Arqueología

Abracadabra: magia y brujería en la antigua Roma

El término abracadabra tiene su origen en el antiguo imperio, en el que eran frecuentes las tablillas de maldiciones que contenían invocaciones tanto benignas como malignas

Tablilla de maldición de Eyguières, en Francia
Tablilla de maldición de Eyguières, en FranciaLa Razón

Aunque desde un plano científico resulte complicado definir los conceptos de religión y superstición y establecer sus límites, más o menos podría decirse que existe un quórum popular según el cual la superstición implica un grado de irracionalidad superior y se relaciona especialmente con lo sobrenatural, lo folklórico, lo marginal y lo minoritario en contraposición con el culto organizado. Sin embargo, esta percepción es muy personal y, así, la religión de unos puede ser la superstición para otros. Otro tanto ocurre con otro concepto difuso, la magia, que podría explicarse como la búsqueda de un fin a través de un rito que apela a lo sobrenatural y que, hoy día, parece más propio de la ficción fantástica o de los trucos de mentalismo. Sin embargo, en el mundo antiguo la magia existía o, mejor dicho, se creía en su existencia. Así, conocemos fórmulas, gestos y objetos mágicos, como amuletos de todo tipo y forma, que buscaban favorecer la fortuna, proteger o castigar.

En Roma existen infinidad de evidencias tanto por escrito como en el registro material sobre unas prácticas mágicas que se podrían dividir en magia blanca o teurgia, ligada a las divinidades y a la pax deorum, y la magia negra o goetia, es decir, la brujería. Mientras que la primera fue tolerada a diferencia de la magia negra, ambos tipos acabaron por ser prohibidos en la cristianización del imperio, aunque no por ello dejaron de ejecutarse como prueba la evidencia. De hecho, la manida palabra «abracadabra» tiene su origen en Roma, en el «De medicina praecepta»​, un poema médico escrito por Quinto Sereno Sammónico, tutor del malogrado césar Geta, a quien ejecutara su hermano Caracalla. Recomendaba inscribirla en un amuleto que debía llevarse al cuello para combatir la fiebre y otras afecciones.

Hace un año, Greg Wolff, catedrático de UCLA y uno de los mejores y más versátiles historiadores de la actualidad, publicó un interesante artículo titulado «Curse tablets: the history of a technology» en la señera revista «Greece and Rome». Se trata de un buen análisis sobre las tabellae defixionum o tablillas de maldición, una de las prácticas de magia negra más extendidas del período, en particular sobre el proceso de dispersión de esta práctica y su carácter cambiante desde que aparecieron en Grecia hacia el s. VI a.C. Estas tablillas eran, en realidad, finas láminas de plomo escritas y luego dobladas, en ocasiones perforadas con clavos y luego ocultas bajo tierra, en espacios como pozos, hogueras, templos o cementerios en donde se apelaban a los dioses, en particular a los del inframundo, a demonios o a los muertos para que cumplieran la voluntad de los dedicantes, como conjuros de atadura o plegarias de castigo.

Maldiciones a los aurigas

Así, encontramos tablillas que cargan contra abogados o testigos de juicios como una encontrada en Peñaflor (Sevilla), donde un tal Gayo Licinio Galo solicita que Marcelo Valerio enmudezca en el juicio: «tal como una rana sin lengua es muda y callada, así quede Marcelo mudo». También disponemos de tablillas amorosas, por no decir abiertamente sexuales, como la que realizara en la ciudad egipcia de Antinóopolis un tal Sarapamón para atraer a su amada Ptolemaide, hija de Ayade. Esta lámina, depositada en el interior de una tumba, cubría una figura de barro femenina perforada, como si fuera un muñeco vudú, por trece clavos. Pedía a las divinidades ctónicas griegas, egipcias y a diversos demonios «una atadura mágica a Ptolemaide, a la que parió Ayade, la hija de Orígenes, para que no pueda tener relaciones sexuales, ni por delante ni por detrás, que no pueda obtener placer con otro hombre» salvo él. Otras tratan de arruinar a rivales de negocios e incluso las hay realizadas por las víctimas de robos como una encontrada en Bath (Reino Unido) donde una tal Docimedis cabreada por el robo de sus guantes solicitaba, en justa correspondencia, que a su ladrón le fueran arrebatadas la mente y los ojos. Si hay un ámbito donde sobresale el uso de la magia es en el circo como señalo, y disculpen por citarme a mí mismo, en «Panem et circenses. Una historia de Roma a través del circo» (Alianza, 2018). Magia para defenderse de otra magia, magia para atacar a rivales, magia realizada por los profesionales y magia realizada por los aficionados. De hecho, los aurigas tenían fama de hechiceros –y también de envenenadores– y más de uno, acusado de mago, fue ejecutado como le ocurriera a Atanasio, el favorito del emperador Valentiniano I. Y tenemos muchas, muchísimas tablillas, que deseaban victorias pero también la parálisis, ceguera, mutilación y muerte de los aurigas y caballos rivales. Adaptando las inmortales palabras de Arrigo Sacchi, el circo era la cosa más importante entre las cosas menos importantes.