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Las guerras de la izquierda

El rencor entre socialistas, comunistas y anarquistas desembocó durante el conflicto de 1936 en una lucha intestina entre los partidos de izquierda que perduró en el exilio
Julián Besteiro radia las razones de la rebelión contra Negrínlarazon

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La unidad de la izquierda es una de esas utopías que sirven para movilizar a las masas crédulas tanto como para eliminar al adversario de la misma trinchera. Ocurre hoy día con los distintos partidos de la izquierda, como ha pasado desde la fundación de la Internacional en 1864. En el caso español es mucho más sangriento que en otras latitudes. En nuestro país se vivió una guerra civil entre las izquierdas dentro de la propia Guerra Civil, que prosiguió durante el exilio. Algunos historiadores, como Stanley Payne o Julio Aróstegui, indican que ese enfrentamiento armado entre comunistas, anarquistas y socialistas tuvo un gran peso en la victoria del bando nacional.
Los anarquistas se levantaron más contra la Segunda República que contra la monarquía de Alfonso XIII. Consideraban ambos regímenes como dictaduras burguesas. Entre enero de 1932 y diciembre de 1933 se alzaron en armas en tres ocasiones, especialmente en Aragón, Cataluña, Andalucía, Valencia y Madrid. La última, organizada por la CNT, fue la peor. Se contabilizan 125 muertos. Exhibieron una retórica de exclusión e intransigencia que no presagiaba nada bueno, y que pasaba por el fin del Estado y de los enemigos políticos.
Lo cierto es que el enfrentamiento entre izquierdistas en los dos primeros años republicanos supuso la muerte de 250 anarquistas y 60 comunistas. No paró ahí la matanza, incluso poco antes de la Guerra Civil. En junio de 1936 estalló un conflicto en Málaga entre la CNT y la UGT a cuenta de la pesca del boliche. El resultado: los asesinatos del concejal comunista Andrés Rodríguez, y de Antonio Román Reina, el presidente de la Diputación. Esto no impidió que la CNT-FAI aceptara el 21 de julio de 1936 la oferta de Companys de compartir el poder. Crearon el Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña, que pronto se dedicaron a aterrorizar y a hacer la revolución. No acabó ahí. En noviembre de 1936, Largo Caballero incluyó a cuatro miembros de la CNT en su gobierno. Duraron seis meses, hasta mayo de 1937.
El motivo fueron los llamados “Hechos de Mayo”, lo que es un nombre muy poético y equívoco para denominar a la guerra entre anarquistas y comunistas en Barcelona. La animadversión venía de largo. Para los primeros, el comunismo era otro tipo de dictadura que impedía la revolución de la clase obrera, cuyo momento propicio en España era la Guerra Civil. Para los comunistas, los anarquistas eran “pequeños burgueses” que impedían la extensión del modelo soviético. El odio entre ambos fue creciendo y la lucha contra el bando nacional quedó en un segundo plano. La Generalitat quiso la disolución de las Patrullas de Control, anarquistas, y que fueran al frente. La CNT-FAI se opuso. Aquello era detener la revolución, que era más importante que la guerra.
El enfrentamiento armado comenzó el 3 de mayo de 1937, cuando los Guardias de Asalto quisieron recuperar el edificio de Telefónica, tomado por los anarquistas. La guerra tuvo dos bandos: anarquistas y militantes del POUM contra comunistas, Guardias de Asalto y nacionalistas catalanes. El día 4 la columna Tierra y Libertad, que tenía carros blindados, atacó a los comunistas. Fracasaron en su intento de tomar la sede del PCE, pero conquistaron el cuartel de las fuerzas del orden, en la Plaza de España. Luego se produjo la matanza de guardias en la vieja fábrica “Casa Ramona” y el dominio de Barcelona.
Companys pidió ayuda al gobierno de la República, en Valencia, que mandó tropas y aprovechó la ocasión para asumir las competencias de orden público en Cataluña. Al tiempo, los ministros anarquistas, como García Oliver, trataron de mediar. El 8 de mayo acabó todo. Hubo 218 muertos, según Manuel Aguilera Povedano, la mayor parte de la CNT-FAI. Encarcelaron a 3.734 militantes, al decir de François Godicheau, casi todos anarquistas. Estos perdieron entonces el entusiasmo por defender la República. Tras 1937, los anarquistas pensaron que la “colaboración democrática” de la CNT-FAI con el Frente Popular en 1936 fue un inmenso error. Este fallo estratégico, dijeron, les había atado a un “pacto antifascista” falso y castrante. Tenían que haber aprendido, sostenían, que socialistas y comunistas querían la aniquilación de los anarquistas, como se vio en Casas Viejas.
