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Cuando Rusia conquistó Finlandia

Finlandia era un territorio estratégico para las ambiciones imperiales rusas en el Báltico, ruta directa con Europa occidental. Un episodio desconocido que nos presenta Alexander Mikaberidze en su libro «Las Guerras Napoleónicas. Una historia global»
Helene_Schjerfbeck
La Razón

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La continuada alianza de Suecia con Gran Bretaña provocaba inquietud en Rusia, preocupada por la creciente presencia británica en el Báltico. Sin acceso a dicho mar, Rusia no podría desarrollar su economía ni soñar con proyectar su estatus de gran potencia europea. A mediados del siglo XVIII, Rusia consolidó su presencia en el Báltico, estrechamente ligada a su identidad imperial, con el objetivo de asegurar sus rutas comerciales con Europa occidental y proteger a la capital imperial, San Petersburgo. Para ello, la conquista de Finlandia, entonces en poder de los suecos, era fundamental, pero el estallido de las Guerras Revolucionarias y Napoleónicas pospuso las posibles aspiraciones de Rusia. Tras las derrotas sufridas ante Napoleón, los rusos perdieron la fe en Gran Bretaña, y en 1807, el emperador Alejandro decidió tomarse la revancha atacando a uno de los últimos aliados británicos, Suecia.
En noviembre de 1807, Alejandro exigió que Suecia cerrara el Báltico a todos los buques de guerra extranjeros (es decir, británicos), pero Gustavo Adolfo IV de Suecia rechazó estas demandas. Rusia interpretó la negativa como un casus belli. La estrategia inicial rusa consistía en ocupar tanto territorio como fuera posible antes de iniciar las negociaciones de paz. Pese a la movilización rusa, los suecos no se prepararon para la campaña, ya que querían evitar instigar a Rusia a declarar la guerra. Además, daban por hecho que las hostilidades no se declararían hasta finales de la primavera de 1808 y para entonces la Royal Navy podría prestarles apoyo. Los rusos no se aventurarían a una penosa guerra de invierno en Finlandia...
El 21 de febrero de 1808, sin que mediara una declaración de guerra formal, notificación o ultimátum (una omisión que los suecos tacharon de violación de las leyes internacionales), el ejército ruso invadió Finlandia, mientras instaban a la población local y a los soldados suecos a no oponerse a la ocupación. La conquista del sur de Finlandia sin derramamiento de sangre convenció a los rusos de que la campaña estaba prácticamente finiquitada. En abril, el emperador Alejandro publicó un manifiesto que exigía a sus nuevos súbditos finlandeses jurarle lealtad, en lo que suponía otra nueva violación de las leyes internacionales. Pero la guerra distaba de haber terminado.
Contraataques suecos
El inhóspito e impracticable terreno y el frío y largo invierno dificultaron la ofensiva rusa, mientras que los contraataques suecos animaron al estallido de levantamientos populares en partes de Finlandia. Ante la perspectiva de una guerra de guerrillas, Alejandro emitió una proclama en la que se comprometía a respetar todas las libertades existentes de los territorios finlandeses y de sus gentes y que se convocara la Dieta de Porvoo. No fue una mera concesión. Rusia llevaba años tratando de ganarse a los finlandeses a su causa y la cooperación finlandesa sería esencial para reforzar la precaria posición de Rusia en el Báltico.
Con cada revés en Finlandia, la opinión pública se volvía más en contra de Gustavo. Por orden de Alejandro, en octubre de 1808 el ejército ruso avanzó hacia el norte: al acabar el año ya se había apoderado de toda Finlandia. En el seno del Imperio ruso, Finlandia gozó de un estatus especial, con un grado de autogobierno que Suecia no había permitido nunca y que ninguna otra región rusa disfrutaba. La Dieta agradeció las concesiones rusas y ayudó a pacificar a la población local y llamando a la colaboración. Deseoso de poner un fin rápido a la contienda con Suecia, Alejandro ordenó invadir el territorio de la propia Suecia. Sin amigos ni dinero, el gobierno sueco sufrió un golpe de Estado que depuso al impopular Gustavo y colocó a su tío Carlos XIII. Pese a los desesperados intentos por cambiar el curso de la guerra, los suecos no tuvieron más alternativa que acceder a conversaciones de paz.
El tratado de paz se firmó el 17 de septiembre de 1809 e incorporaba todas las demandas rusas. Fue un momento clave en la historia de Escandinavia: Suecia había perdido casi la mitad de su territorio, mientras que Rusia se establecía en la región y aseguraba sus posiciones en el mar Báltico. De hecho, la población finlandesa, después de más de seiscientos años de hegemonía sueca, se vio entonces bajo unos nuevos amos imperiales. El Tratado de Fredrikshamn también obligó a Suecia a recalibrar su política exterior. Así pues, los suecos optaron por eliminar la «cuestión finlandesa» de sus preocupaciones estratégicas y centrar la atención en Noruega como forma de compensar lo perdido en el este, a lo cual Rusia no se opondría necesariamente. Los acontecimientos acabaron por demostrar que el viejo temor danés de que la conquista rusa de Finlandia convertiría a Dinamarca en un aliado inútil para Rusia estaba más que justificado.
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