Las anécdotas que no sabías de la Guerra Civil Española
Ocho anécdotas que perfilan un paisaje distinto de aquellos años de horror.
Al igual que en otros lugares de España, en la provincia de Jaén el golpe de Estado de 1936 fracasó. Aun así, los republicanos desconfiaban de la Benemérita y les obligaron a entregar las armas, lo que tensó todavía más la situación. El 18 de agosto de 1936, asumió el mando de la comandancia de la Guardia Civil en Jaén el capitán Santiago Cortés, que decidió refugiarse en el Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza en Andújar (Jaén). El grupo de refugiados estaba compuesto por 165 miembros de la Benemérita con sus familiares, algunos vecinos del pueblo y cuatro sacerdotes, en total más de 1.000 personas. Pronto pasaron de un encierro voluntario, durante el que incluso bajaban a Andújar por provisiones y a recibir atención médica, al puro y duro asedio de las tropas republicanas.
Las provisiones iniciales pronto comenzaron a agotarse, pero, como caídos del cielo –y nunca mejor dicho– fueron abastecidos de alimentos, armas y medicinas por los sublevados desde las zonas que controlaban en el Sur. Lógicamente, la única forma de aprovisionamiento era aérea, pero era imposible utilizar los paracaídas para hacerles llegar los suministros por la dificultad de hacerlos caer en el pequeño reducto del Santuario.
Así que decidieron utilizar dos técnicas: una, lanzándose en picado hacia el objetivo para aproximarse lo máximo posible y, una vez soltados los suministros, remontar rápidamente; y dos, la técnica del pavo para las provisiones más delicadas y de poco peso (medicamentos). Esta última técnica consistía en soltar los pavos, a los que previamente se les habían atado las provisiones a las patas, desde la vertical del objetivo y con su frenético aleteo, que no les permite volar pero sí frenar la caída, aterrizar sin romper la carga.
Además, este curioso paracaídas también se podía comer. Destacó en estas tareas de aprovisionamiento el aviador Carlos Haya, piloto personal del general Franco, que realizó más de un tercio de los 157 servicios al Santuario. Gracias a estos suministros, los sitiados aguantaron 9 meses, hasta el uno de mayo de 1937, cuando cayó el Santuario ante la ofensiva de los republicanos.
La escasez de alimentos, propia de cualquier conflicto bélico, obliga a agudizar el ingenio, hacer realidad dichos populares como “ave que vuela, a la cazuela” o a reinventar un plato tan popular como la tortilla de patatas... sin patatas ni huevos: La parte blanca de las naranjas situada entre la cáscara y los gajos [creo que se llama albedo] se apartaba y se ponía en remojo a modo de patatas peladas y cortadas. Los huevos eran sustituidos por una mezcla formada por cuatro cucharadas de harina, diez de agua, una de bicarbonato, pimienta molida, aceite, sal y colorante para darle el tono de la yema.
Resulta curioso que siendo Franco un dictador al uso no apareciese su rostro en los billetes de la época. No lo consiguió, pero hubo un par de intentos. El 29 de septiembre de 1936 Franco fue nombrado Generalísimo de las Fuerzas de Tierra, Mar y Aire por la Junta de Gobierno en Burgos y, pensando que sería cuestión de días la toma de Madrid, se encargó la fabricación de billetes con el rostro de Franco a dos empresas inglesas, Thomas de la Rue y Bradbury Wilkilson and Co.
La primera rechazó el pedido por ser el fabricante del Gobierno legítimo de España y el segundo, aunque llegó a fabricar las planchas y comenzar la impresión, desistió por las presiones del Gobierno británico. Terminada la guerra y siendo ya Jefe de Estado, en 1940 volvió a la carga con el tema de los billetes. Esta vez se encargó el pedido a la empresa italiana Coen & Cartevalori, esperando no tener problemas por estar situada en un país amigo. Esta vez los problemas no vinieron por la parte del fabricante sino por decisión de los colabora- dores de Franco que le aconsejaron no hacerlo al considerar que dichos billetes serían rechazados por el comercio internacional que no simpatizaba con el Régimen.
