Científicos de EE.UU. descubren que nos enfrentamos a una nueva crisis medioambiental: la salinización
La tierra, el agua y el aire se están salinizando por culpa de la acción humana y eso puede tener consecuencias en nuestra salud, nuestra economía y la supervivencia de otras formas de vida
Por si no tuviéramos ya suficientes catástrofes medioambientales de las que preocuparnos, un nuevo estudio suma la sal a la lista. Por lo visto, la actividad humana está alterando el ciclo de la sal, el viaje que hace esta sustancia de la atmósfera a los océanos y viceversa. No suena tan preocupante como el aumento de los incendios, el cambio climático o la pérdida de especies, pero eso es porque no nos hacemos una idea del impacto que podría tener. Si esta disrupción del ciclo de la sal continúa, podría haber consecuencias graves para nuestra salud, nuestra economía y, sobre todo, otros seres vivos.
El estudio, publicado en la revista Nature Reviews Earth & Environment y dirigido por el Profesor de Geología de la Universidad de Maryland, Sujay Kaushal, es incluso más contundente y llega a afirmar que ya estamos salinizando el agua, el aire y la tierra, y que si no ponemos remedio el problema de la sal podría llegar a suponer una amenaza para nuestra existencia. Una “amenaza existencial” tal vez sea una predicción muy radical, pero tenemos que ser cautos y, ante la duda, preocuparnos, porque en ello nos va la existencia. Así que, comencemos por el principio y aclaremos qué es eso del ciclo de la sal.
El ciclo de la sal
En el planeta hay masas de agua saladas y otras dulces, pero no están separadas entre sí. Todas forman parte del ciclo del agua. El agua de los mares se evapora, se condensa formando nubes y finalmente cae sobre las montañas por diferencias de temperatura, derramando lluvia que acaba volviendo a los mares de una forma o de otra. Está claro cómo el agua salada de los mares puede volverse dulce en las nubes, y es que las sales no se evaporan en las mismas condiciones que el agua, por lo que no llegan a ascender. De hecho, la evaporación y posterior condensación es uno de los métodos más rudimentarios que conocemos para potabilizar el agua salada. Ahora bien… ¿En qué momento se vuelve a salar el agua de la lluvia para obtener las concentraciones que vemos en el agua de los océanos?
Pues bien, ya Edmond Halley, en el siglo XVII, supuso que los ríos, del mismo modo que arrastraban hojas desde las montañas a las costas, podían arrastrar muchas otras cosas, como las dichosas sales. La lluvia es ligeramente ácida, lo suficiente como para disolver algunas estructuras geológicas de la superficie terrestre a medida que corre sobre ella. Así pues, los ríos liberan los minerales que hay en estas estructuras (como las sales) y los arrastran al mar, donde se concentran. Y da la casualidad de que el principal causante de la acidez de la lluvia es el dióxido de carbono, uno de los principales gases de efecto invernadero. Así que, cuanto más contaminamos, las sal robamos de la Tierra y más salinizamos los mares. Pero hay más.
El gran peligro del que nos alerta este artículo es, sobre todo, nuestro uso del terreno. La agricultura, la construcción, el tratamiento de agua y carreteras, y otras actividades industriales también pueden intensificar la salinización, lo que perjudica la biodiversidad y, en casos extremos, puede hacer que el agua potable sea insegura. Podemos desalinizarla, por supuesto, pero se trata de un proceso contaminante y muy costoso, por lo que podría afectar a nuestra economía. Aunque, el principal problema parece ser el uso de sal para evitar el hielo en las carreteras. En EE.UU. entre 2013 y 2017, el 44% de la sal consumida se destinó a este propósito.
Las consecuencias ya son palpables medibles. La salinización causada por el ser humano afectó aproximadamente 2.5 mil millones de acres de suelo en todo el mundo, un área del tamaño de Estados Unidos. Los iones de sal también aumentaron en arroyos y ríos en los últimos 50 años, coincidiendo con un aumento en el uso y producción mundial de sales. La sal incluso ha infiltrado el aire. En algunas regiones, los lagos se están secando y enviando plumas de polvo salino a la atmósfera. Nuestra mejor baza consistirá en limitar el uso de sal en las carreteras, pero para ello tendremos que encontrar una alternativa suficientemente buena. Porque el hielo sobre el asfalto también tiene sus peligros, como el aumento de los accidentes de tráfico, el corte de carreteras y todos los problemas de transporte que ello puede conllevar, aislando pueblos y dificultando el transporte de bienes de necesidad básica, ambulancias, etc. Así que sumemos esta preocupación a nuestra ya galopante “ecoansiedad”, cruzando los dedos porque el futuro sea algo más soso que el presente.
- Aunque el dióxido de carbono siempre haya estado ahí, en nuestra atmósfera y que sus concentraciones hayan sido incluso mayores que ahora, no significa que debamos despreocuparnos. El problema no es solo su concentración, es la velocidad con la que está cambiando y sus efectos, para los que tal vez sí estaban preparadas otras formas de vida, pero no nosotros, que nos hemos adaptado a condiciones climáticas y químicas diferentes. Por ejemplo, sabemos que las concentraciones de dióxido de carbono subieron bruscamente en otros momentos de la historia de la Tierra y, de hecho, ha estado relacionado con extinciones masivas, en parte por el cambio de las condiciones químicas de mares y océanos.
- Dodson, S. I. Limnology. Academic Press, 2010.
- Halley, Edmund. “An Account of a Surprizing Meteor Seen in the Air March 6, 1713/14.” Philosophical Transactions of the Royal Society of London 29 (1714): 146-149. doi:10.1098/rstl.1714.0031.