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Bárbara Lennie e Irene Escolar, «Hermanas» dentro y fuera del escenario

Abruman en su llegada a Madrid: casi todo vendido para ver un texto de Rambert hecho a medida.
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Abruman en su llegada a Madrid: casi todo vendido para ver un texto de Rambert hecho a medida.
Bárbara Lennie (Madrid, 1984) nunca lo pasó «tan mal» –al menos, en el proceso de ensayos– como en «La clausura del amor» a la que la condenó Pascal Rambert (Niza, 1962) en 2015. Y es que son en estos casos en los que el refranero popular alega aquello de que «sarna con gusto no pica». En esas se mueve la actriz para decir, ahora sí, que el texto del francés que defiende desde hoy sobre las tablas de El Pavón Kamikaze «ha sido súper placentero». Atrás queda «la pesadilla del proceso de memorización, al que no le encuentro ningún placer». Un tomo de folios sin pausas –marca de la casa Rambert: ni comas, ni puntos, ni nada– con el que Lennie también quiso «castigar» a Irene Escolar (Madrid, 1988): «Pobrecita mía. Me podría haber retirado la palabra», ríe.
El autor y director cogió el germen de «La clausura del amor» –donde Lennie compartía reproches con Israel Elejalde– y creó una pieza específica para la madrileña, «Hermanas»: «Escribir para Bárbara me sale de manera natural. Es un guepardo. Yo también», justifica Rambert. Entonces a la intérprete se le concedió un deseo: elegir a su compañera de viaje, momento que llegó una Escolar con la que nunca había trabajado, pero a la que tenía «muy presente».
–¿Por qué?
–Llevaba tiempo queriendo compartir un proyecto con ella y viéndola crecer en sobre los escenarios, así que pensé que era esa actriz a la que le apetecería meterse en semejante marrón.
La difícil piscina de Rambert
Porque uno tiene que tener muchas ganas para lanzarse a una piscina como la de Rambert. «Te pone en una tesitura de mucha inseguridad y riesgo», continúa Lennie, «e Irene comparte conmigo esa especie de gusto por el reto». Y, en palabras de Escolar, salió «bien» la cosa. «Me ha dado una de las oportunidades más grandes de mi carrera. Es un placer», comenta la benjamina de estas dos hermanas postizas sin olvidar todo lo que dejó en la preparación. «Es la primera vez que digo “no voy a llegar”, y eso asusta», se sincera a la vez que confiesa el morbo del desafío: «Por supuesto. Porque posee ese punto de tener que dedicarle el triple de energía, dedicación y de todo para sacarlo adelante». No solo hay que memorizarse un texto asfixiante, sino que «hay que hacerlo pasar por ti».
Con ese agobio se presentaron Lennie y Escolar en Sevilla hace algo más de tres semanas. Un estreno-rodaje en el que el objetivo era llegar en forma a Madrid y llevarse los aplausos en Nervión (Teatro Central), claro, pero entonces llegó el pánico. Los fantasmas que vivió Lennie en su estreno de 2015 volvían a su cabeza y sintió el peso del reto: «Le rogué a Jordi Buxó [miembro del cuarteto Kamikaze] esperar un mes más porque pensé que no llegaba». Pero se quedó en eso, en un pavor pasajero que ahora no pasa de anécdota. Lo de hoy «solo son nervios, muchos, pero con ganas. Además, este parón nos ha venido muy bien para despejar la cabeza, descansar, limpiarnos y redescubrir la función después de un primer apretón en el que llegamos atacadísimas a Sevilla».
Bárbara e Irene –nombres de los personajes–, trabajadora social y periodista, se encuentran después de muchos años y se enfrentan en un combate salvaje en el que tienen mucho que resolver, que hablar y mucho a lo que enfrentarse. «Vamos a ver a dos personas que intentan defender posturas muy opuestas respecto a la forma de ver, vivir, recordar, relacionarse... De enfrentarse a la vida», sintetiza Escolar de una pieza en la que dos hermanas tratan de ponerse de acuerdo, pero hay demasiadas cosas que se lo impiden. «Un intento de encuentro dentro del desencuentro total», completa una Lennie que reconoce en Escolar a su «hermana pequeña». «Y ella es la mayor que siempre quise», le responden desde enfrente.
Hoy les espera la plaza grande, la capital, para la que ambas «nos pasamos el día cuidándonos», cuenta Escolar, revolucionada y renqueante de un «pequeño resfriado» –«aquí me pillas, haciendo nebulizaciones para ver si consigo que se me pase todo para mañana [por hoy]»–: «Cuando la gente vea el montaje entenderá el estado en el que estamos las dos. No nos podemos permitir estar histéricas, pero sí excitadas por estar a punto, tener la energía, estar bien vocalmente, anímicamente... Tenemos que ser soldados. Ir dos horas antes al teatro, calentar, meternos de lleno, hacer la función y volver a casa hasta la siguiente».
Una hora y 25 minutos en los que la pareja de hermanas, Escolar y Lennie, se vacía «por completo», suspira la segunda mientras la primera habla de «una mezcla brutal de visceralidad y técnica»: «Es un diálogo tan largo que se habla de todo. La sociedad, la familia, el lenguaje... Creo que aquí ocurre algo igual que en la música, todos pueden tocar unas notas, sí, pero la diferencia está en la musculatura y la sensibilidad con la que se hace. Es una cosa muy fina donde cada palabra se dice a muerte porque es un cuchillo...», cierra Escolar.
España y Francia, un amor fraternal
Vuelve Rambert al Pavón y lo hace con su teatro único. Una función que lleva su seña de identidad en un enfrentamiento que ya vivimos en «La clausura del amor» y «Ensayo», aunque remozado de nuevo y que ha estrenado al unísono en París y en la Península: «He escrito ''Hermanas'' teniendo al mismo tiempo frente a mis ojos las voces y los cuerpos de actrices españolas y francesas. Aunque fueran solo dos hermanas, eran cuatro cuerpos y cuatro voces los que nutrían mi escritura», dice.