Crítica de "La memoria infinita": la imagen permanente ★★★ 1/2
Dirección y guion: Maite Alberdi. Intérpretes: Augusto Góngora y Paulina Urrutia. Música: José Miguel Tobar, Miguel Miranda. Fotografía: Pablo Valdés. Chile, 2024. Duración: 85 minutos. Documental.
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¿Dónde está la infinitud de la memoria? ¿Se refiere Maite Alberdi a la capacidad de registro de las imágenes, a que siempre podemos volver a ellas cuando el tiempo o la enfermedad se empeñan en borrar la verdad que captaron? Las imágenes nos ayudan a recordar lo que fuimos y por lo que luchamos, y secuestran un presente que tal vez querríamos olvidar. En ese baile de conjugaciones verbales, este documental reivindica una doble memoria: la de una vida en pareja, formada por el periodista Augusto Góngora y la actriz Paulina Urrutia, cuando el Alzheimer devora su cariñosa cotidianeidad, y la de un país, Chile, de la que él fue cronista en la resistencia en los tiempos de Pinochet.
Se, trata, pues, de recomponer una identidad nacional cuando la individual se desmorona, y en ese doble movimiento, de reconstrucción y destrucción, se mueve el retrato de un amor que, encerrado a cal y canto durante la pandemia, se pelea por mantenerse a flote. Los momentos más conmovedores de “La memoria infinita” son, sin duda, los que transcurren en el interior de la casa del matrimonio, en algunos casos grabados por la propia Urrutia: a veces con imágenes levemente desenfocadas, ese material documenta, de una forma tan cruda como respetuosa, lo que supone perder la noción del yo y del nosotros, y lo que eso implica para quién, para bien o para mal, recuerda tiempos mejores.
De la empatía a la desesperación, la película desgarra esa primera persona mientras vincula los relatos de lo íntimo y lo colectivo a través de las figuras de los protagonistas, recurriendo a imágenes de archivo del trabajo periodístico de Góngora durante la dictadura, y recordándonos que Urrutia fue ministra de Cultura en el primer gobierno de Bachelet. El Alzheimer resulta doblemente trágico para alguien como Góngora, cuyo trabajo y vocación fue fabricar una memoria visual de un país oprimido. Cuando no sucumbe a las trampas del sentimentalismo, sobre todo en forma de canciones metidas con calzador, Alberdi consigue que las imágenes de su documental amplíen esa memoria, la vuelvan a hacer relevante desde el territorio de lo privado.
Lo mejor:
El arco dramático de las escenas domésticas es ejemplar en su crudeza.
Lo peor:
Que las canciones subrayen una emoción que surge de manera natural de las imágenes.