Crítica de "El origen del mal": el doble cuerpo de la burguesía ★★★★
Dirección: Sébastien Marnier. Guion: Fanny Burdino y S. Marnier. Intérpretes: Laure Calamy, Jacques Weber, Dominique Blanc, Doria Tillier. Francia, 2022. Duración: 125 minutos. Thriller.
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En esta comedia negra, que es también thriller siniestro, el eslabón perdido entre el cine de Brian de Palma y el de Claude Chabrol puede llamarse Luis Buñuel. Desde la primera secuencia, que se sitúa en unos vaporosos vestuarios femeninos, con la cámara acercándose al rostro de la protagonista, una espléndida Laure Calamy, Sébastien Marnier evoca el arranque de “Carrie”. Parece un homenaje un tanto gratuito, como lo serán las abruptas pantallas partidas que aparecen en algunas escenas domésticas posteriores, pero lo cierto es que la película habla de dobles y falsas identidades, y su deriva hacia el psychothriller delirante en su tercio final haría las delicias del autor de “Femme Fatale”.
La singularidad de “El origen del mal” reside en averiguar qué ocurre cuando el universo depalmiano se pone en contacto con el chabroliano, con esas disecciones criminales de la burguesía de provincias, donde la familia aparece como un nido de víboras en el que nadie en su sano juicio pondría la mano. Y justo ahí se abre la sátira buñueliana, en el discreto, diríamos que absurdo y surrealista, encanto de las clases altas, donde nada es lo que parece, y una pátina de ridículo, hostilidad e inquietud atraviesa cualquier acto cotidiano.
Calamy interpreta a una trabajadora de una fábrica de conservas que, acuciada por una vida en ruinas (se queda sin casa, su novia está en la cárcel), toma la decisión de llamar a un padre al que no conoce. Serge (Jacques Weber) acoge en su seno a su hija ilegítima despertando las suspicacias de su esposa, su hija y su criada. Es conveniente no desvelar aquí los giros de una trama que va desvelando sus misterios a cada cambio de plano, y lo hace de una manera lúdica, dando la vuelta a la tortilla de un matriarcado aparentemente tóxico para revelar un contraplano patriarcal abusivo y violento.
El gran enigma del filme es el personaje de Calamy, que, en la opacidad de sus intenciones, engancha al espectador para no abandonarlo jamás. Podría haber en él una reencarnación de la venganza de la clase obrera contra las clases privilegiadas, pero Marnier también transforma esa sospecha en nuestra mirada para desubicarla constantemente. Hay algo de seductor y de ingenuo en la interpretación de Calamy que, cuando saltan las alarmas, sabe hacerse peligroso, y nos sitúa en un terreno perturbador, unas arenas movedizas que nos engullen plácidamente.
Lo mejor:
Laure Calamy, que ya estaba espléndida en “A tiempo completo”, borda el papel de intrusa bipolar.
Lo peor:
Hay que afrontarla con sentido del humor y la ironía para disfrutar de sus giros.