Cómo descolonizar las mentes de los directores de museos (o el caso de Solana y Urtasun)
Mientras la Fundación Thyssen se deja llevar por el posmodernismo, el Gobierno intenta reescribir la Historia de España
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Un convencido de las ideas de la neoizquierda al frente de una colección pictórica que en parte recopilaron dos hermanos nazis aprovechando sus privilegios en el Tercer Reich y el miedo de los judíos. Es lo que ocurre con la Colección Thyssen dirigida por Guillermo Solana, que ha ido en las listas de Sumar en las elecciones de junio pasado. La cosa tiene su comentario. Si en la actualidad se lleva la teoría crítica y el posmodernismo, ¿por qué no subirse al carro y quedar bien? Por eso van a celebrar una exposición basada en la ideología de la izquierda «woke» titulada «La memoria colonial en las colecciones Thyssen-Bornemisza», con el propósito de deconstruir el «eurocentrismo» y romper la «invisibilización» de los dominados. El objetivo no es que el visitante dé un paseo cultural por las salas del Thyssen, sino un «tour» de adoctrinamiento ideológico, cargado de moral victimista y de izquierdas. No van a pintar encima de las obras, sino que las resignifican con carteles (no es obligatorio leerlos, eso sí, ni examinan a la salida).
Su sueño es que el visitante salga sintiendo vergüenza de pertenecer a una civilización occidental explotadora, salvajemente capitalista, esclavista, machista y eurocéntrica. Sin matices ni contrapesos. No por casualidad esto es justo lo que defiende el ministro de cultura, Ernest Urtasun, jefe de partido de Guillermo Solana, en su plan de resignificar el patrimonio cultural español por ser políticamente incorrecto. El acólito de Yolanda Díaz dice que hay que «superar un marco colonial anclado en inercias de género o etnocéntricas que han lastrado la visión del patrimonio, de la historia y del legado artístico». ¿«Lastrado»? ¿Es que van caminando a algún sitio? Borja Sémper, vicesecretario de Cultura del Partido Popular, nos dice que «afirmar algo así denota un desconocimiento oceánico de los museos españoles y de la Historia de nuestro país». El ministro, afirma el popular, «trata de importar debates populistas o woke propios de otras latitudes de imposible encaje en España».

[[H2:La nueva mirada «woke»]]
Urtasun se defiende de esta acusación haciendo comparaciones con otros países: Portugal devolvió obras a Angola y Mozambique, y Francia hizo lo propio con otros países africanos. Como «descolonización», vale, pero ¿Perú y México, por ejemplo, fueron colonias de España equiparables a las citadas? No. Fueron virreinatos donde sus habitantes no eran ciudadanos de segunda como ocurría en los territorios coloniales portugueses o franceses. Es lógico, quizá, que esos países pidan perdón, ¿pero España debe sentir vergüenza por la civilización europea llevada a América, por las Universidades, los centros de salud, carreteras o catedrales? Para Javier Santamarta, autor de «Fake news del Imperio español» (La Esfera de los Libros, 2021), podemos lamentar las «atrocidades» que se cometieron, lógicamente, al igual que ya pasaba allí antes de la llegada de los españoles o hicieron otros imperios. Lo que no tiene sentido, dice Santamarta, es «ver el pasado con los ojos del presente».
La visión del pasado con la mirada «woke» actual, dispuesta a resignificar todo aquello que sea, según Urtasun, «una manifestación cultural producida bajo la presencia de un grupo foráneo dominante», nos lleva a conclusiones absurdas. ¿Hay que resignificar el acueducto de Segovia o la Alhambra de Granada desde la perspectiva de la descolonización? Alejandro Rodríguez de la Peña, catedrático de Historia Medieval, y autor de «La Europa de Dante» (El Buey Mudo, 2024), sentencia: «Es todo un dislate». El profesor se pregunta por el límite de la resignificación y la devolución: «¿Debe Italia devolver a Grecia lo que expoliaron los antiguos romanos a la Hélade?». La visión del ministro de Cultura, afirma Rodríguez de la Peña, está «aplicada a discreción y sin rigor académico».
No es legítimo que el poder te diga cómo disfrutar la cultura», opina Borja Sémper
La puntilla la ofrece José María Carabante, profesor de Filosofía del Derecho y autor de «La suerte de la cultura. Hacia una reconstrucción de la cultura y del hombre» (Ensayo, 2021). «El debate acerca de la descolonización -nos dice- no tiene en cuenta que las culturas viven de préstamos y de síntesis». Detrás de esa deconstrucción que apadrina el ministro Urtasun hay «resentimiento y revanchismo» con el propósito de «borrar de un plumazo la cultura occidental por razones políticas». Javier Santamarta saca una derivada interesante: quienes iniciaron la política de descolonización son los movimientos populistas de izquierdas para «tener un enemigo» al que culpar de su situación actual en la América española. El wokismo extendió esa idea al resto de Occidente, a sus Universidades, centros culturales y medios de comunicación, entre otros.
El fenómeno es universal, muy debatido y lleno de incertidumbres. ¿Beneficia a la cultura la política de resignificación ideológica impuesta por el Gobierno? Borja Sémper lo tiene claro: «No es legítimo que el poder te diga cómo puedes y cómo no puedes disfrutar de la cultura. El arte está para desafiarnos y para hacernos sentir, pensar y gozar. No para contentar obsesiones partidistas». Los museos, dice el popular, no tienen «relatos equivocados», no tienen la necesidad de descolonizar, sino de desarrollar sus proyectos de forma profesional.
La gran damnificada es la cultura con mayúsculas, como indica José María Carabante. La política de descolonización cultural y la «penetración de lo woke destierra el principal motor de la cultura», que es «la libertad de creación». El resultado, dice, será «un desierto sin vitalidad estética ni creativa», ajustado a los dictados del poder, sometido a la autocensura y a la cancelación, en un país donde Velázquez quiere ser cancelado por un tal Francisco Godoy, «experto» de Más Madrid, del conglomerado de Sumar, que tildó al pintor sevillano de «esclavista». Y ya puestos a «descolonizar», ¿por qué no pedir, por ejemplo, la devolución de Gibraltar, que es una colonia? Seguramente que las izquierdas dirán que esto es de «fachas», pero, como recuerda Javier Santamarta, «es lo que dice la resolución 1.514 de la ONU». A ver si ahora nos vamos a poner gallitos defendiendo las resoluciones de Naciones Unidas cuando benefician el discurso político de algún signo polítivo, como en el caso de Palestina, pero las enterramos si molestan.