Una de las consecuencias de la Guerra Civil, menos trágica y más curiosa, fue los cambios toponímicos. Algunos pueblos y ciudades que habían quedado en la zona controlada por la Repú- blica cambiaron sus nombres por otros más acordes a sus ideales: Ciudad Real – Ciudad Libre de la Mancha Talavera de la Reina – Talavera del Tajo
San Lorenzo del Escorial – El Escorial de la Sierra Albalate del Arzobispo – Albalate Luchador...
Pero hubo dos pueblos en Alicante que se llevaron la palma: San Fulgencio del Segura y San Juan de Alicante: San Fulgencio del Segura cambió su nombre durante los tres años de la contienda por Ucrania del Segura. Curiosamente en esta población, según INE-2009, más del 75% es de nacionalidad extranjera y se trata del único municipio español donde el inglés es la lengua más hablada por parte de la población.
San Juan de Alicante cambió su nombre por Villa Rusia de Alicante... en teoría. El día 16 de noviembre de 1936 se reunió el pleno del Ayuntamiento con el cambio de nombre de la localidad como único orden del día. Fueron varias las propuestas: “Villa Ascaso” (en homenaje al anarquista Francisco Ascaso, muerto el 20 de julio de 1936 mientras lideraba a los militantes de la CNT en Barcelona), “Pablo Iglesias” (por los socialistas)... pero, al final, la propuesta votada y aprobada fue Villa Rusia de Alicante “como homenaje a la Rusia soviética que tanto favorece a España en los momentos actuales”. Y decía que en teoría, porque en la práctica los anarquistas no quedaron satisfechos con el cambio e inundaron de pintadas el pueblo con su propuesta.
El rápido avance de las tropas franquistas hacia el pueblo de Castaño de Robledo (Huelva), obligó a retirarse a los republicanos, pero los mineros de la zona todavía tuvieron tiempo para quemar el retablo de la iglesia. Una vez tomado el pueblo, el obispo de Pamplona, originario de Castaño del Robledo, encargó una talla para sustituir al retablo destruido.
La talla en cuestión debía representar a Santiago Matamoros (Santiago el Apóstol blandiendo una espada, sobre un caballo blanco y arrollando a un moro) en la que se sustituiría al moro por Vladímir Ilich Uliánov (Lenin) como represen- tación del “enemigo rojo”. Lenin, con uniforme militar y la hoz y el martillo en el pecho, aparecía a los pies del caballo con la mano izquierda protegiéndose de la patas y la derecha con una tea ardiendo (símbolo de la quema de templos).
Esta talla permaneció en la iglesia hasta que, cuarenta años más tarde, con la llegada de la Transición Española se volvió a poner al moro para no ofender a los comunistas... con el permiso del cura del pueblo.
La brigada Abraham Lincoln agrupó a los voluntarios de los Estados Unidos que lucharon junto a los republicanos durante la Guerra Civil. De los cerca de 2.800 voluntarios estadounidenses que participaron en la contienda –soldados, técnicos o personal médico–, 800 de ellos nunca regresaron. El que sí lo hizo fue Canute Frankson, el protagonista de esta historia.
Canute era un mecánico de Detroit que en abril de 1937 viajó a España para luchar contra Franco. Tres meses después de llegar, le escribió una carta a un amigo de Detroit explicándole “por qué él, un negro, había optado por participar en una guerra entre los blancos que durante siglos nos han sometido a esclavitud”...
Decía Albert Einstein que “en momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento”, y eso mismo se debió pensar durante la Guerra Civil para hacer frente a la escasez de medios y recursos para combatir. Esta es una muestra de los vehículos blindados customizados (llamados popularmente Tiznaos por su color negruzco), que no eran más que vehículos civiles (autobuses, camiones o furgonetas) cubiertos con planchas metálicas. Además del blindaje artesano, muchos de ellos llevan pintadas para indicar el bando en el que combaten, mensajes de ánimo o contra el enemigo... Del tema de la fiabilidad de blindaje, poco que decir.
