Casi diez minutos de aplausos en medio de una montaña helada
Noche de estreno, sí, pero ¿éste es uno de los más grandes que haya acogido esta casa? Muy discutible. ¿El que ha levantado mayor expectación? Sin duda. Treinta y un medios extranjeros acreditados para la noche de la puesta de largo y una lista de casi una veintena de representantes de las principales instituciones operísticas: de la Moneda de Bruselas, de la English National Opera, la de Zúrich, de Filadelfia, el director general de la ópera de Fráncfort, los responsables del Teatro Aachen de Alemania, el director de la Ópera de Basilea, de la de Vancouver, Santa Fe, del Festival de Ámsterdam. Mortier sabía, cuando se trajo a Madrid en la maleta el proyecto que no pudo estrenar en Nueva York, que éste, el de ayer, era una apuesta suya. Lo que ignoraba es que sería el último en el Real que llevaría estampado su sello. Ya no es director artístico del coliseo. Su cargo desde hace unos meses es el de asesor. El ambiente se ha caldeado en los días previos al estreno y el foco vuelve a estar sobre él. Libra una dura batalla contra un cáncer de páncreas. Está delgadísimo. Nadie sabe de dónde saca la fuerza y el brío para asistir a una rueda de Prensa, pero ahí está, con fiebre o sin ella, dolorido. «El público del estreno no decide la carrera de una ópera», asegura. Él lo pudo ver ayer, sentado desde un palco. Hubo aplausos, sobre todo para los cantantes (el barítono rubio que da voz a Ennis del Mar lanzó un beso de agradecimiento al patio de butacas), incluso bravos. Una acogida correcta que no llegó a los diez minutos de aplausos. La escritora Annie Proulx y Charles Wuorinen, el compositor, recibieron las salvas del público, con fuerza, pero sin apoteosis, en su medida justa. Mortier había dicho el lunes que esperaba que después de tres años (los que ha estado al frente del coliseo) el público hubiera cambiado y no se escandalizara por lo que pudiera ver en escena. Y es que tampoco hay un solo elemento que pueda hacer temblar los cimientos de nada. Daba la sensación, como en la enorme Brokeback Mountain que preside una buena parte del desarrollo de la ópera, que hacía un poco de frío. Pocas caras conocidas, muy pocas, a diferencia de otros estrenos con menos campanillas, y una avalancha de medios extranjeros que han hecho que se quede corta la expectación que generó Haneke con Mozart.