Crítica de "Gladiator II": Ave Ridley ★★★ 1/2
Director: Ridley Scott. Guion: David Scarpa. Intérpretes: Paul Mescal, Pedro Pascal, Denzel Washington, Connie Nielsen, Fred Hechinger y Joseph Quinn. Fotografía: John Mathieson. Estados Unidos, 2024. Duración: 148 minutos. Acción.
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Esto del cine, de la crítica, es así. Nos ponemos pijoteros, eruditos (en una sociedad y una cultura que contemporizan a Shakespeare en una ópera y lo traslada hasta la II Guerra Mundial mientras suena rock en otra obra escrita en el Renacimiento y todo Dios tan tranquilo), y hay quien se pone negro o negra porque en la nueva «Gladiator» de Ridley Scott dos personajes toman café (o lo mismo quinina, visto cómo se las gastan) y sale un legajo que tal parece un diario. De primeras, gracias por hacer publicidad de un medio, el escrito, con menos futuro que el péplum, hoy de nuevo revivido.
Sí, claro, anacronismos de libro, errores históricos imperdonables, ¿pero no estamos en el todo vale mientras el mensaje sea el mismo? Pongamos solo un ejemplo: ganó once Oscar y era una película estupenda, pero su protagonista, Charlton Heston, que encarnaba a Judah Ben-Hur, lucía en el pecho la estrella de David, símbolo de la religión judía que no apareció en el siglo I d.C, porque la de seis puntas formada por dos triángulos equiláteros superpuestos comenzó a tener el significado actual en la Edad Media.
La dirigió William Wyler en 1959. Que de tonto no tenía un pelo. Como Ridley Scott. Un director con más tiros dados ya que una escopeta de feria y una trayectoria que comenzó en el firmamento y luego coqueteó con los pantanos y que un día se arremangó la camisa mientras pensaba: ¿cómo devuelvo yo a este mundo las batallas de la Antigua Roma con su protagonista muerto? La solución, sencilla: con la aparición del hijo, aunque él no tenga al principio ni idea, del heroico Máximo, Lucio (Paul Mescal, a mí, músculos aparte, me dejó un poco tibia su interpretación), puesto a salvo fuera del Imperio.
Lejos de esa tierra corrompida, de intrigas y luchas descarnadas por el poder, Lucio se convierte en un aguerrido joven en la costa norteafricana hasta que su nueva patria es invadida por las legiones dirigidas por el general Marco Acacio (Pedro Pascal) y es llevado a Roma en calidad de esclavo y vendido al dueño de un establo de gladiadores llamado Macrinus (Denzel Washington, casi lo mejor de la película, con ese don shakesperiano, muy teatral, muy grande, encima).
Y conocemos a los dos coemperadores, Geta y Caracalla, dos inútiles pervertidos, y asistimos a fabulosas peleas en el Coliseo (la naval y la de los simios esos tan raros son muy chulas, aunque el digital cante de vez en cuando demasiado) y, habrá que reconocerlo, nos damos cuenta cuando termina el filme, largo, aunque aguanta bien, que esto es un espectáculo tipo Cecil B. DeMille, desmesurado, sangriento, tremendamente entretenido. Hasta le perdono el corte de pelo y el bigote tan modernos que luce mi querido siempre Pascal.
- Lo mejor: Un espléndido, terrible y vengativo Denzel Washington; no merece un Oscar, sino dos.
- Lo peor: Sí, incluye anacronismos y se desmadra varias veces, pero esto es cine espectáculo.