Buscar Iniciar sesión
Sección patrocinada por
Patrocinio Repsol

Cuando trabajar estaba mal visto: así lo convirtió Carlos III en un honor

Hasta su reinado en el siglo XVIII, había labores consideradas indignas o viles, como era el oficio de carpintero, zapatero o cualquier otro manual
Carlos III, el "mejor alcalde de Madrid", fue rey de España desde 1759
La RazónLa Razon

Creada:

Última actualización:

Ya ocurría en la Antigua Roma: fue Cicerón quien extendió la idea de que el trabajo se trataba de “un castigo” y que las profesiones manuales eran “poco valoradas”, frente a las más reconocidas “intelectuales o liberales”. Esta idea, que fue evolucionando a lo largo del Imperio, llegó a todos sus territorios, y por tanto también a España. En nuestro país había labores consideradas nobles y otras llamadas viles, hasta el punto de que había quienes renunciaban a su trabajo considerado deshonrado o indigno a nivel social, aunque así empeoraran su nivel de vida y el de su familia. No obstante, fue con la llegada de Carlos III en el siglo XVIII cuando este rechazo a la productividad laboral comenzó a ver su fin.
Los que tenían trabajos manuales no eran bien vistos, sus labores eran consideradas viles y el nivel social bajaba de manera rotunda. De hecho, el desprestigio social que conllevaba ser zapatero, carpintero o agricultor era tal que contraer matrimonio con gentes de diferente estatus era para estos últimos una desgracia y desprecio social. Todo esto, llevó a que muchas personas prefiriesen vivir en la pobreza antes que ver su honor desprestigiado, provocando así una gran bolsa de desempleo y un estancamiento económico del país, en una época de expansión productiva y demográfica,.
Por tanto, hubo de tomar medidas. El 18 de marzo de 1783, el rey Carlos III decretó una cédula real, por la cual declaraba “que no solo el oficio de curtidor, sino también los demás artes y oficios de herrero, sastre, zapatero, carpintero y otros a este modo, son honestos y honrados; y que el uso de ellos no envilece a la familia, ni la persona del que los ejerce, ni la inhabilita para obtener los empleos municipales de la República en que estén avecindados los artesanos o menestrales que los ejerciten; con lo demás que se expresa”.
Así, el monarca lanzó con estas palabras un cambio psicológico y social hacia los empleos manufactureros, permitiendo asimismo el acceso de los nobles al mundo laboral con tal de contribuir a la recuperación económica. De la misma manera, se habría la posibilidad de que otros accediesen a la nobleza, o ejercieran cargos públicos o empleos municipales, cosa que no podían hacer hasta entonces aquellos que se dedicaban a trabajos manuales.
Esta situación, como todo cambio o avance en la historia, provocó gran revuelo entre la sociedad de la época. Se criticaba que la proclama de Carlos III quisiera romper los moldes sociales hasta entonces establecidos, de tal manera que no fue hasta un siglo después de que se decretase la cédula. Hacía falta promover alguna medida eficaz que consiguiera ir modificando la mentalidad social respecto al trabajo, y para ello se recurrió a las artes: cómicos, actores, escritores, dramaturgos... De esta manera, y unos cien años después por fin se hizo oficial la eliminación de la diferencia entre oficios viles y no viles, declarándose todos los trabajos como nobles, honrados y dignos.