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Canciones en el parnaso

La Razón

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No suelen ser pasto de esta suerte de reconocimiento ni cantautores ni trovadores sospechosos de haber compuesto sus versos guitarra en mano y para una audiencia que no acredita mayor adicción a la pulpa que la del que abusa del papel de liar para fines terapéuticos. Mi aventura con el bardo me sobrevino de un modo inesperado y sin que imaginara, en aquel momento, que una nueva editorial que se lanzaba al ruedo pocos meses antes pudiera optar a la publicación en castellano de sus memorias. Al poco siguió la publicación del cancionero, en edición bilingüe, y el no menos irresistible «Scrapbook», que también tuvimos la suerte de publicar en aquel inolvidable 2005. Los delirios poéticos de esa inclasificable ópera prima, «Tarantula», acabarían formando el conjunto de la obra conocida, en prosa y en verso, hasta aquella fecha. Pero aparecería también, en las entrañas de su desván, años después, el manuscrito perdido del poemario perdido, que compuso en su peregrinación a la costa oeste, «Hollywood Photo-Retoric», compuesto en compañía del fotógrafo Barry Feinstein; y con el que poníamos fin a tan trepidante aventura, que pronto reemprenderemos. Como decía, los defensores del canon no se han prodigado en elogios cuando alcanzó las redes la noticia del fallo y no han sido pocos los colegas que han animado la polémica suscitada por tan sorprendente reconocimiento –para propios y extraños–. La canción, en mi modesta opinión, tiene su discreto lugar en el Parnaso, y al margen de ciertas consideraciones trasnochadas y clasistas, no alcanzo a comprender qué nos puede impedir disfrutar de la obra de este alumbrado poeta y prosista. Les invito a que no dejen de hacerlo.

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