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Figuras míticas de la Navidad: Nicolás de Bari, el obispo de los regalos

El origen del solsticio de invierno nos remite a los ancestros que ya ponían árboles en sus casas y a la figura de este obispo que hacía presentes a niños necesitados
Museo del PradoMuseo del Prado
La Razón
  • César Alcalá

    César Alcalá

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Estamos en unas fechas que se entremezcla magia y tradición. Días muy especiales para algunos, odiosos para otros y sin importancia para unos pocos. Lo cierto es que si reflexionamos nos daremos cuenta de una realidad que empieza la noche del 24 de diciembre y termina el 6 de enero. No sabemos cuándo se empezó a celebrar el solsticio de invierno, pero es el origen de todo. Es de suponer que el hombre hizo algún rito desde que tuvo conciencia que las estaciones cambiaban y existía el frío y el calor. Estos rituales evolucionaron con los años a media que el hombre maduró intelectualmente. Con el paso de los años aquellas fiestas paganas que romanos y griegos incluyeron en sus celebraciones tradicionales se cristianizaron para celebrar el nacimiento del hijo de Dios. Nuestros ancestros ya ponían árboles en sus casas. En diciembre es cuando hacía más frío. Las familias se reunían en casa y celebraban aquel evento quemando troncos de árboles y comiendo carne. Con los años los árboles dejaron de quemarse, se adornaron y se encendieron luces para conmemorar aquella ancestral tradición. El árbol se convirtió en símbolo de la Navidad.
Desde tiempos inmemoriales se canta en las casas. Aquellas canciones paganas se cristianizaron. Los villancicos salieron de las casas y se trasladaron a las calles y a las iglesias. Con la evolución tecnológica llegaron a la radio, a la televisión y hoy a todas las plataformas musicales.
En por el siglo IV existía un obispo llamado Nicolás de Bari que hacía presentes a los niños necesitados. Nicolás de Bari pasó a ser Sinterklass en la Vieja Europa. Era un hombre mayor, con barba, vestido de rojo y con mitra. Esa tradición viajó de la Vieja Europa al Nuevo Mundo. Clemant Clarke Moore unió ambos personajes, y otras tradiciones, en 1823, en A visit from St. Nicolas. Ya tenemos el guion. Thomas Nast, en 1863, dibujó el personaje y Norman Rockwell lo inmortalizó en la década de los veinte del siglo pasado. Luego vino Coca-Cola y la ilustración de Fred Mizen, de 1930, cuando plasmó un hombre vestido de Santa Claus en el centro comercial Famous Barr Co. de Sant Luis, bebiendo este refresco rodeado de niños. Entre 1931 a 1964 Haddon Sundblom dibujó las campañas navideñas de Coca-Cola, humanizando el personaje. En 1939, de la mano de Robert L. May nace Rudolf, el reno de la nariz roja. Aquel Sinterklass del Viejo Mundo que viajó al Nuevo Mundo regresó al primero reconvertido en Santa Claus o San Nicolás y, desde finales del siglo XIX, se celebra aquello que escribió Clement Clarke Moore en su poema sobre la noche de Navidad. Y no nos podemos olvidar de los Reyes Magos. Simbólicamente se hacen presentes a los niños nacidos en cada casa y, de esta manera conmemoramos aquello que pasó en Belén, cuando Gaspar, Melchor y Baltasar le entregaron oro, incienso y mirra al Niño de Dios.
Todos somos hijos de Dios y, por eso, celebramos el 6 de enero la Epifanía del Señor. La grandeza de la Navidad está intrínsecamente ligada a Nicolás de Bari, a que en Belén nació un niño y tres reyes magos le llevaron presentes. Eso es lo que conmemoraremos estos días. Creyentes y no creyentes, tradiciones paganas, laicas o cristianas, todo lo que hemos explicado se concentra en un día que, desde antaño, es mágico para el ser humano. A lo largo de la historia han nacido miles de niños. Ahora bien, hace más de 2.000 nació uno en Belén. Puedes creértelo o no, pero cada año rememoramos y celebramos el nacimiento de ese niño al que los creyentes consideran el Hijo de Dios. Por eso aquella fiesta pagana de la cual hablamos al principio y que, con el paso de los años paso a ser Cristiana, hoy en día es universal. Creyente o no creyente, envueltos o no en el caos comercial, con o sin niños, alegres o tristes, solos o acompañados… siempre encontramos un momento, durante estos días, para celebrar el nacimiento de un niño que cambió el rumbo de la humanidad. Esa es la grandeza de la Navidad. Y no podemos concluir esta narración sobre la Navidad sin adentrarnos en el mundo mágico y tradicional de Clement Clarke Moore. Hace casi doscientos años de su pluma nació una frase que puso en boca de Santa Claus la noche del 24 de diciembre: «Happy Christmas to all, and to all a goodnigth». Pues eso, Feliz Navidad a todos, y a todos buenas noches.

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