Helena Almeida, el cuerpo como lienzo
Helena Almeida, la artista portuguesa de mayor alcance del último medio siglo, ha fallecido a los 84 años. Uno de los referentes indiscutibles del feminismo artístico europeo, la suya es una obra que sintetiza algunas de las más importantes vías de transgresión del arte surgido de la crisis de la modernidad: la hibridación de medios, la performance, la construcción de una subjetividad alternativa... La matriz de su discurso, tan sutil como contundente, es el cuerpo, su propio cuerpo, convertido en el objeto de cientos de autorretratos desde los que ha construido una nueva representación de lo femenino. Con la ayuda de su marido –encargado de hacer cada disparo fotográfico–, Almeida obtenía una serie de imágenes corporales sobre las que, a continuación, pintaba en azul y con amplios trazos gestuales. Esta mezcla de fotografía y pintura buscaba deconstruir determinados mitos del arte patriarcal. El primero de ellos, sin duda, el de la pureza lingüística impuesta durante la modernidad y que afectó con especial virulencia a la pintura. Identificada con lo masculino, la «pintura» se convirtió en un medio de y para la exclusión de la corporeidad femenina. De ahí que la estrategia elegida por Almeida fuera abrir sus límites, hibridarla con la fotografía, romper definitivamente su perímetro disciplinario, tornarla en algo impuro y plural.
Además, mediante los gestos pictóricos en azul, Almeida se reapropió de su cuerpo. Durante finales de los 50 y principios de los 60, el francés Yves Klein utilizó, en sus «Antropometrías», el cuerpo desnudo de la mujer como «pincel humano» para realizar composiciones abstractas sobre amplios lienzos extendidos en el suelo. Dentro de la revisión feminista de la historia del arte, pocas afrentas contra la subjetividad de la mujer han sido superadas por estas «performances» de Klein en las que el cuerpo de la mujer era reducido a un vulgar utensilio del «creador-macho». Se entiende, por tanto, que la decisión de Almeida de cubrir su cuerpo fotografiado de azul constituya una respuesta a la burda apropiación pictórica que Klein hizo de la corporeidad femenina: ahora es ella, la mujer, la que actúa sobre su propio cuerpo y la que gobierna el sentido de la pintura que se le aplica. También es ella la que decide interrumpir la contemplación voyeurista de su cuerpo por parte de la mirada masculina y elige emplear la pintura para tacharlo, para cubrir algunas de sus partes y salvarlo de la excesiva exposición de la que ha sido objeto a lo largo de toda la historia. El lenguaje artístico de Almeida ha sido pionero en articular y dotar de sentido visual a tantas reivindicaciones que ahora parecen un patrimonio de nuestro presente, pero cuya raíz hay que hallarla en sensibilidades tan avanzadas y valientes como la suya. Con ella, se va una de las grandes.