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Filosofía
El Hermetismo o los misterios de la sabiduría greco-egipcia
Los textos herméticos esenciales, por primera vez en castellano, cuentan con una nueva edición de Alianza

Una conocida anécdota, entre lo apócrifo y la revelación filosófica de los arcanos griegos y egipcios, sitúa a Solón visitando a los sacerdotes de una ciudad egipcia que posee archivos milenarios en los que está consignada la historia de las edades pretéritas y una sabiduría esencial. Lo refiere en el «Timeo» de Platón en boca de Critias, a la sazón pariente del propio filósofo, que se remonta a aquellas antigüedades. Solón, epítome del sabio griego, le narra al egipcio los mitos griegos sobre el diluvio. El egipcio, sonriendo de forma algo paternalista, le dice con sorna: «¡Ay, Solón, los griegos sois unos niños!», y empieza a referirle las muchas conflagraciones cíclicas que han ido conformando la memoria de los siglos.
Es un buen ejemplo de la fascinación por Egipto, desde las colonias de época arcaica hasta el famoso libro II de Heródoto, que hizo a los antiguos griegos mirarse en el espejo egipcio (que a veces era un espejismo). A partir de la instauración del reino ptolemaico de Egipto –con una élite de lengua griega reunida en la nuevamente fundada Alejandría gobernando sobre las milenarias ciudades egipcias–, se fue conformando una cultura marcada por la hibridación entre lo griego y lo egipcio. Además, en la urbe alejandrina, que fue siendo poblada por miles de judíos, y donde se tradujo al griego, según quiere la tradición, el Antiguo Testamento (en lo que se conoce como la Biblia de los LXX), se agregó un tercer pilar a aquella tradición sapiencial. La convivencia del saber egipcio, griego y judío –tres pilares tamizados por un cierto platonismo popular–, formaron una amalgama productiva durante toda la época helenístico-romana. El éxito de la secta judía de los cristianos, que tuvo especial incidencia en el país del Nilo, entre algunas otras, añadiría nuevos matices de sincretismo a una mezcla en la que ya se intuía el embrión de lo que había de ser el mundo posterior.
Sirva este breve esbozo de la cultura mestiza que cundió en el Egipto de la época romana, a modo de contexto preliminar para dar la bienvenida a una nueva edición de uno de los productos más celebrados de este proceso histórico-cultural: el corpus de textos del llamado «Hermetismo». La colección de textos herméticos, conservada en griego, latín y copto, y que supuestamente remonta a la sabiduría primordial y arcana del Hermes egipcio y de Poimandres, representa un monumento aislado y único de una enigmática comunidad de iniciados que encarnó todo aquel legado variopinto del melting pot cultural del Egipto tardío. Y es que el hermetismo se nos antoja una buena muestra del brillo inaudito de aquella época y de aquel lugar que constituyeron el laboratorio conceptual de lo que habría de ser el mundo posterior, en Oriente y Occidente. Piénsese que el Egipto tardoantiguo atestigua los últimos coletazos del paganismo alejandrino, con la escuela neoplatónica y las influyentes cátedras de retórica como primeras universidades, los primeros cristianos, con su diversidad, entre gnosis, ortodoxia, miafisismo, ascetismo o cenobitismo, los misterios de Oriente difundidos por las legiones romanas, las primeras pinceladas de la alquimia, y, entre otras, manifestaciones de magia, esoterismo y demás grupúsculos, entre los que destaca el de los herméticos.
Hermes, el antiguo dios griego de los intercambios, un dios trickster, embustero y algo ladrón también, encargado de transportar las almas de los muertos al más allá, experimentará un sincretismo en Egipto con el dios Tot, escriba, inventor y también psicopompo, y engendrará un Hermes mago, el «tres veces grande», un hombre divino que es figura mediadora en el conocimiento metafísico. Las revelaciones que se obtienen en los textos de su supuesta autoría de parte de Poimandres, en forma dialogada, sobre física y metafísica, silencio, meditación e iniciación al conocimiento del pensamiento puro, fascinarán a la docta Europa desde que este hermetismo desemboque en el renacimiento gracias a la traducción de Marsilio Ficino en la Florencia de los Médici. Esto provocará la explosión de una egiptomanía de cuño neoplatónico que confluye con el saber bizantino de una Constantinopla en declive pero rica en manuscritos y maestros. Los renacentistas buscaban una Prisca Theologia o una «filosofía perenne», que ponía en la misma línea genealógica a Moisés, Pitágoras, Platón, Orfeo y, por supuesto, a Hermes Trismegisto.
Recopilación sistemática
Era inevitable que todo esto resultara apasionante a los primeros alquimistas, a los sabios medievales que alternaron durante siglos su cristianismo oficial con un paganismo latente, al renacimiento ocultista o a los esotéricos del barroco en adelante: espero que también a ustedes, lectores, que a partir de ahora pueden disfrutar de la nueva edición de los textos herméticos esenciales –de todas las tradiciones, por primera vez en castellano– a cargo de Jorge Cano Cuenca (Alianza). Y es que, aunque la tradición de los trabajos herméticos en castellano ya es antigua, a menudo ha dependido demasiado de traducciones por lengua interpuesta o de un seguidismo a estudios parciales, sin tener en cuenta la tradición filosófica o sin gestionar con prudencia las tendencias a un confusionismo esotérico o a un «todo es lo mismo». Faltaba una recopilación sistemática de los textos herméticos sobre la base de las ediciones críticas más reputadas y que incluyera los textos fundamentales de esa tradición a partir de varias lenguas. El estudio preliminar nos mueve con un machete de erudición por la maraña de interpretaciones. Sabemos que estos textos eran aun transmitidos en ambientes religiosos de Egipto y seguramente del norte de África, reflejando ecos de una ignota comunidad sapiencial sobre la que nos explica un buen estado de la cuestión la introducción del volumen. Moviéndose entre las diversas teorías que se han formulado acerca de estos textos, la edición anotada nos conduce con mesura y sin caer en ningún exceso interpretativo, pero, a la vez, sirviendo de base segura para cualquier estudio posterior. Jorge Cano presenta una traducción fiable y una introducción imprescindible a la problemática de estas doctrinas, con su raíz greco-egipcia y sus derivaciones. En fin, no puedo dejar de recomendar esta edición comentada de uno de los textos básicos del esoterismo, con una introducción accesible a para todos los públicos.
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