Montsalvat: poetas y místicos tras los pasos del Grial en España
La ritualidad medieval de esta leyenda apasionante consiguió amalgamar un sin fin de tradiciones místicas influidas por la cultura grecorromana, celta, íbera y semita
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Tras el advenimiento del cristianismo, la tierra de Poniente que es España se convirtió en un fin del mundo y comienzo de otro nuevo con un carácter religiosamente renovado que llevaba a una ruta de búsqueda interior. Pero la marca sempiterna de España como lugar de paso al más allá se acentuó incluso más desde entonces merced a los itinerarios de santos, los peregrinajes sagrados, el comercio de las reliquias y unas muy variadas epifanías. La leyenda más popular, acerca de la llegada del Apóstol Santiago a España, ya fuera historia o mito –recordemos el trasfondo priscilianista en la antigüedad tardía–, fue razón del restablecimiento o perpetuación de un camino antiquísimo para las mitologías celtas e ibéricas de la antigüedad.
El medievo llenó España de místicos y santos caminos, de apariciones en grutas y de objetos de poder venerados por doquier. Las rutas marianas, los milagros de santos transformadores, los apóstoles que campean contra los enemigos de la fe y también, cómo no, la siempre latente heterodoxia desde un sustrato precristiano transitan por la geografía hispana y son parte integrante de su mitología. Pero pocas leyendas han sido tan fascinantes y tan ligadas a la España medieval, de sustrato celta, ibero, grecorromano y semita, como la leyenda del Santo Grial: como ocurre en el caso de Santiago, harían falta bibliotecas para tratarla.
En resumen, se ve, de nuevo, una cristianización de una leyenda anterior. La materia de Bretaña, de raigambre celta, evoca la Mesa Redonda de Arturo y sus caballeros, sobre todo, desde Geoffrey de Monmouth. Si estos cumplen al principio hazañas caballerescas, pronto se tornan místicos paladines en busca de un mundo fantástico o del Cáliz de Cristo. La leyenda del Grial aparece primero en el romance francés de Chrétien de Troyes (1190) y se liga a Percival, el caballero que ha de «atravesar el valle» («percer le val»). Y se acentúa la idea de la «Quête» o búsqueda mística del caballero del Grial, en pos del castillo interior, en su continuador alemán Wolfram von Eschenbach: es el último gran ciclo mitológico de occidente, el del viaje hacia el reino de los adentros. Se notaban ambigüedades de mitología celta en estas obras y, lo que seguramente era en principio un plato o un caldero, se iba a fundir muy pronto con el Cáliz de La Última Cena. A la vez, la lanza del golpe doloroso del Rey pescador, monarca enfermo que causa la tierra baldía y que era un símbolo inseparable del caldero, se iba a contaminar pronto con la leyenda de la Lanza de Longinos. La narración de Robert de Boron sobre José de Arimatea conecta el mundo celta y el cristiano: el ciclo de Lanzarote pone la leyenda en manos de la literatura monástica y la cristianiza definitivamente.
Las dos reliquias
Desde las dos Bretañas el camino celta acaba llegando, como no podía ser de otra manera, al confín hispano, Galicia, en cuya bandera ondea el Grial. Los pasos de este llevan sin remisión a las rutas místicas de España, donde al menos hay dos reliquias que se disputan el honor de ser consideradas griales, el Santo Cáliz de la catedral de Valencia –quizá el más universalmente reconocido– y la Copa de Doña Urraca en León, entre otras piezas. La búsqueda del Grial deviene camino de busca interior de la Sangre Real. Y en la obra de Eschenbach, musicada y ampliada más tarde por la mitología wagneriana, esa «quête» se mixtifica aún más, lindando con oscuridades esotéricas y cerrando el círculo que va del paganismo al cristianismo y vuelta. Existe en la leyenda de Chrétien y sus sucesores un castillo encantado donde se encuentra la gran prueba o la custodia del Grial.
De las muchas teorías sobre su localización, las más llevan a tierras hispanas desde las rutas cátaras que pasan por el malhadado Montsegur, hasta las huellas del Santo Cáliz, que estaba primero en San Juan de la Peña, en el Alto Aragón. Puede que el Munsalvaesche de Titurel, que aparece en Eschenbach, fuera ese maravilloso enclave en la montaña aragonesa y el rey Anfortas un reflejo de Alfonso el Batallador. Luego el Cáliz acabó en la Catedral de Valencia. Otra teoría muy difundida identifica el Castillo de Montsalvat con Montserrat, que incluso devino obsesivo en ciertas fantasías esotéricas. En todo caso, muchos wagnerianos situaron allí el castillo interior de la leyenda y tendieron un evocador puente operístico y literario. Quizá Eschenbach pensara en Aragón y Wagner en Cataluña, mientras al fondo ondea el Grial del Finisterrae galaico, pero no hay duda de que los caminos del Grial y su mitología de búsqueda mística llevan a España.