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Exterminio

Cuando no saber decir “perejil” podía costarte la vida

Rafael Leónidas Trujillo está enterrado en Mingorrubio, junto a altos cargos del franquismo porque el pueblo dominicano se ha negado a acoger sus restos

Rafael Leónidas Trujillo junto a Francisco Franco
Rafael Leónidas Trujillo junto a Francisco FrancoLa Razón

Se calcula que en los treinta años que duró la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana, fueron asesinadas alrededor de 50.000 personas. Una cifra a la que hay que sumar también las innumerables violaciones, torturas y desapariciones forzadas.

Para poner estas cifras en perspectiva, hay que recordar que República Dominicana apenas superaba entonces los 3 millones de habitantes.

Mientras tanto, el dictador y su familia, fueron acumulando una inmensa fortuna que, en su apogeo, llegaría a abarcar en torno al 60% de las tierras cultivables dominicanas y en torno al 80% de la actividad comercial de Santo Domingo, a la que entonces se la denominaba oficialmente “Ciudad Trujillo”.

Uno de los asuntos a los que la Administración Trujillo prestó especial atención fue el establecimiento de unos límites geográficos claros con la vecina Haití; que en muchos casos tuvo que claudicar ante las exigencias del régimen trujillista. Al fin y al cabo, Haití siempre tuvo menos fuerza económica y militar que República Dominicana; y dada la fama que ya precedía a Rafael Leónidas Trujillo, era mejor resignarse.

Pero estas relaciones de buena vecindad duraron poco. La escasez de tierras cultivables y el hecho de que miles de haitianos hubiesen emigrado para trabajar en las zonas fronterizas dominicanas, generó un incremento de la endémica animadversión entre estas dos nacionalidades.

En República Dominicana los salarios y el nivel de vida eran más altos, y cuando los emigrantes haitianos empezaron a aceptar salarios sustancialmente más humildes, los dominicanos vieron como empeoraban drásticamente sus condiciones de vida y su acceso a un salario digno.

Trujillo acabó viendo la masiva inmigración haitiana como un intento de invasión, en respuesta a la anexión de territorios que había conseguido en las negociaciones fronterizas.

Para solucionar el problema, el dictador puso en marcha en el año 1937 una de las mayores y más sangrientas campañas de exterminio del Continente. Las cifras que se manejan son poco precisas, pero las más aceptadas y verosímiles rondan entre los 12.000 y 15.000 haitianos asesinados.

El nombre de “masacre del perejil” hace referencia al método que utilizaron los soldados dominicanos para determinar (a falta de documentos legales) quién era y quién no de procedencia haitiana: les pedían que dijesen la palabra “perejil”.

Y es que, al parecer, esta es una palabra que les cuesta mucho pronunciar a las poblaciones francófonas; y más en el caso de los haitianos, cuya lengua materna era el creole.

Si contestaban erróneamente, lo que les esperaba era el machete (era preferible que pareciese un acto espontáneo por parte de los jornaleros dominicanos, y no una política gubernamental).

Una de las cuestiones más sorprendentes acerca de este asunto es que el Gobierno haitiano no reaccionó cuando recibió las noticias. Si la matanza terminó fue gracias a la presión internacional; y no desde luego a la labor diplomática de la élite política haitiana, que no mostró absolutamente ninguna indignación, ni levantó ninguna protesta acerca de lo sucedido con sus compatriotas.

“Blanquear” República Dominicana

De la misma forma que el Gobierno de Trujillo no tuvo ningún reparo a la hora de demostrar y hacer más que palpable su odio hacia los haitianos, esto no aplicaba por igual a todos los inmigrantes; los emigrados del Viejo Continente tenían una mejor acogida.

De hecho, El régimen de Trujillo fue especialmente acogedor con los exiliados republicanos españoles. La idea de Trujillo era “blanquear el país”. Pero para conseguirlo, asumió un riesgo bastante alto porque, al fin y al cabo, el régimen de Francisco Franco era muy cercano y afín al Gobierno que él representaba:

Ambos dictadores tenían algunos elementos comunes: ambos se hacían llamar “generalísimo”; ambos se apoyaron en el Fuerzas Armadas (a las que convirtieron en el centro de su discurso) y ambos tenían un odio acérrimo al comunismo y a todo lo que encarnaba.

Además de todo esto, también hay que recordar que hoy Rafael Leónidas Trujillo está enterrado en el cementerio de Mingorrubio (en El Pardo), junto con muchos de los altos cargos del régimen franquista y desde el pasado 24 de octubre de 2019, junto con el mismísimo Francisco Franco.

Aunque ha habido algunos reclamos por parte de su familia y de algunos dominicanos para que los restos del dictador vuelvan a República Dominicana, las voces críticas con el régimen de Trujillo han impedido cualquier intento de que el ataúd vuelva a su país.