Crítica
En el fiel de la balanza
Obras de Mozart, Dvorák y Beethoven. Chelo: Julia Hagen. Orquesta Mozarteum Salzburgo. Director: Trevor Pinnock. Auditorio Nacional. Madrid, 18-XI-2022.
Perro viejo, al principio como clavecinista, más tarde también como director, Trevor Pinnock (Canterbury, 1946) se las sabe casi todas en eso de situarse delante de una orquesta, generalmente de no gran formato, ya que ha cultivado casi siempre un sinfonismo clásico o romántico de primera hora, bien que no le haga ascos realmente a ningún repertorio. Aquí lo hemos tenido en su salsa en dos de las obras programadas y como fiel colaborador en la tercera en calidad de acompañante de la joven chelista salzburguesa Julia Hagen, hija de Clemens Hagen chelista del famoso Cuarteto que lleva el mismo apellido.
Destaca la treintañera dama, de muy grata presencia, vestida con un glamuroso traje rojo, por poseer un sonido grande y sustancioso, ancho y robusto, no especialmente hermoso, y a falta de momento del grado último de refinamiento, aunque sus maneras sean elegantes, su entrega contagiosa y su fraseo cálido y natural, con especial concentración en el meditado «Adagio». Se entregó a tope en el «Allegro moderato» final con prestancia innegable. Nos faltaron los últimos e inaprehensibles rasgos de lo elevado. Ante los aplausos regaló, en compañía del primer chelo de la orquesta, lo que pareció una muy agradable y rústica danza austriaca.
Y que nos dejó en disposición de afrontar en la segunda mitad de la sesión nada menos que la «Quinta Sinfonía» de Beethoven, que Pinnock, ante una orquesta de unos cincuenta músicos -con dos trompetas y tres trombones de época-, condujo con gesto preciso, de clara geometría y sin batuta, a lo largo de una interpretación de reminiscencias clásicas, de tempi ligeros y constante animación, sin puntos muertos ni planteamientos intelectuales apreciables. Todo firme y por derecho. La planificación fue en general correcta, aunque hubo pasajes que habrían pedido una mayor clarificación, como los que ocupan el desarrollo del primer movimiento.
Las variaciones del «Andante» fueron en cambio nítidamente expuestas, con ligereza y amenidad. Menor fortuna hubo en algunas partes del «Scherzo» y del «Allegro», del que se hicieron las prescritas repeticiones. Las voces intermedias no siempre jugaron su papel. Y echamos un poco de menos una mejor regulación de intensidades en los «crescendi». Pero, en todo caso, aquello sonaba estupendamente y nos explicaba desde un muy honesto planteamiento musical las maravillas de una composición imperecedera. Afinación intachable. Algo que se evidenció de nuevo a lo largo de la exquisita propina: el maravilloso Intermedio de «Rosamunda» de Schubert. Y que ya habíamos apreciado al comienzo del concierto durante la precisa interpretación de la Obertura de «La flauta mágica» de Mozart. Con todo ello el público salió muy complacido.