¿Salvar o no salvar a Don Juan?
Pocas figuras de tradición española han tenido su repercusión mundial, sin embargo, su alargada sombra incomoda hoy a puritanos y prohibicionistas
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Entre los mitos hispánicos más universales hay uno que aparece en múltiples obras musicales, literarias y artísticas: el del seductor condenado. Es Don Juan, personaje arquetípico donde los haya. Puede que su figura, además de hundir sus raíces en el acervo del folclore hispano, haya tenido precedentes históricos en Sevilla o en Madrid. Se suele aducir el caso del llamado «Caballero de Gracia», célebre por su Oratorio en Madrid, establecido por la Congregación de Indignos Esclavos del Santísimo Sacramento –a la que perteneció Cervantes–, que él mismo fundó. Se trataba de un hidalgo de origen italiano, Giacomo de Grattis, que llegó al Madrid de Felipe II como secretario del nuncio apostólico y al que se atribuye una vida de libertino e impenitente seductor. Otro personaje de la España del Barroco que puede ser precedente de don Juan es Miguel de Mañara, personaje sevillano relacionado con la Hermandad de la Santa Caridad, que habría llevado una vida licenciosa antes de una fulminante conversión al caer a tierra mientras oía voces nocturnas sobre su entierro. Considerado venerable por la iglesia, su figura de pecador y mujeriego arrepentido se sitúa en la línea de santos tan conocidos como Agustín de Hipona. Amor y muerte se unen en este mito, Eros y Tánatos.
¿Soldado o caballero?
Pero el personaje de Don Juan aparece por primera vez en las obras teatrales «Tan largo me lo fiais» (1617) y «El burlador de Sevilla» (1630), de Tirso de Molina. En ellas, la tradición arquetípica del libertino y mujeriego hispano, un soldado o un caballero llamado muchas veces «burlador», que desafía todas las leyes escritas y no escritas, las convenciones morales, sociales y religiosas con seducciones, desplantes y desafíos, se funde con otra antigua leyenda hispánica, pero que también se encuentra muy difundida en otros ámbitos del folclore europeo, que es la del «convidado de piedra». En este Don Juan Tenorio, pues, la vida licenciosa, con su desafío a la moralidad, se mezcla con la experiencia sobrenatural del desafío a la muerte. El burlador no solo burla a las mujeres, sus maridos o sus padres, sino que se convierte en un personaje desmesurado que llega a desafiar a la propia muerte. El impío convida a una cena a un muerto o a la estatua de su túmulo, como ocurre en la versión más conocida de la leyenda, y luego el muerto le corresponde invitándole a él a su vez a cenar en el infierno. La salvación o condena del libertino, claro está, dependerá de la versión recogida, en cuentos, teatro, ópera, etc., siguiendo la intención más o menos moralizante de cada autor. Este mito, arraigado en la tradición, se consagra en la obra de Tirso de Molina y desde ella se convierte en un motivo muy popular en toda Europa, llegando a ser uno de los arquetipos más universalmente relacionados con España.
Sería prolijo recordar toda la nómina de las obras y autores inspirados por este mito. Pero no podemos dejar de mencionar algunas de las más importantes recreaciones. Lo recibe el teatro europeo desde Molière, que escribe su «Dom Juan ou le festin de pierre», en 1665, y Carlo Goldoni con su «Don Giovanni Tenorio», en 1735. Estas obras inspiran el libreto de la famosísima versión de Mozart, su «Don Giovanni», de 1787. Pero habrá más versiones y variaciones: desde Lord Byron («Don Juan», 1819-1824) a Pushkin («El convidado de piedra», 1830), de Espronceda («El estudiante de Salamanca», 1840) a Zorrilla («Don Juan Tenorio», 1844), que consagra el tema para siempre con la inmortal obra que recoge los temas que, en cierto modo, encarnan el espíritu del día de difuntos. Larga es la sombra de Don Juan y sus ecos en la novela, en la música, en las artes plásticas y escénicas, desde Dumas, Rostand, Strauss, Azorín, Gonzalo Torrente Ballester... Uno de los mitos más imperecederos que ha dado la mitología hispánica. Recordemos para finalizar, el resumen de sus hazañas que hace el propio Don Juan en la obra de Zorrilla: «Por dondequiera que fui, / la razón atropellé, / la virtud escarnecí, / a la justicia burlé / y a las mujeres vendí. / Yo a las cabañas bajé, / yo a los palacios subí, / yo los claustros escalé, / y en todas partes dejé / memoria amarga de mí. / Ni reconocí sagrado, / ni hubo razón ni lugar / por mi audacia respetado; / ni en distinguir me he parado / al clérigo del seglar. / A quien quise provoqué, / con quien quiso me batí, / y nunca consideré / que pudo matarme a mí / aquel a quien yo maté». Palabras que resuenan cada 1 de noviembre, las del burlador convidado a lo sobrenatural.