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Historia

¿Después de Putin?

En unos días se cumple un año del inicio de la invasión rusa de Ucrania. En «Las guerras de Putin», Mark Galeotti relata cómo el presidente ruso ha remodelado su país a través de toda una serie de intervenciones militares. ¿Será Ucrania la última?

Escudo de las Fuerzas Armadas de Rusia; adoptado en 1997, es un homenaje premeditado al escudo zarista de 1800
Escudo de las Fuerzas Armadas de Rusia; adoptado en 1997, es un homenaje premeditado al escudo zarista de 1800La Razón

Rusia, pionera en tantos aspectos en el uso de métodos de guerra asimétricos y encubiertos para complementar el combate regular, se enfrenta al dilema de cómo superar las amenazas no convencionales. Además, la contienda conlleva que regresen a casa cada vez más bajas y aunque el Kremlin ha sometido a presión a los últimos medios periodísticos independientes, no podrá amordazarlos para siempre, sobre todo en la era de las redes sociales. Por otro lado, el conflicto también va a significar, gracias a las sanciones occidentales, inflación, desempleo y carestía. Estas dos fuentes de malestar podrían combinarse de forma impredecible y peligrosa.

Putin tiene 70 años. Aunque, según la constitución, puede gobernar hasta 2036, momento en que habrá cumplido 84, existen motivos para creer que se siente cada vez más cansado del cargo y de sus exigencias e incluso es posible que padezca una enfermedad grave. En este sentido, toda su élite de seguridad siente el peso de los años. El secretario del Consejo de Seguridad, Nikolái Pátrushev, y el director del FSB, Alexánder Bórtnikov, tienen 71 años. El responsable del Servicio de Inteligencia en el Extranjero, Serguéi Narishkin, 68. Aunque los generales Shoigú y Guerásimov van a alcanzar los 67 años, ninguno de los dos parece muy cómodo en el cargo a causa de los constantes reveses sufridos en Ucrania.

De un modo u otro, en algún momento se producirá una transición política y emergerá una nueva generación de líderes políticos y militares, que, aunque no tienen por qué ser menos nacionalistas, no estarán marcados por el trauma del colapso del poder soviético y el dramático retroceso sufrido por su país. También han aprendido una objetiva lección de qué ocurre cuando el Kremlin va demasiado lejos, por lo que ven menos alicientes en la confrontación. Es más, aunque Rusia no es una democracia auténtica, tendrán que tener en cuenta el aguante y los puntos de vista de la opinión pública.

Desde 2014, Putin ha impuesto un relato legitimador sustentado en la necesidad de obligar al resto del mundo a aceptar la condición de Rusia de gran potencia, fuera cual fuese el coste en sangre y dinero. Sin embargo, las encuestas del Centro Levada, la compañía demoscópica independiente más respetada de Rusia, revelaron en 2021 que, a la pregunta de qué tipo de país debería ser Rusia, un 66% de los encuestados respondió que uno «con un elevado nivel de vida, pero no uno de los países más fuertes del mundo». Solo un 32% dijo que tenía que ser «una gran potencia que los demás países respeten y teman». Es más, el porcentaje de encuestados que cree que la calidad de vida es más importante que el estatus nacional no ha dejado de crecer desde 2015.

Por descontado, el contexto inmediato de la guerra en Ucrania ha enturbiado la situación. Algunos consideran que deben defender su país; otros temen decir algo que pudiera causarles problemas. No obstante, no existe una auténtica voluntad nacional de sacrificar lo que haga falta para construir un imperio a base de sangre y bayonetas. Puede que Putin creyera que estaba fundando una Esparta euroasiática y no cabe duda de que ha construido una maquinaria bélica capaz de proyectar su poder tanto en las inmediaciones de Rusia como más allá. Sin embargo, al igual que esta ha fracasado en 2022, golpeada entre el yunque de la resistencia ucraniana y el martillo de su propia soberbia, también es posible que la realidad rompa los sueños que alberga para Rusia. ¿Podrá el país mantener su fuerza expedicionaria en Siria? ¿Seguirá siendo el garante de la seguridad en Asia Central? ¿Se volverán contra Putin, en su debido momento, los coroneles y los generales, e incluso quizá los espías y la policía secreta, aunque no tanto por tratar de someter a Kyiv a su voluntad, sino por hacerlo tan mal?

La presidencia de Putin se divide en dos mitades muy nítidas. Sus dos primeros mandatos, durante la década de 2000, se caracterizaron por un éxito sorprendente. Sin embargo, muchos de los avances logrados se malgastaron o se derrocharon a partir del decenio siguiente. El Ejército ruso se salvó del colapso; Chechenia fue pacificada, aunque por métodos brutales, y Moscú volvió a ser una potencia en los asuntos globales. De haberse conformado con erigir una nación fuerte dentro de sus propias fronteras en lugar de perseguir fantasías imperiales, es posible que Putin fuera recordado como un acertado edificador del Estado ruso. Por el contrario, durante los próximos años, y puede que décadas, incluso con su futuro sucesor, Rusia tendrá que recuperarse del daño causado por su ambición excesiva. Sus fuerzas armadas, por descontado, pero también su economía y su sociedad, arrostrarán durante largo tiempo las profundas y dolorosas cicatrices de las guerras de Putin.

Para saber más:

“Las guerras de Putin. De Chechenia a Ucrania”

Desperta Ferro Ediciones

376 páginas

26 euros

Portada del libro de Mark Galeotti
Portada del libro de Mark GaleottiDesperta Ferro