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Batallas culturales

Claudia Cardinale y la decadencia del cine europeo subvencionado

Si la política cinematográfica continúa el mismo rumbo que hasta ahora no hará brillar el talento fuera de nuestras fronteras

Claudia Cardinale REMITIDA / HANDOUT por CMMEDIA Fotografía remitida a medios de comunicación exclusivamente para ilustrar la noticia a la que hace referencia la imagen, y citando la procedencia de la imagen en la firma 24/09/2025
Claudia Cardinale en "El fabuloso mundo del circo"CMMEDIAEuropa Press

El pasado día 23 de septiembre recibimos la triste noticia de la muerte de uno de los ídolos del cine de los años sesenta y setenta. La celebérrima actriz italiana Claudia Cardinale fallecía a los 87 años en Nemours, una localidad cerca de París, en la que había vivido sus últimos años. Su vida estuvo llena de éxitos y protagonizó películas que han marcado la historia del séptimo arte como «El Gatopardo» (1963) u «Ocho y medio» (1963) entre muchas otras. Esta musa del cine italiano deja tras de sí un legado imborrable y, sobre todo, irrepetible.

Su muerte, aparte de lo trágico que es ver la caída de ídolos como ella o Robert Redford, nos deja un extraño sabor de boca. Ella, junto con grandísimos directores como Fellini, Leone o Pasolini marcaron un antes y un después en el cine europeo y mundial. Pese a ser películas de bajo presupuesto, muchas veces realizadas por productores independientes o con fondos gubernamentales, fueron capaces de alterar el funcionamiento de la industria del cine global. Por un «Puñado de Dólares» (1964) filmado con poco más de 200.000 dólares por Sergio Leone, nada tiene que envidiar a Río Grande (1950), filmado con más de un millón y siendo una de las mayores producciones de la época. El talento natural de estos directores y actores que, además, recibieron el apoyo de sus gobiernos, fue capaz de situar al cine europeo no sólo como una especie de referencia culteranista o alternativa, sino que miraba de tú a tú al cine comercial hollywoodiense.

No obstante, esto parece que se ha acabado. Durante las últimas décadas resulta verdaderamente complicado situar películas europeas entre las más taquilleras o relevantes del cine mundial. Si bien es cierto que existen algunas honrosas excepciones, tales como «28 días después» (2003), «Canino» (2009) o «Ágora» (2009) en general se ha perdido la relevancia y los golpes de efecto de las películas internacionales-como denomina la academia norteamericana a cualquier producción fuera de sus fronteras- se ha desplazado a Asia y el cine coreano.

Pero esto no parece ser un motivo de falta de talento de los realizadores europeos ni mucho menos, sino que existe una causa puramente política. Las productoras independientes europeas denunciaban hace pocos días que el nuevo plan MEDIA+ de la Unión debilitaba todavía más un tejido empresarial ya de por sí complicado, al favorecer más en las ayudas a grandes producciones y, sobre todo, priorizar a inversores extranjeros frente a la producción local y puramente europea.

Esto mismo es denunciado al hablar de las financiaciones concretas, siendo España un caso particularmente llamativo. Y ciertamente el cine español gana ligeramente más dinero del que invierte, destinó 117 millones y recaudó 147 en el año 2023. El problema es que las ayudas son repartidas, tanto en Europa como en España, a los sospechosos habituales. Ciertos directores y productores con especial cercanía a los políticos de turno que consiguen realizar decenas de proyectos durante años sin que estos tengan ni especial relevancia, ni destacada habilidad artística. Esto resulta doblemente dañino, pues no sólo favorece a unos frente a otros- ya de por sí injusto- sino que además, al ser producciones pseudo gubernamentales, reciben apoyo de los gobiernos opacando la capacidad de otras producciones de alcanzar el éxito.

La particular pescadilla de este sector es que la ayudas, al mismo tiempo que deberían favorecer el surgimiento de nuevos talentos, muchas veces ahogan a ciertas productoras o las hacen completamente dependientes de los fondos públicos, impidiendo que exista una verdadera industria cinematográfica como puede ser la norteamericana o, aunque a algunos sorprenda, la de Bollywood. La falta de necesidad de ser rentable así como no poder acceder a ciertas ayudas limita enormemente la posibilidad de crecimiento de esta industria que, paulatinamente, va perdiendo terreno en los últimos años frente al cine de otros lugares.

La muerte de Cardinale, al final, más allá de lo trágico, nos recuerda aunque sea por un momento el tiempo en el cual el cine europeo marcaba escuela. El momento en el que nuestras producciones, si bien pequeñas, por talento de sobra y gracias al apoyo institucional útil, lograban mirar a la cara a la gigantesca industria de Hollywood. Esta situación debe solucionarse para que haya otras Cardinales, para que los mitos europeos del cine no desaparezcan en los próximos años.