Buñuel: que la realidad no te estropee un buen documental
Mató animales y exageró la miseria de toda una región, pero alumbró el documental más extraño y genial de nuestro cine. Un filme animado, presentado ayer a concurso en el Festival de Málaga, que recrea el rodaje de «Las Hurdes, tierra sin pan».
Creada:
Última actualización:
Mató animales y exageró la miseria de toda una región, pero alumbró el documental más extraño y genial de nuestro cine. Un filme animado, presentado ayer a concurso en el Festival de Málaga, que recrea el rodaje de «Las Hurdes, tierra sin pan».
Es 1930 y la carrera de Luis Buñuel zozobra, amenaza con irse a pique. Ni siquiera el efervescente París de entreguerras que, como el papel, lo sostiene todo, está dispuesto a perdonar la última provocación de un joven aragonés nacido para epatar. Ha ido demasiado lejos, ha tensado la cuerda hasta romperla en sus propias narices y ahora debe pagar los platos rotos. El estreno de «La edad de oro», 60 minutos de no creer guionizados junto a Salvador Dalí, sádica, anticlerical, absurda, se salda con un escándalo monumental: «L’age d’or» («La edad de oro») se estrenó en el cine «Studio 28», al igual que «Un Chien Andalou» y se proyectó durante seis días a sala llena. Después, mientras la prensa de derechas arremetía contra la película, los Camelots du Roi y les Jeunesses Patriotiques atacaron el cine, los cuadros de la exposición surrealista que se había montado en el vestíbulo, lanzaron bombas a la pantalla y rompieron butacas. Fue el escándalo de La Edad de Oro», rememoraba el aragonés en su biografía escrita por Jean-Claude Carrière, «El último suspiro». Pasarían 50 años antes de que volviera a exhibirse aquella locura en Francia.
En ese punto de quiebra, quizás el momento más delicado de una carrera siempre al borde de lo convencional y de su propia consunción, azotada por el exilio y los recelos, arranca la más extraña y extrema incursión en el género documental que se haya hecho hasta entonces: «Las Hurdes, tierra sin pan». Y eso, lo que sucede 1930 a 1933, antes, durante y después del rodaje de aquella cinta, es lo que narra «Luis Buñuel en el laberinto de las tortugas», un filme de animación de Salvador Simó y presentado ayer en el Festival de Málaga que bien podría valer para convalidar un buen puñado de créditos en la cartilla de «amante del cine».
El primer paso para acercarse a un director tan elevado como una deidad, afirma Simó, ha sido bajarlo del pedestal, contextualizarlo en el joven aún sin consagrar que era en los años 30: «Hemos hecho una película sobre un director de 32 años que luego fue Buñuel, pero cuando entró en Las Hurdes era solo Luis. Pensando así es como pudimos perderle el respeto»... Y echarlo a andar en imágenes animadas a partir de las viñetas del cómic homónimo de Fermín Solís en esta aventura de hora y media escasa por los meandros de una personalidad inabarcable y polémica.
Luis, Luisito para los amigos, de voz grave y acento fuertemente aragonés, campechano pero cosmopolita, tan pijo y tan paleto, nunca estuvo más solo que tras «La edad de oro». El Vaticano, por primera pero no única vez, amenaza con excomulgarle, Francia le da la espalda, el dinero huye de sus proyectos y, para colmo, su relación con Dalí se enfría del todo. Solo encuentra a su paso el fervor de algunos admiradores surrealistas, de creadores varios, pero las llamadas a los productores son inútiles. Dos golpes del destino lo encauzarán de nuevo a las cámaras para «Tierra sin pan». El fotógrafo Éli Lotar pone en sus manos un volumen de Maurice Legendre «Las Jurdes: étude de géographie humaine», un ensayo antropológico que retrata la miseria, la barbarie y el atraso de esta región extremeña arrinconada entre hoces. Luego llega en su asistencia un «tour de force» francamente surrealista: Ramón Acín y un billete de lotería.
Asegura Eligio R. Montero, guionista de «Buñuel y el laberinto de las tortugas» que compite en la Sección Oficial del Festival de Málaga, que «ésta es una película sobre el director aragonés, pero un tributo a Ramón Acín, el verdadero alma de la película». De ésta y de aquélla, habría que decir. En 1930 los amigos de la infancia se reencuentran en Huesca. Acín es un poeta y escultor anarquista, más comprometido con la transformación social que con el arte por el arte de su paisano. En un rapto de quijotismo (y lo es porque cumplió su palabra), promete financiar a Buñuel su próxima película si le toca el déncimo de la Lotería que acaba de comprar. ¡Y el caso es que toca!
Así, en 1932, Buñuel, Acín, Lotar y el surrealista Pierre Unik, se presentan con una cámara bajo el brazo y un Fiat amarillo en La Alberca, puerta de entrada de Las Hurdes. La expedición ha dado comienzo. «Buñuel y el laberinto de las tortugas» testimonia (a veces usando escenas del propio filme original, incluso alguna toma descartada por Buñuel) ese peculiar rodaje en el meollo de la miseria: los madrugones para acercarse desde el Monasterio de Las Batuecas, donde dormían, hasta las villas inhóspitas de techos de pizarra a las que solo se llegaba andando o en burro, los enfrentamientos entre los amigos, el paisanaje hostil, las gentes deformes y míseras y, sobre todo, la actitud de Buñuel ante todo eso y ante su propia estética.
Excitación por los paisajes
Aquí es preciso aclarar que si hay un documental bastardo ése es «Tierra sin pan». Buñuel, excitado por los pasajes sensacionalistas leídos en el libro de Legendre, traspone una y otra vez la realidad para acomodarla a su concepto del arte. Más que lo que ve, rueda lo que quiere ver. Tanto que no duda en matar varios animales: hace degollar una gallina de un tirón con la mano para captar un plano corto de una fiesta bárbara, dispara contra las cabras de los riscos para que se despeñen como ha oído decir que sucede a veces por la imposible orografía e incluso ata a un burro y coloca debajo una colmena de abejas para satisfacer su ego surrealista. También recrea previo pago de una aldea un viaje funerario hasta el cementerio con una niña dormida. «Eran otros tiempos y otros valores –explica Simó–, la sociedad era machista y los animales no importaban. No queríamos quitar este tipo de cosas de nuestra película porque ahora molesten. Eso es Buñuel también, esa provocación».
Acín no está satisfecho del resultado: le parece que Luis actúa como un niño rico sin conciencia social. Pero la amistad resiste el embate y la película sale adelante. Buñuel la monta en su casa, mirando los fotogramas al trasluz y midiéndolos con los brazos. En 1933 llega a las salas y el escándalo regresa con él: todos, incluso Gregorio Marañón, que acompañó a Alfonso XIII en su famosa visita a Las Hurdes de 1922, claman contra la exageración de la realidad. El Gobierno de la República veta la cinta por la mala imagen que da de esta zona de España. Buñuel ha vuelto a la casilla de salida: solo tiene su orgullo de cineasta y su terquedad.