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Descubridores del pasado (VI)
De Boucher a Breuil: en las brumas de la prehistoria
Estos dos historiadores se internaron por primera vez en el lenguaje de las cuevas prehistóricas y sus representaciones animales

La indagación en las raíces de la humanidad, más allá del surgimiento de la revolución agrícola y de la ciudad, supone remontarse a insondables edades, muchas veces envueltas por la bruma de la leyenda. Hay que valorar especialmente las diversas revoluciones en el estudio de la prehistoria que se han dado desde el siglo XIX hasta nuestros días de la mano de la arqueología. Con especial énfasis en el caso de las culturas del paleolítico, donde se recuerda el caso de Altamira o de Trois Frères, y la espectacular incidencia del arte rupestre en nuestra cultura. Y ello hasta llegar a nuestros días, con las increíbles novedades de la arqueología prehistórica en Atapuerca y otros yacimientos. Es acaso una rama de la arqueología donde los avances han sido menos espectaculares, por no tratarse de civilizaciones con grandes construcciones, como la egipcia o la grecorromana, sino que se base sobre todo en una historia de la cultura material y de la antropología, con restos humanos que hay que investigar desde la perspectiva médica y genética.
Pero el interés por las brumas de la más remota antigüedad de los seres humanos, aparte de la evolución de la antropología humana y de los diversos homínidos, se ha centrado con preferencia en el estudio de la sociedad de cazadores-recolectores en el mundo de la edad de hielo y en las antigüedades de del paleolítico, que han llevado a hablar de una arqueología antropológica. El danés Christian Jürgensen Thomsen o el francés Boucher de Perthes, que pueden ser considerados padres fundadores de la arqueología prehistórica, destacaron por sus colecciones de artefactos de piedra y hachas talladas en yacimientos del paleolítico. El italiano Giuseppe Scarabelli fue uno de los primeros que aplicaron un método científico a esta arqueología prehistórica, desarrollando el método estratigráfico. Pero, sin duda, la parte más espectacular de estos hallazgos, aparte de los artefactos de la vida cotidiana, son las muestras del arte y de la capacidad simbólica de nuestros más remotos antepasados, que se atestigua tanto en la pintura sobre paredes de las rocas y de las cuevas, como en los diversos objetos de arte exento, como pequeñas estatuas y adornos.
Los ejemplos más antiguos de pintura rupestre en las cuevas quizá tengan más de 50.000 años, y se encuentran en la península ibérica –especialmente en las cuevas de Francia y España– y en Indonesia. Hay ahí grandes ejemplos de la pintura rupestre y se puede hablar incluso de dataciones tan antiguas como los 60.000 años atrás. Mención especial merece el caso de los teriántropos, o híbridos entre hombre y animal, que se representan hace al menos 44.000. Hace 30.000 o 15.000 años empieza aparecer arte, como la estatua del hombre-león de Ulm, el hombre pájaro de Lascaux los gamos de Teyjat o el «brujo» con astas de ciervo de Trois Frères. Híbridos de la España paleolítica pueden ser el mono de la cueva de Hornos de Peña, los cabezudos de la cueva de Los Casares. Hay antropomorfos astados e itifálicos también en esa singular «capilla sixtina» del arte rupestre que es altamirana. El paleolítico es la época crucial desde Europa al sudeste asiático.
Hay que mencionar a los pioneros en estas investigaciones, como el español Marcelino Sanz de Sautuola y los franceses Gabriel de Mortillet o Émile Cartailhac, protohistoriador francés y padre fundador de los estudios de arte rupestre desde el hallazgo de Altamira. El Abbé Breuil, sacerdote experto en arte rupestre también trabajó en pinturas de Altamira y en otros lugares, y fue un gran descubridor de artefactos y pinturas en Francia y en Sudáfrica. Junto con el conocido jesuita Pierre Teilhard de Chardin investigó las más remotas antigüedades en paleontología humana desde la Cueva de el Castillo en Cantabria a otros lejanos ejemplos, como el llamado hombre de Pekín. En este campo de trabajo, especial mencíón merece el análisis del arte sobre roca de muy diversos pueblos, desde las Américas a los bosquimanos. En ello han destacado arqueo-antropólogos como Walter Baldwin Spencer o Francis James Gilliam, que estudiaron a los nativos australianos. Hoy sigue resultando una de las ramas míticas de la arqueología.
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