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«Cónclave»: Chesterton le diría un par de cosas a Edward Berger

Tras triunfar en los Óscar con «Sin novedad en el frente», el director alemán comanda una producción internacional que opta a seis Globo de Oro para contar los secretos vaticanos en una intrigante y morbosa película

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Se le atribuye a G.K. Chesterton –ese diccionario surtirdor de sentencias católicas e ingeniosas– aquella suerte de aforismo apócrifo que viene a decir que en el momento en que se deja de creer en Dios se empieza a creer en cualquier cosa: ya sea en un profeta de las criptomonedas, en un mercachifle del coaching o en un santuario de ánades. Y en una sociedad dogmática, la nuestra, dispuesta a abrazar cualquier causa y elevarla mediante el sacramento a una religión laica, un mensaje como el que transmite el director alemán Edward Berger en su película «Cónclave» –basada en la novela homónima del británico Robert Harris– tiene todas las papeletas de ser recibido con palmas y ramas de olivo a su llegada a los cines de todo el mundo, desde Melbourne hasta Cinesur Bahía de Huelva. Porque como el propio cineasta considera: «Lo mejor de la película es su condición universal y humana». Quizá, el gran acierto de la historia –si lo que pretende es hacer taquilla– es bajar lo divino hasta el piso de lo mundano. «Los cardenales son humanos, no son santos», dice Berger, situando de manera populista a Juan Pablo II en el mismo plano que al voluntario de Médicos sin Fronteras que te para por la calle cuando vas con más prisa. 

Con ese morbo que produce embrear a los todopoderosos «vaticaners» y sentarlos a la mesa de las bajas pasiones humanas echándose sus pitis en los patios de la Santa Sede, consultando cómo ha quedado el Nápoles en la app del Smartphone, y, sobre todo, cediendo a los pecados de la carne, más poco hecha que al punto.

Último patriarcado

«El dogma en el que cree no es católico, sino progresista», escribe resumiendo todo esto en una sentencia el crítico de «The Atlantic» en relación a quien dirigiera previamente la oscarizada «Sin novedad en el frente». «La Iglesia Católica es el último patriarcado del mundo», afirma sin rubor, pero con una amabilidad notable y un inglés sobresaliente, el director germano, quien no oculta su filiación protestante, explicando así muchas cosas.

«Hay que debatir algunas cuestiones como la presencia de mujeres en el seno de la misma o el propio celibato», abunda Berger mientras en la cabeza de uno todavía resuenan los ecos de lo del último patriarcado, ¡el comandado por Bergoglio!, como si el hiyab, el sanedrín o la FIFA fueran reinos de otro mundo, por decirlo bíblicamente.

«Intento capturar el espíritu de nuestro tiempo: por eso hablo de raza, sexo, terrorismo y asuntos de género en ‘‘Cónclave’’», prosigue el cineasta en su línea de ademanes suaves, de prosodia agradable, socialdemócrata. «Hay que abrir las ventanas», asevera este; un castizo diría que corra el aire. «Algo empieza a interesarme, a picarme, cuando veo una puerta cerrada que me impide entrar y no puedo saber lo que pasa dentro», comenta respecto a la motivación para llevar a cabo este largometraje protagonizado por Ralph Fiennes. «No espero una respuesta del Vaticano, aunque estoy seguro de que dentro de sus muros los cardenales comentarán la película», predice Edward Berger. Además, confía en que no enfadará a ningún religioso «porque no es una historia cínica, sino humana».

Juego de poder

Quitados los ropajes de la religión y de la política, «Cónclave» es en su esqueje, como bien define su director, «básicamente una lucha de poder, un juego de ajedrez dentro de los muros del Vaticano». Matiza, a continuación, lo de la universalidad de la historia, asegurando –por más increíble que resulte– que «‘‘Cónclave’’ no va de religión». «Trato de abordar, que es lo que me interesa, los juegos de poder a puerta cerrada trasmitiendo una sensación de claustrofobia», agrega.

«Las dinámicas que se generan en torno al acceso al poder son similares en cualquier entorno, ya sean políticos, empresariales e incluso periodísticos», explica el director de la cinta, quien tomando con referencia la citada novela del autor británico, confiesa haberse inspirado «en los thrillers políticos de los años 70 como los de Alan J. Pakula». Entretener, entretiene. Que es lo que se le pide a una ficción. «El reto mayor que me ha planteado la película ha sido mantener mi sello personal en una historia como esta. Aunque lo que más me ha preocupado es, sin duda, conseguir un producto entretenido, casi divertido», responde el cineasta germano sobre el afán de «Cónclave».

Misterio vaticano

Es cierto que este misterio vaticano, este relevo del heredero de San Pedro, siempre envuelto en el humo de la fumata blanca, ya fue recientemente tratado con maestría por Paolo Sorrentino en su serie «The Young Pope», seguida de su secuela «The New Pope». Esto no hace sino restar impacto, amortiguar la intención de epatar, de la cinta que hoy se estrena. La técnica del diablo cojuelo de destapar la basílica de San Pedro retirando su cúpula para fisgonear bajo la sotana ya fue cogida por el cineasta napolitano. Este, además, desde su cultura católica, y pese a lo transgresor de su propuesta, tiene más respeto y menos rencor porel Misterio de la Iglesia, por esa fe que va perdiendo el protagonista de «Cónclave», el cardenal Lawrence.

Frente a la propuesta estética de Paolo Sorrentino, el cineasta Edward Berger pone el peso en la ética; una ética sometida a la volátil hegemonía de los tiempos, que sermonea desde el púlpito de la superioridad moral a la milenaria Iglesia Católica, impasible a tantas imbecilidades, como el guasón de Chesterton.