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La libertad eterna de Jonas Mekas, el don Quijote de nuestra era

Mireya Hernández retrata en su libro «Jonas Mekas. El paraíso recobrado» (Zut) la vida y obra de un cineasta crucial

El cineasta Jonas Mekas, en 1971
El cineasta Jonas Mekas, en 1971Archivo

Quizá el mayor reto del arte es el de difuminar hasta borrar esa línea que separa creación y vida. El de, según decía el guionista Cesare Zavattini, transformar la realidad en una historia, en lugar de inventar historias que se parecieran a la realidad. Y en esto, detalla Mireya Hernández, el cineasta lituano Jonas Mekas (1922-2019) fue un maestro. Un creador que no se debía a lo banal, sino a lo verdaderamente vital. «Era un hombre muy genuino que no decía nada para epatar ni para caer bien, le traían sin cuidado las modas y no le importaba dar su opinión, muchas veces controvertida, sobre cualquier tema. Era un hombre libre. Y esa libertad y lo que hizo con ella, en su vida y en su obra, me atrajo desde el principio», explica a este diario Hernández. Esta autora, licenciada en Filología Inglesa y con estudios en periodismo, guion de cine y audiodescripción, ha publicado un homenaje literario hacia el director de cine: «Jonas Mekas. El paraíso recobrado» (Zut). Es una especie de canto escrito que busca potenciar la figura de un cineasta crucial, autor de títulos como «Walden» (1969) o «Lost, lost, lost» (1976), del que poco se habla, y del que más se debería conocer. «Hay un grupo grande de gente que valora su trabajo, pero también hay muchísima que no sabe quién es ni lo que hizo por el cine independiente», asegura la autora, «sin personas como Mekas, que montó la revista ‘‘Film Culture’’ en el 54 o que ayudó a Warhol a grabar su primera cinta, no habrían surgido cineastas que ahora admiramos, como Jim Jarmusch o John Waters».

Si bien Mekas hizo «tantas cosas por los demás y por el cine no comercial», apunta la autora que «su obra no es para todos los públicos. Habrá quien no conecte con su sensibilidad. No es un cine fácil». No obstante, es firme defensora de que su vida y obra es un gran viaje y un auténtico aprendizaje. Por las páginas de su libro, Hernández dialoga con el cineasta retratando a su vez a personajes de la cultura y contracultura del último siglo, así como a santa Teresa, Petrarca... y muchos desconocidos. «Mekas no era un esnob, él mismo decía que era un campesino lituano. Se relacionaba con todo tipo de gente», explica la autora. Y si algo hace que su figura esté aún más viva es, dice Hernández, su perfil de «idealista, era un poeta, una especie de Quijote de nuestra era. Al indagar sobre él te das cuenta de lo poco que has aportado al mundo, y también de lo mucho que te quejas. En una sociedad que se mira tanto el ombligo es importante reivindicar figuras que apuestan por los demás».

Una Europa hecha trizas

Al conocer a Mekas uno se topa, por tanto, con arte, cine «underground», libertad, poesía y, cómo no, historia: «No habría sido quien fue sin la guerra y los totalitarismos», asegura la escritora. En su libro, era «fundamental insistir en su empeño por ‘‘hacer lo que hay que hacer’’, como solía decir él. Si había que defender a un vecino socialista y ateo al que acusaban de ser el mismo demonio, lo defendía. Si había que introducir una película prohibida en Nueva York para que se pudiera ver aunque eso le costara varios juicios y horas preso, lo hacía. Por eso era importante dejar claro de dónde venía, cómo esa libertad que persiguió siempre nace de la falta de ella, y cómo el horror de una Europa hecha trizas no lo convierte en un cínico ni en un resentido, sino en un ser profundamente vitalista que habita en el presente y mira hacia el futuro». En definitiva, un hombre, como ya pocos quedan, que sabía creer en la humanidad.