Literatura

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Córdoba y Gala ya son uno

El libro, que adelanta LA RAZÓN, sobre la emblemática ciudad del escritor regresa veinticinco años después de su primera publicación en una edición ampliada y revisada.

«Salgo fatal en las fotos desde siempre», asegura Antonio Gala mientras camina por el jardín de su Fundación
«Salgo fatal en las fotos desde siempre», asegura Antonio Gala mientras camina por el jardín de su Fundaciónlarazon

El libro, que adelanta LA RAZÓN, sobre la emblemática ciudad del escritor regresa veinticinco años después de su primera publicación en una edición ampliada y revisada.

Cinco millones de ejemplares vendidos y más de quinientos premios en su haber. Al autor a quien ninguna disciplina literaria le es ajena, nos reúne para presentarnos su última obra «Córdoba de Gala» (Almuzara), «dedicada a la ciudad que si no existiera habría tenido que inventar». Lo dice él y está escrito de su puño y letra. Hace 25 años Córdoba se vistió de gala (por obra y gracia de Gala) porque así lo decidió el poeta, novelista, dramaturgo y ensayista. Ahora, un cuarto de siglo después, ampliada, acicalada y nutrida de más requiebros y reveses, Córdoba vuelve a ser protagonista de la pluma del cordobés más querido por el público lector. Una ciudad soñada en la distancia de La Baltasara (Alhaurín de la Torre), vivida entre sus adoquines y su mezquita, añorada en brazos de su ama Amalia, recreada en su imaginario como la Atenas de Pericles y amada, siempre amada. Porque «ser de Córdoba es una de las pocas cosas importantes que se pueden ser en este mundo». Así de rotundo se manifiesta el escritor, sin paños calientes y directo, y de tal suerte se dividen los distintos capítulos o denominaciones que conforman este volumen, aunque sus palabras no destilen solo miel. «A Gala le gustan su tierra y sus gentes, su sentido del humor y su manera de hablar, pero esa pasión también le aboca a mantener una actitud de denuncia amarga, dura y ácida con su ciudad», resume una de las personas que mejor y más le conoce, su antóloga.

Con esta reedición compilada y ampliada por Ana Padilla, «el escritor se convierte, una vez más, en profeta en su tierra. Le vemos hablar a Córdoba, ante Córdoba, contra Córdoba, bajo Córdoba, sobre Córdoba... Todas las preposiciones me sirvieron y me sirven para analizar la mirada de Antonio Gala a su amada ciudad», concluye quien me atrevo a llamar desde el respeto más profundo y el cariño que le profeso a una de las grandes «galólogas».

Los textos que integran este corpus literario no obedecen a una mera acumulación sino que deben ser entendidos como un todo continuo y «el hecho de sacarlos de su lugar original, renueva su significado», matiza Padilla, quien sentencia: «Dice que es escritor por destino y Córdoba forma parte de él mismo. Si no hubiera sido de esta ciudad, hubiera sido escritor, pero escribiría de otra manera».

Ingenioso y próximo

Y entonces aparece él, el autor de «Anillos para una dama» y «¿Por qué corres, Ulises?», el Premio Planeta, el Premio Nacional de Literatura... Ingenioso y próximo, aunque las fuerzas no le acompañen como quisiera. Con su modulado timbre de voz, sentencia: «Este libro y yo somos uno». Con su «Córdoba de Gala» (Almuzara) en las manos está viviendo uno de sus relatados sonoros momentos de tristeza y de alegría a un mismo tiempo. Esos instantes en los que vive intensamente de forma poco ruidosa. Una de esas literaturas que nos permite sentirnos a gusto, llegar a un sitio grato.

Está delgado y en su mirada se ha instalado un viento melancólico, parecido al de aquel niño que necesitaba la proximidad de su ama cordobesa. Lento en su expresión pero con la misma lucidez de siempre, bromea y se autoparodia: durante el posado, con motivo de cada instantánea de Óscar Córdoba, a causa del excesivo celo con el que le tratamos. Hay algo en su fragilidad y en su recién estrenada cercanía que le dota de mayor belleza a un hombre que siempre ha sido hermoso, categórico; responsable de la temperatura del ambiente, a la lorquiana manera. Mientras se le observa se tiene la íntima convicción de que coloca una vela a Dios y otra al demonio con la intención de saborear la existencia para resistir con quebradiza contumacia hasta el final. «Estar moribundo» –como él repite con sorna– le debe animar a vivir más y con mayor intensidad.

