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Perturbación en las aulas

Sébastien Marnier denuncia en su inquietante película, «La última lección», las consecuencias del cambio climático y la importancia de la educación.
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  • M.Moleón

    Marta Moleón

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Sébastien Marnier denuncia en su inquietante película, «La última lección», las consecuencias del cambio climático y la importancia de la educación.
En qué momento el ser humano decidió que no tenía nada que ver con la naturaleza. El director francés Sébastien Marnier plantea este debates abierto en el que ya es su segundo largometraje, «La última lección» –inspirado en la novela «La hora de la salida» del escritor Christophe Dufosse– a través de una historia inquietante y confusa que sitúa al cambio climático y a la educación como los principales responsables de la decadencia contemporánea.
«Un director siempre tiene su propia visión de la sociedad en la que vive. Pero al final todo es política. Cuando uno hace cine de autor, lleva a cabo un acto político. Incluso buscar el dinero para montarla también lo es. Como ciudadano, cuando veo películas que acaban convirtiéndose en discursos políticos didácticos me pongo nervioso. No me gustan. Es a través del entretenimiento como se puede transmitir un mensaje interesante y es ahí donde encuentro mi lugar», asegura Marnier acerca del estilo cinematográfico que ha decidido emplear para esta cinta. Un estilo que rescata elementos del «thriller» psicológico y pautas del realismo moralizante para, entre imágenes de catástrofes naturales y sucesos paranormales, reconstruir la tesitura de un profesor, Pierre Hoffman (Laurent Lafitte), quien tendrá que enfrentarse al rechazo explícito de parte de sus nuevos alumnos tras su precipitada llegada al colegio elitista de St Joseph. La sustitución de Pierre por el maestro anterior, quien en un arrebato de valentía cobarde decide quitarse la vida en presencia de los jóvenes, conllevará episodios hostiles y situaciones extrañas en las que el grupo de adolescentes obligarán al nuevo profesor a dudar de sus capacidades para ejercer la docencia y le empujarán a los límites de su propia conciencia hasta el punto de enfrentarle con sus temores más salientes.
Juventud perdida
El director admite que no le costó mucho prendarse de los actores protagonistas ya que «tenían una singularidad extraña y muy inquietante. En realidad son chavales muy divertidos, pero cuando se les filmaba, había algo opaco en ellos que les salía de forma natural. Tambien tenían un físico y unas caras particulares y sobretodo lo que más me gustó comparado con otros niños es que no pretendían seducirme. Ellos se mostraban tal y como eran y si me gustaba, bien, si no me gustaba, bien también. Ahora mismo los seis están rodando un montón de películas», comenta. Perturbación, violencia y denuncia se reúnen en una película que perfila los bordes de un mundo que en palabras del propio Marnier «es tan hermoso que ¿cómo podemos imaginar que los niños no tendrán acceso a él? Imaginar que personas en la Tierra podrían no admirar esta perfección me entristece mucho. Es algo que tenemos que preguntarnos colectivamente».