Las cartas de la «pachanga de compadres» que dieron forma al Boom
Un volumen recoge las cartas que se intercambiaron Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez
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El Boom, ese fenómeno editorial y literario que se produjo entre finales de la década de 1950 y mediados de la de 1970 y que alcanzó su punto máximo durante la de 1960, fue, antes que nada y entre muchas otras cosas, un movimiento, sí. Pero también, como se señala en el prólogo de este volumen que a partir de ahora más que un libro es un documento y un testimonio, un momento. Y un momento clave en la historia de América Latina y del mundo y de la literatura que nunca más volvió, ni volverá, tal vez, a repetirse.
Preparado por cuatro especialistas en literatura latinoamericana como Carlos Aguirre, Gerald Martin, Javier Munguía y Augusto Wong Campos, «Las cartas del Boom» reúne doscientas siete cartas (de las muchas que seguramente se han escrito y perdido) que se intercambiaron Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, cuatro escritores de cuatro países distintos unidos por la amistad, por la literatura y por la vocación política, y que constituyeron la mesa oficial del Boom: cuatro compadres que participaron de un encuentro lúdico y festivo que atravesó ciudades y países, y en el cual parecían estar siempre de «pachanga». Ordenadas de manera cronológica, pero no agrupadas ni separadas según los remitentes, las cartas (a las que también se agregan algunas postales, faxes y telegramas) tienen el atractivo de ser, en conjunto, el reflejo de una conversación fecunda y amistosa.
Una conversación que comenzó como un diálogo pero que enseguida pasó del singular al plural y se convirtió en un coro de cuatro voces que cantan en simultáneo y cada uno a su manera. «Fue muy agradable y muy extraño a la vez. Algo fuera del tiempo», dijo una vez Julio Cortázar al recordar la época del Boom, un término acuñado por Luis Harss en 1966 en un artículo publicado en la revista «Primera Plana» de Buenos Aires y que comenzó, según los editores de este libro, con una misiva que Carlos Fuentes le envió a Cortázar el 16 de noviembre de 1955 para pedirle una colaboración en la publicación que codirigía: la «Revista Mexicana de Literatura».
Los cuatro novelistas trazaron el mapa y la historia de un mundo, de un continente, de un país
Fuentes era joven. Tenía menos de treinta años. Y autor de un solo libro, «Los días enmascarados», pero era también un entusiasta con vocación cosmopolita. Cortázar, por su parte, ya había pasado los cuarenta años, era un autor de culto por los cuentos de «Bestiario», vivía en París, donde se ganaba la vida como intérprete, pero conservaba un espíritu lúdico y juvenil, lo cual no impidió, sino todo lo contrario, que la llama de la amistad entre ambos escritores, aunque se trataran de usted, se encendiera de repente y, con ella, de algún modo, también el Boom.
Fue en París donde, a finales de 1958, un joven Vargas Llosa conoció personalmente a Cortázar y, entre ambos, surgió una amistad que estuvo unida por el hecho, como refirió alguna vez el autor de «Rayuela», de que era mejor ser nadie en una ciudad como París, que lo tenía todo, en lugar de lo contrario. Ese germen amistoso, en todo caso, se completó un tiempo después con el encuentro entre Vargas Llosa y Carlos Fuentes en Ciudad de México en 1962 y, un año más tarde, con el encuentro entre ambos en París.
Gabriel García Márquez, que conocía a Carlos Fuentes desde 1961, no tardó en sumarse y, poco a poco, el intercambio epistolar entre estos cuatro grandes escritores no hizo más que crecer y dar paso, sin que ellos lo supieran, a un fenómeno fecundo en el que la literatura latinoamericana apareció como algo nuevo, interesante. Una literatura, además, que no nació sólo del talento de sus escritores, sino también de la amistad que había entre ellos. Aunque el libro intenta abarcar la mayor cantidad de años del Boom (como corolario hay una entrevista de Vargas Llosa a Cortázar, además de un texto crítico del escritor peruano sobre «Blow-Up», la película de Antonioni inspirada en el cuento de Cortázar «Las babas del diablo») su parte central la forma el período que va desde 1955 hasta 1975, un tiempo en el que esta «pachanga de compadres» vivió sus momentos de mayor intensidad, tanto en términos literarios como políticos.
Ofrecieron, con novelas abiertas, intensas, modernas, totalizantes, una identidad nueva
La lectura de las cartas permite rastrear esos momentos (a veces dramáticos, a veces cómicos, otras veces las dos cosas) en los cuales los cuatro novelistas trazaron el mapa y la historia de un mundo, de un continente, de un país, y ofrecieron, con novelas abiertas, intensas, modernas, totalizantes, una identidad nueva a eso que se llama América Latina. El Boom, como se desprende de las cartas, no supuso únicamente un montón de buenos libros que se escribieron en un momento determinado, sino también la presencia de América Latina en el resto del mundo. Como le escribió Fuentes a García Márquez desde París en abril de 1966, en aquel tiempo, como escritores, tenían, «por primera vez, todo por decir, todas las maneras para decirlo y también todo el polo receptivo internacional». Y también le escribió otra carta después de haber terminado de leer la primera mitad de una novela que García Márquez le había enviado y a la que, además, le puso el título de «Cien años de soledad». El año clave es 1968. Un año bastante copioso en intercambios epistolares, dado que, en marzo, Fuentes se sumó a Vargas Llosa como ganador del Premio Biblioteca Breve y, en julio, Vargas Llosa se alzó con el Premio Rómulo Gallegos por «La casa verde».
Las cartas, leídas ahora, resultan un testimonio valioso de la amistad que unió a estos escritores, pero también de los momentos históricos y políticos que, en algunos casos, los unieron, y, en otros, los situaron en posiciones irreconciliables. Su identificación con el socialismo y con la Revolución cubana los marcó, para bien o para mal, profundamente. No es extraño que el ocaso del Boom comenzara a asomarse en el horizonte al tiempo que sus posturas respecto a la Revolución cubana dejaban de ser unánimes.
El Boom, como lo testimonian estas cartas, empezó a resquebrajarse, de alguna manera, a raíz de los desencuentros políticos de esos años, aunque terminó de deshacerse del todo tras varios golpes que, como afirman los editores, volvieron contemporáneos en la desgracia a todos los latinoamericanos: el golpe que significó el encarcelamiento de Heberto Padilla en Cuba en 1971, el golpe de Estado de Pinochet en Chile en 1973, el puñetazo que Mario Vargas Llosa le propinó a García Márquez en una sala de cine en Ciudad de México en 1976 y que puso fin a una amistad, y el golpe cívico-militar que se produjo en Argentina en el mes de marzo de ese mismo año.
La pachanga, desde entonces, ya no sería la misma, aunque tuvo, como toda pachanga, un colofón, un fin de fiesta, según los editores, con las cartas que se enviaron una vez acabado el Boom, como las felicitaciones a Gabriel García Márquez por haber recibido el Premio Nobel en 1982 y otras más, esporádicas, a veces breves, pero que, a pesar de los años, conservan aquel espíritu fraterno y amistoso que impregnó un movimiento literario llamado Boom y que, en un momento determinado de la historia, cambió para siempre el destino literario de América Latina.