Me dirijo a los editores de Almuzara, Ana Cabello y Javier Ortega, cuyo trabajo ha sido excepcional. Es el segundo el que se expresa primero: «Gala, a pesar del correr de los años y los estragos de la enfermedad, sigue siendo el que siempre fue. Juega con su perro, y éste brinca y rebrinca junto a él, jubiloso. Cuando a un gesto suyo intento ayudarle a incorporarse del sillón en que está sentado, sus más cercanos, siempre atentos, le animan a permanecer en él, pero se ofende y se alza raudo, quejándose con su proverbial sorna de que le traten como a un anciano. Es Gala en estado puro; ingenioso, coqueto, mordaz. «Salgo fatal en las fotos, desde siempre», dice el autor de «La pasión turca». El fotógrafo se lo discute, pero uno de sus editores, Javier Ortega me susurra: «¿Te has dado cuenta de cómo le dedica una sonrisa beatífica, de franca indulgencia?». Gala, el hombre crítico que toda la vida ha dicho lo que piensa, lo que puede y lo que le da la grandísima gana, no está dispuesto a ser nadie distinto de quien es.

Damos un pequeño paseo por la Fundación, donde está su despacho y su casa cuando vive en Córdoba. Mientras, Sultán (así se llama el perro, un ratonero bodeguero andaluz heredero de sus afectos en la heráldica de Troylo) corretea hasta que llegamos al hermoso claustro: «¿Habéis visto un naranjo tan grande como éste?», dice Gala mientras se extasía en su contemplación, para concluir: «Está ya muy cargado, habrá que hacer algo...».

Su sobrino y director de la Fundación, José María Gala –tan correcto, elegante y culto como su tío–, comenta que el escritor conserva intacto su sentido del humor, su amor por los libros y su pasión por los jóvenes becados en la entidad: «Sigue igual que siempre, dedicando horas a la lectura y a seguir la actualidad. Le preocupa el proceso independentista, con el que siempre fue muy crítico, y se mofa de las meteduras de pata políticas de Trump».

Una ciudad nueva

En cuanto a los libros, nos dice que «amén de sus relecturas, sigue muy de cerca los logros de los escritores residentes como: María Zaragoza, Matías Candeira, Juan Gómez Bárcena...». Esta Fundación que comenzó siendo el sueño de Gala se convirtió en una realidad que ya tiene dieciséis años. «Es su vida», concluye... Y yo lo creo. Don Antonio sostiene entre las manos este texto en nuevo odre que es la nueva «Córdoba de Gala» –desde «Los papeles del agua», en 2008 o su «Quintaesencia» en 2012, nadie le había vuelto a ver. Se emociona. Le da las gracias a los editores con un tono sincero, cálido y verdadero. «No es un libro más para él –menciona Javier Ortega–, es su ofrenda a la ciudad que ama y venera, a la que se siente unido por un cordón umbilical nunca roto, y ya eterno». Ana Cabello, coeditora silenciosa y profunda, matiza desde la sobriedad que le caracteriza: «Como en un espejo, Córdoba se refleja en las palabras que Antonio Gala le dedica en esta obra. Ambos, ciudad y escritor, comparten carácter, misterio y luz. Una profunda admiración y una necesidad de encontrarse que queda reflejada entre los textos de esta ‘‘Córdoba de Gala’’, lectura indispensable para todos aquellos que quieran sentir este lugar como suyo». Es el libro soñado para cualquier editor. «Más aún si se es cordobés, como en mi caso. Se trata del autor contemporáneo más relevante que ha dado esta tierra», retoma su compañero Javier Ortega, y Ana Cabello asiente. Después de varios años apartado del escaparate público, y de superar con éxito un duro tratamiento –del que ya le han dado el alta–, se le ve feliz, sincero y con su sempiterno sarcasmo: «Sigo moribundo, porque la vida es estar muriendo y nada más». El hombre que asegura no haber pensado en él mismo un solo instante en tanto que siempre pensó en hacer feliz a alguien, dice haber cumplido con creces con su obra y con su vida. Su sinceridad le avala, sus verdades amables y antipáticas le refrendan... y poesía es ya el verdadero patrimonio que nos deja en legado a todo lector que le ama. Su carnoso verbo dijo una vez: «La muerte es parte de la vida. No creo en lo que haya más allá, simplemente nos acabamos. Somos animales y morimos, no nos espera ningún dios. Mis cenizas y las de la Dama de Otoño, la persona que más amor me dio (la condesa de Zumaya, que inspiró una de sus piezas teatrales) se esparcirán por los jardines de la Fundación.

De momento, no hay lugar para la tristeza. Su melodía misteriosa e introspectiva nos regala esta «Córdoba de Gala», que no deja ateos en las trincheras. Con la mano izquierda hace acordes, pero con la derecha acaricia las teclas de un piano hasta dar con esas pocas notas que generan una melodía misteriosa e introspectiva en la que se reconoce la verdadera literatura. Insobornable, corrosivo, tierno, erudito... El mejor de los galas posibles. El que todos conocemos y amamos.