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Andy Warhol o cómo el hombre se hizo marca
El experto Jean-Nöel Liaut publica en España una exhaustiva y controvertida biografía sobre el artista, que ahora centra la actualidad debido a que una de sus obras, la dedicada a Marilyn Monroe, podría venderse por 200 millones de dólares
La nueva biografía sobre Andy Warhol escrita por Jean-Nöel Liaut obliga a plantear una pregunta de partida: ¿queda algo más que decir sobre el icono y líder indiscutible del arte pop? La respuesta solo puede ser afirmativa. Y así lo es por dos motivos principales: de un lado, las propias características del «personaje Warhol», más proclive a trazar una biografía de interrogantes que de respuestas; y, de otro, la fortuna histórica de su obra, que, en la actualidad, parece haber alcanzado un nuevo pico de éxito.
Con respecto al primero de los aspectos señalados –atinente al «personaje Warhol»–, hay que afirmar que la suya fue la historia de un solitario en el epicentro de los excesos de la fama. Conforme Warhol dejaba de ser un cotizado ilustrador de revistas como «Vogue» o «Harper’s Baazar» para convertirse en el gran icono cultural de los 60, la necesidad de construir un personaje que le sirviera de pantalla y le protegiera del voraz ecosistema generado a su alrededor se hizo apremiante. Una peluca plateada que ocultara su calvicie, gafas de sol con cristales oscuros e impenetrables, una delgadez extrema asegurada a base de pastillas y una piel pálida –casi vampírica– reforzada por una capa de maquillaje facilitaron un efecto de distanciamiento con respecto a todo lo que le rodeaba que agigantó la mística y el misterio de su personalidad.
Construcción de una imagen
Warhol tenía la habilidad de ser el centro divinizado por cada una de las «Superstars» que frecuentaban The Factory, y al mismo tiempo ocupar el papel de observador privilegiado, retirado a los márgenes de cada uno de los happenings diarios que se desarrollaban en su estudio. Utilizó su enigmático personaje para distanciarse del mundo y acrecentar así el deseo de su cohorte de fieles por obtener su inmediatez. Además, si Joseph Beuys dejó para la historia la idea del «silencio de Duchamp», no menos sugerente para los hermeneutas de Warhol resultó su silencio. Como señala Luaut, «la mayor parte del tiempo, Andy permanecía silencioso, como ausente, pero de vez en cuando salía de sus labios una observación sibilina pronunciada con su “voz Bouvier”. “Pienso que todo el mundo debería ser una máquina”», declaró a «Art News» en noviembre de 1963. ¿Se refería a un rechazo a sentir emociones? ¿Se trataba de un simple guiño a la serigrafía? Todos se hacían estas preguntas, pero él no añadió nada más. El silencio de Warhol contenía un gran componente de estrategia y muchas enseñanzas de la historia: cuanto menos hables, más hablarán de ti. No menos importante resulta –a la hora de comprender la reactualización continua del «mito Warhol»– las diferentes coyunturas favorables que ha conocido el destino histórico de su obra.
El momento actual es uno de esos contextos excepcionales que favorecen el crecimiento de su mística. Hace unas semanas, Christie’s, dio a conocer que en mayo subastará la obra «Shot Sage Blue Marilyn» (1964), de Warhol, con un precio estimado de 200 millones de dólares. El impacto de esta noticia ha hecho temblar los cimientos del mercado del arte: en primer lugar, supondría el remate más alto de la historia por detrás de los 450 millones de dólares del «Salvator Mundi», de Leonardo; en segundo, implica un súbito e inesperado repunte de la cotización de Warhol después de varios años de decrecimiento; y, en tercero, se trataría de la transformación del «pop art» en una burbuja económica de proporciones semejantes a aquella en la que se convirtió el Impresionismo a finales de los 80 y principios de los 90.
Un nombre en alza
Desde 2013 –año en el que su «Silver Car Crash» se vendió en 105 millones de dólares–, su cotización se había visto superada por la de esa generación de pintores de los 80 que él apadrinó. Así, mientras el total de ventas por subastas de obras de Warhol alcanzó el año pasado un total de 347,6 millones de dólares, la pintura de Basquiat llegó a los 439,6 millones. Warhol ha languidecido en el limbo de los artistas consagrados cuyo mercado se convirtió en más o menos previsible. El anuncio de Christie’s relanza su mitología, lo sitúa en el centro del panteón de los elegidos, trastoca todas las previsiones.
Una de las cuestiones más interesantes que plantea Liaut, y que ha dividido a los estudiosos de Warhol, es elucidar si su producción supuso una apología de la sociedad de consumo o el desvelamiento de su cara más oscura. Sus series sobre los accidentes de coche, las sillas eléctricas o los criminales más buscados suponen una poderosa disonancia con respecto a sus piezas más glamourosas y populares. Y, por qué no decirlo, sus trabajos más interesantes y densos, aquellos que quiebran la planicie del «pop art» y lo convierten en una orografía compleja. Warhol era una marca de alcance mundial, y él lo sabía. Pero, del mismo modo que cuidó mantener intacta el prestigio de dicha marca, no dudó en explorar las posibilidades del lenguaje visual. La nueva biografía redactada por Liaut vuelve a reabrir los muchos frentes que todavía permanecen sin aclarar sobre su vida y su obra. Warhol está más de actualidad que nunca.
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