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El día de Navidad nació... el Mesías (de Händel)

larazon

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Todas estas cosas ya no sorprenden porque nos hemos acostumbrado a ellas pero si se ven con un poco de distancia y se recuerdan que vienen de los países anglosajones no dejan de parecer, como decía, un poco ridículas.
Georg Friedrich Händel. «Messiah» (HWV 56). Auditorio Nacional de Música. Miércoles, 12 de diciembre de 2018. Orquesta del Siglo XVIII. Capella Amsterdam. Dir.: Daniel Reuss. Solistas: Ruby Hughes (soprano), Luciana Mancini (mezzo), Andrew Tortise (tenor), James Newby (barítono).
La deconstrucción materialista, consumista y deshumanizante que nuestra extraviada cultura ha realizado con la fiesta de la Navidad es doblemente trágica: en primer lugar está el espectáculo bastante ridículo que ofrece esta fiesta en su nieva estética en la que se evitan cuidadosamente símbolos religiosos y se sustituyen por copos de nieve, motivos geométricos de difícil interpretación, estrellitas, Papá Noel, paquetes con lazos, confeti y como explosiones de petardo, etc... Todas estas cosas ya no sorprenden porque nos hemos acostumbrado a ellas pero si se ven con un poco de distancia y se recuerdan que vienen de los países anglosajones no dejan de parecer, como decía, un poco ridículas.
Pero es la segunda faceta trágica de lo ocurrido recientemente en torno a esta fiesta la que me parece mucho más lamentable y he de reconocer que me entristece un poco: me refiero a que azucarando con elfos y renos la Navidad se oculta, sobre todo al corazón de los niños, el sentido profundo, histórico, natural y sobrenatural de esta fiesta, que la Iglesias hizo coincidir tan sabiamente con el solsticio de invierno y que ya los gentiles celebrábamos como el nacimiento del sol antes de que se nos informara de que lo que, en realidad, quién había nacido era el Hijo de Dios Todopoderoso, Jesús, y que reposaba en un pesebre al cuidado de una Virgen en una apartada localidad cercana a Jerusalén llamada Belén.
Pues bien: algo del sentimiento expectante con el que Israel esperó este acontecimiento durante siglos de pesadumbre ha quedado encapsulado para siempre en «El Mesías», el oratorio de Händel que se ha convertido en una de las obras corales más conocidas y más constantemente interpretadas de la Historia de la Música. Por eso es muy conveniente, no sólo acudir presurosamente al Auditorio Nacional este miércoles a escuchar esta música verdaderamente celestial, sino personarse acompañado del mayor número de niños que sea posible. El precio de la entrada es relativamente barato, insignificante, si se piensa en el tratamiento intensivo que la Orquesta del Siglo XVIII y el coro Capella Amsterdam llevaran a cabo para reconectar a los asistentes con un siglo donde aun quedaba sitio para el misterio. Perdón: el Misterio.
Y como prueba de esto último no resisto la tentación de copiar un pequeño párrafo que Charles Jennens (el que compiló el libreto de «El Mesías) mandó que se imprimiera en la cabecera del libro del oratorio: «Y sin discusión alguna, grande es el Misterio de la Divinidad; Dios fue manifestado en la Carne, confirmado por el Espíritu, visto por los Ángeles, predicado entre los gentiles, creído en el mundo, recibido en la Gloria. En el se hallan encerados todos los tesoros de la sabiduría y del entendimiento».
Amén.

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