturas, respetando al máximo posible la estructura original.
La sala cuatro de la galería ha sido la escogida para recoger la disposición final otorgada, que replica la de la capilla. Por lo tanto, los cuatros trozos que tenían forma geométrica de trapezoide decoran la bóveda, y los otros tres, ovalados, se colocan en sus pechinas. Además, para completar la edificación, se ha reproducido el "Padre Nuestro", de Albani y que se encuentra en el MNAC, y "San Juan Evangelista", de Simon Guillain, uno de los frescos extraviados.
Este séquito comparte hábitat junto a otras grandes muestras de la misma época, atribuidas a nombres como Ludovico Carracci, Guido Reni y Domenichino. De esta forma, se incita a la reflexión de "cómo este núcleo de artistas tan relevantes hace aportaciones a las forjas del lenguaje barroco", alega García Cueto. Con suerte, podrán finalmente reposar tranquilas las obras.
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