Trotsky dijo que los Hechos de Mayo de 1937 fueron una “reacción burguesa-estalinista” contra la clase obrera por culpa de los “anarco-reformistas” que habían participado en el Gobierno. Pura palabrería para describir una simple lucha por el poder. Por eso el próximo en la lista a liquidar era el partido de Trotsky: el POUM, Partido Obrero de Unificación Marxista, afiliado a la IV Internacional y odiado en Moscú, donde los trotskistas eran sometidos a juicios sumarísimos. El POUM quería convertir la Guerra Civil en una revolución, como los anarquistas, expulsando a los estalinistas del PCE, PSUC y UGT. La Segunda República, decían, era un régimen burgués despreciable, como la Generalitat de Companys, que había que derribar. La atadura a Stalin, sostenían los trotskistas, era un engaño a la clase obrera. Era un choque que solo podía acabar con la eliminación de uno de los dos partidos. El 13 de mayo de 1937 los ministros comunistas, Vicente Uribe y Jesús Hernández, pidieron la disolución del POUM. Era su sentencia de muerte. Largo Caballero se negó pero no soportó el envite y fue sustituido por Negrín, pro-soviético, que formó nuevo Ejecutivo. La publicación anarquista “Solidaridad Obrera” lo llamó “gobierno contrarrevolucionario”.
El aniquilamiento del POUM a manos del PCE comenzó en junio de 1937. Antonio Ortega, director general de seguridad, ordenó la detención de mil dirigentes. Era la vieja táctica comunista: la liquidación de la élite para descabezar al enemigo. Entre los detenidos estuvieron Josep Rovira, comandante de la 29ª división, Julián Gorkin, periodista, y Andreu Nin. El secuestro, tortura y asesinato de este último fue el más llamativo. Lo ordenó Alexander Orlov, agente de Stalin. Fue ejecutado el 23 de junio.
Aparecieron pintadas en las calles de media España que decían “Gobierno Negrín. ¿Dónde está Nin?”, a lo que los comunistas respondían: “En Salamanca o Berlín”. La propaganda soviética dijo que Nin había sido liberado por agentes de la Gestapo disfrazados de brigadistas, lo que era una mentira más. El gobierno ilegalizó el POUM y sus militantes fueron calificados de “trotskistas-fascistas”.
Luego vino la disolución del Consejo de Aragón. Fue una operación militar orquestada por Vicente Rojo y el comunista Enrique Lister. Los anarquistas aragoneses habían impuesto la colectivización de la tierra; esto es, la revolución dentro de la guerra. En agosto de 1937 fue disuelto el Consejo y represaliados los anarquistas. Esto supuso un gran desánimo entre los libertarios, lo que favoreció el avance franquista.
Los comunistas dominaban la política de la Segunda República desde septiembre de 1937, con una guerra perdida y un país supeditado a los intereses de la URSS. Fue así como en marzo de 1939, el general Casado, el socialista Julián Besteiro y el anarquista Cipriano Mera dieron un golpe de Estado contra el gobierno de Negrín. El golpe tenía ramificaciones en muchos lugares, pero de los cuatro cuerpos de ejército que guardaban Madrid tres estaban en manos de comunistas fieles a Negrín. El 6 de marzo entraron en la ciudad unos 5.000 soldados de la 8ª división. Se produjo así una nueva batalla en Madrid, similar a la de Barcelona en mayo de 1937. Esta vez hubo 250 muertos, con victoria para los de Casado, que intentaron negociar la paz con Franco.
Ahí no acabó el enfrentamiento entre las izquierdas. Se llevaron el odio y las envidias al exilio. Negrín constituyó el SERE, Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles, para ayudar económicamente a los exiliados en Francia, pero fue criticado por favorecer solo a los negristas y a los comunistas. En respuesta, Prieto creó la JARE, Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles, con el mismo fin y financiada con las riquezas que se llevó en el yate “Vita”. Al final, el paraíso socialista se quedó en dinero manchado de sangre y rencor. Incluso en los campos de concentración nazi, como escribió Jorge Semprún, comunistas y anarquistas españoles no se trataban.
GEORGE ORWELL, UN ESCRITOR EN MEDIO DEL FUEGO CRUZADO
George Orwell, como ha escrito Dorian Linskey en “El ministerio de la verdad. Una biografía del 1984 de George Orwell” (Capitán Swing, 2022), luchó “con los perdedores de los perdedores”, un partido llamado POUM. Había viajado a España para matar fascistas, y lo único que vio fue a los antifascistas matarse entre sí. Fue testigo de los “Hechos de Mayo”, refugiado con su mujer en el Poliorama. Derrotados los suyos vio como los aniquilaban y encarcelaban. Decidió huir y tomó un tren para Francia, donde se salvó de milagro cuando los comunistas revisaron el vagón. Aquella experiencia marcó lo mejor de su literatura: “1984”, “Rebelión en la granja” y “Homenaje a Cataluña”.