Sección patrocinada por sección patrocinada

Manuel Calderón

El debate sobre la reconstrucción: ¿igual o parecido?

Una de las primeras reacciones tras la destrucción por las llamas de cualquier monumento de especial simbología -cultural, artística, religiosa- es reconstruirlo tal y como era, “piedra a piedra

La Catedral de Notre Dame esta mañana
La Catedral de Notre Dame esta mañanalarazon

Una de las primeras reacciones tras la destrucción por las llamas de cualquier monumento de especial simbología -cultural, artística, religiosa- es reconstruirlo tal y como era, “piedra a piedra.

Una de las primeras reacciones tras la destrucción por las llamas de cualquier monumento de especial simbología -cultural, artística, religiosa- es reconstruirlo tal y como era, “piedra a piedra”. Con este gesto de orgullo muchas veces se quiere expiar los pecados y responsabilidades.

El último debate sobre esta misma cuestión fue el que se produjo tras el atentado de la Torres Gemelas de Nueva York. Para responder a la afrenta del yihadismo había que volver a levantar los rascacielos iguales, tal y como los concibió su arquitecto, Minoru Yamasaki. Pasado el impacto de aquel enorme golpe, se comprendió que no tenía sentido volver a construir algo exactamente igual, sobre todo si el arquitecto original ya estaba muerto y los sistemas de construcción habían avanzado lo suficiente como para hacer mejores edificios y menos costosos de mantener. La cuestión que estaba encima de la mesa era que, en el fondo, y por más valor simbólico que tuviera para los neoyorquinos, un rascacielos no era exactamente lo mismo que una construcción de hace ochocientos años, como es el caso de Notre Dame. El mundo contemporáneo mantiene una relación muy respetuosa -y temerosa- con el pasado, aunque muy poco práctica. Finalmente se puso en marcha el proyecto de Daniel Libeskind, ya culminado. Hubo una primera reacción: no es lo mismo. Y probablemente no pueda serlo.

En España, el debate más intenso se produjo cuando un incendio -producido por una chispa- destruyó en minutos el Gran Teatro del Liceo de Barcelona. Ese mismo día, el 31 de enero de 1994 -otros lunes incendiario-, a las puertas del coliseo operístico se firmó lo que se llamó el “pacto del capó”. Sobre la chapa de un coche, los responsables políticos de la ciudad se conjuraron para levantar el teatro, “piedra a piedra”. Así se hizo y, claro está, hubo muchos -sobre todo del sector de los llamados “propietarios”, que no por serlo eran generosos en sus aportaciones- que querían reconstruirlo tal y como era. Culpa y expiación. Pero eso era imposible, incluso indeseable. En primer lugar, porque el Liceo disponía de unas infraestructuras antiguas impropias de un centro lírico de primer nivel (el atrezzo se entraba por el portalón de un edificio colindante). En segundo lugar, muchos de los aspectos decorativos fueron realizados por artesanos cuyos oficios ya no existen. ¿Volver a poner aquellas lámparas de gas? Sobre esta cuestión hay una anécdota sobre lo absurdo del conservadurismo extremo. Cuando se electrificó el teatro, se utilizaron las mismas lámparas, pero las tulipas se invirtieron hacia abajo -las llamas brotan hacia arriba-, lo que impedía la visibilidad correcta desde muchos palcos. Durante el incendio del Liceo, un crítico que luego ocuparía altas responsabilidades en el teatro, dijo en privado: “No hay mal que por bien no venga”. Efectivamente, el nuevo Liceo no es como el viejo, afortunadamente.

Francia reconstruirá Notre Dame. De eso no cabe duda. Pero no será exactamente igual, y esa diferencia la formarán pequeños detalles y, sobre todo, la pérdida de una espiritualidad compartida. ¿Será igual el rosetón destruido? Puede serlo porque, aunque ya no se hacen vitrales, nada es imposible con aplicaciones como el 3D... La cuestión está en si su reconstrucción debe hacerse en diálogo con el arte de la Edad Media. Victor Hugo escribió que ser “tan incansable en la defensa de nuestro edificios históricos como nuestros iconoclastas de escuelas y academias se han encarnizado en atacarlos”. Y añadía en una nota a la edición de 1832 de “Nuestra Señora de París”: “Pues es algo que da grima, ver en qué manos ha caído la arquitectura de la Edad Media y de qué forma los que hoy presumen de arquitectos tratan las ruinas de ese arte grandioso”.

Cuando Notre Dame se levante íntegra, con su aguja hacia el cielo, muchos dirán: “No es lo mismo”. Pero hay que entender que lo primero que cambia, antes que las piedras, son las personas y su relación con lo sagrado.