Herodes, señor de la guerra
José Carlos Plaza actualiza a través del tema de la inmigración el mensaje del «Auto de los Reyes Magos» de 1180, que está considerada la primera obra teatral castellana
José Carlos Plaza actualiza a través del tema de la inmigración el mensaje del «Auto de los Reyes Magos» de 1180, que está considerada la primera obra teatral castellana.
La Compañía Nacional de Teatro Clásico, en colaboración con la empresa Faraute, a cuya cabeza se sitúa el veterano productor Celestino Aranda, acomete el bonito reto de rescatar, para entregárselo al espectador en un código más comprensible, la primera obra teatral de la literatura española de la que tenemos constancia: el anónimo «Auto de los Reyes Magos», escrito aproximadamente hacia el año 1180.
Inspirada en el Evangelio según San Mateo, la obra –cuyo título actual se lo dio ya en el siglo XX Ramón Menéndez Pidal– cuenta de forma esquemática e inconclusa la interpretación que los tres conocidos magos, «steleros» o astrólogos Melchor, Gaspar y Baltasar –en el texto no se dice que fuesen «reyes»– hacen ante Herodes de la nueva estrella en Belén.
Dado que la pieza en cuestión apenas consta de unos 147 ó 151 versos polimétricos –los expertos no llegan a ponerse de acuerdo en el número exacto, porque el texto en realidad está escrito como si fuese prosa–, se hacía necesario enriquecer esta obra matriz para construir un espectáculo más acorde, en la forma y en el fondo, con el presente. Y en ello han trabajado al alimón el dramaturgo Pedro Víllora y el director José Carlos Plaza, hasta dar con el Auto de los inocentes, una obra nueva en la que se inserta el auto medieval original, según ellos mismos dicen, «como un cuento dentro de otro cuento».
La nueva obra transcurre en un campo de refugiados de algún lugar de España. En ese campo trabaja un equipo de cooperantes entre los cuales hay un educador, al que da vida Israel Frías, que está interesado en enseñar a los refugiados –muchos de ellos son niños– algunas nociones de cultura española. De este modo, en esa interacción entre refugiados y cooperantes con la cultura como punto de encuentro, saldrá a colación no solo el «Auto de los Reyes Magos», sino también algunos poemas del «Romancero viejo» –como «El alcaide de Alhama» o «El prisionero»– y sendos fragmentos del «Auto del Hospital» de los locos», de José de Valdivielso, y del Auto de «La vida es sueño», de Calderón, que no hay que confundirlo con su universal drama filosófico.
Bálsamo ante las miserias
Sobre el recorrido que hace la dramaturgia desde estas piezas medievales y barrocas hasta llegar al tristísimo presente de los refugiados, el director José Carlos Plaza explica que «nos dimos cuenta de que el ''Auto de los Reyes Magos'' es un preciosísimo cuento que sirve de bálsamo a las preguntas que no sabemos responder, a las penurias, a la tristeza...; así que pensamos que era necesario ubicarlo donde hiciese falta la esperanza y la ilusión, y qué mejor sitio que un campo de refugiados». «Quizá la gran contradicción –añade– es que la esperanza da fuerzas para seguir adelante, pero, al mismo tiempo, la ilusión es siempre fugaz. Por eso, en este ''Auto de los inocentes'', nos hemos querido plantear qué pasa cuando, tras esa ilusión, todo vuelve a la normalidad. No hemos querido hacer teatro documental porque es imposible hacer teatro documental sobre un suceso tan terrible. Así que hemos hecho un cuento gótico, un cuento negro...; un cuento sobre la falta de moral, de pudor y de vergüenza con la que nos topamos hoy. Yo siento que vivo en un charco de mierda, y trato de sacar la cabeza como puedo. Y esta es la clave de la función: introducir un punto de esperanza en toda esta situación tan terrible. Nuestro Herodes en la función son los gobiernos y las grandes empresas que facilitan que las guerras se produzcan para sacar dinero».
Diecisiete actores conforman un elenco en el que casi todos interpretan varios personajes y en el que tienen un destacado papel, junto al mencionado Israel Frías, el veterano Fernando Sansegundo, en la piel de un refugiado que llega hasta el campo arrastrando su particular tragedia, y Pepa Gracia, que da vida a la directora de ese campo. También la música tiene un protagonismo muy especial; hasta tal punto es así que Plaza y Víllora no dudan en señalar a su compositor, Eduardo Aguirre de Cárcer, que tiene un cameo, como uno de los principales artífices de este espectáculo, sin el cual, dicen, «no tendría sentido este texto». El vestuario de Pedro Moreno y la escenografía y la iluminación de Paco Leal ponen la guinda a una propuesta que, según su director, quiere jugar deliberadamente a «hacer teatro dentro del teatro», con el afán de intentar que «la palabra y la poesía sirvan para hacer al ser humano un poquito mejor».