El origen de «El hombre del saco»
Esta es la truculenta historia de uno de los mitos de terror infantil hispánico más conocidos: un suceso que mezcla incultura, miedo y superstición
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La leyenda de «El hombre del saco» nació para atemorizar a los niños. Querían impedir que hablaran con extraños, por el miedo a que fueran robados, asesinados y convertidos en ungüentos. Al hombre del saco se unió el sacamantecas, el cual mataba a mujeres y niños para extraerles la grasa corporal –manteca– para hacer ungüentos curativos o jabones. Pero, ¿cómo nació la leyenda del hombre del saco? Aunque existe una leyenda folclórica mucho anterior, el mito moderno estaría sustentado en el llamado «Crimen de Gádor», sucedido en el siglo pasado. A mediados de junio de 1910 a Francisco Ortega Rodríguez, «el Moruno», un agricultor de Gádor (Almería), le diagnosticaron tuberculosis. Se obsesionó por su salud. A sus 55 años estaba sentenciado y no quería morir.
Era tal su preocupación que su mujer, Antonia López Delgado, le dijo que fuera a visitar a la curandera del cortijo San Patricio, Agustina Rodríguez González. Esta tenía fama de curar con plantas, sustancias de animales y todo tipo de ungüentos. Después de visitarlo, le recetó una pócima. El resultado no fue el que deseaba. Cierto día al levantarse de la cama, estando su mujer en la cocina, empezó a toser. Se acababa de levantar de la cama y ya llevaba un cigarro encendido en la boca. El 28 de junio de 1910 el curandero Francisco Leona Romero, acompañado de Julio Hernández Rodríguez, fueron a una cañal cercano al río Andarax. Era un lugar solitario. Fueron ahí para conseguir «medios» para una medicina que le daría a Francisco Ortega Rodríguez, del cortijo del Carmen. El remedio era beber sangre caliente de un niño y ponerse sobre el pecho mantecas, para así curarse de la tuberculosis que padecía.
El ritual macabro
Se escondieron debajo de una higuera. Al cabo de un rato, vieron a tres niños de corta edad que se dirigían hacia allí. Para que no los vieran, se escondieron detrás de dos matas. Cuando uno de ellos estaba cerca de estas, Francisco Leona cogió de la mano a uno. Se llamaba Bernardo González, de 7 años. Por medio de engaños –le dijo que lo llevaría a comer brevas– lo internó en el canal. Una vez ahí le pidió a julio Hernández que abriera un saco y metiera al niño dentro. Una vez tenía al niño dentro, se marcharon hacia el cortijo. No fueron por la carretera, sino por lugares poco transitados. El niño no paraba de chillar y llorar. Julio Hernández estuvo a punto de dejarlo marchar. Francisco Leona lo amenazó. Tras un largo trayecto, llegaron al cortijo San Patricio. Ahí vivían la madre de Julio, Agustina Rodríguez González; el hermano, José Hernández Rodríguez; y la mujer de este, Elena Amate Medina.
En el cortijo, Julio situó el saco en un rincón debajo del porche. Acto seguido, se fue al cortijo de el Moruno, que estaba a media hora. Una vez ahí le dijo que todo estaba preparado. Ambos marcharon al cortijo San Patricio. Al llegar Francisco Leonora lo preparó todo para administrarle la medicina. Estiraron al niño, colocándose Julio Hernández a su lado, cogiéndolo por la cintura. Agustina en el lado izquierdo, sujetándole el brazo derecho, después de levantarle la camisa y con la otra mano el brazo izquierdo «para que no manoteara». José Hernández se sentó de frente a la cara del niño. Iluminados por un candil, pues había oscurecido, Leona se puso al lado derecho del niño. Después de pedir a todos que lo tuvieran bien cogido, sacó una navaja de hoja y filo finísimos. Acto seguido «le infirió una ancha herida en el costado, cortando las arterias que afluyen al corazón». El Moruno sostenía una olla debajo de la herida. Cuando esta estaba a punto de llenarse, se bebía la sangre de un solo sorbo. Terminado el primer ritual –el de la sangre– empezó por el segundo. Abrió el vientre del niño con un verduguillos. Le sacó las mantecas que el Moruno se colocó sobre el pecho. Se marcho a su casa para sudar.
Julio Hernández y Francisco Leona se marcharon al barranco del Pilar. Aplastaron la cabeza del cadáver con una piedra, enterraron el cadáver con piedras y ramas debajo de una higuera, y se marcharon. Así pues, en la leyenda de «El hombre del saco» se mezcla incultura, superstición, curanderos y miedo. La gente temía que les robaran a sus hijos. Los utilizarían para fabricar ungüentos. Si bien la policía investigaba los casos, nunca se encontraba al culpable. Algunos pensaban que la policía protegía a esas personas. Fuera como fuese, le inicio de la leyenda fue un acto de defensa del pueblo con respecto a unos sucesos que ocurrían y desconocían su origen.