Harold ''Whitey'' Dahl, un ex aviador del Ejército de los Estados Unidos expulsado por problemillas con el juego, fue uno de los integrantes del Squadron Yankee, un pequeño grupo de aviadores estadounidenses que se presentaron como voluntarios para volar con la República. Se encontraba en México con su esposa Edith Rogers, una corista venida a menos, cuando se enteró de que la República necesitaba pilotos.
Viajaron hasta Francia y desde allí, con documentación y nombre falso, llegó a España en diciembre de 1936. El 12 de julio de 1937, mientras volaba escoltan- do un escuadrón de bombarderos cerca de Madrid, fue derribado. Aunque pudo salvar la vida, cayó en manos de los fran- quistas. Un Consejo de Guerra celebrado en Salamanca lo sentenció a muerte... su suerte estaba echada, o eso pensó él. En septiembre de 1937, Ida Dahl, madre de Harold, suplicaba desde los medios estadounidenses que el Secretario de Estado intercediese por su hijo condenado a muerte. El Departamento de Estado se interesó por la situación de Harold pero advirtió que “si los estadounidenses se alistan en las fuerzas armadas de gobiernos extranjeros, lo hacen bajo su propio riesgo y, al hacerlo, pierden la protección del gobierno de los EE.UU”.
A finales de 1937, el embajador estadou- nidense comenzó su labor en la sombra. Habrían de pasar dos años, hasta que en EE.UU. se volviese a saber algo de Edith.
Regresó de Europa y comenzó una gira por los EE.UU. pidiendo ayuda al Departamento de Estado en su papel de esposa luchadora y abne- gada. Además, desveló que ella había conseguido que Franco le perdonase la vida a su marido con esta carta: Mi esposo no es comunista, ni siquiera de izquierdas. Estábamos recién casados. No encontraba trabajo con el que mantenerme dignamente y aceptó volar para la República, por el sueldo. Sólo llevamos casados ocho meses.
No tengo otra persona en el mundo. Sé que usted es un hombre valeroso y de gran corazón. Le doy a usted mi palabra de que Harold no luchará de nuevo contra usted si tiene la compasión de liberarlo y enviármelo. Ahora que la victoria está casi a su alcance, la vida de un piloto norteamericano no puede significar mucho para usted. Yo fui actriz
durante años, pero ahora he encontrado la felicidad a su lado. No la destruya. Por favor, responda a mi carta a fin de que sepa qué hacer y si puedo albergar esperanzas.
Junto con la carta, había incluyo una foto suya en traje de baño enseñando cacha –según los medios de la época era “una rubia platino y rolliza”–. Al cabo de una semana, recibió respuesta: le habían conmutado la pena de muerte por prisión.
La misiva se remataba con un castizo y cortés “suyo que besa sus pies”. Aquella carta no llegó a Franco, sino que fue Millán Astray el que contestó rendido ante los encantos de la chica. Después de algunos contratiempos que retrasaron la liberación, y gracias a labor de la diplomacia estadounidense, el 18 de marzo de 1940 Harold Dahl llegaba a New York. A pesar de los problemas de Dahl con la justicia por unos cheques sin fondos (motivo por el que se encontraban en México) y de las nulas muestras de cariño, se convirtieron en la pareja mediática del momento. Aunque aquella farsa apenas duró. Al poco tiempo se separaron. Edith había aprovechado el tirón mediático y ya triunfaba en los escenarios como “la mujer que derritió el corazón de Franco” o “la rubia que encasquilló las armas del pelotón de fusilamiento de Franco“, además de tener poderosos y adinerados admiradores. Dahl se marchó a Canadá, se enroló Real Fuerza Aérea Canadiense y participó en la Segunda Guerra Mundial.