Las batallas del Bruc: así se gestó la primera derrota de Napoleón en España
En la población catalana de El Bruc se alza una escultura de piedra que representa al protagonista de una de las más fantásticas leyendas de nuestra historia.
Un tambor usado como única herramienta ese instrumento de percusión, hizo retroceder a las tropas napoleónicas que intentaban entrar en Manresa. La orografía del terreno hizo que el ruido del tambor se multiplicase, haciendo creer a los franceses que una gran fuerza se aproximaba para presentarles combate y propició que, preso del pánico, el invencible ejército de Napoleón iniciase la retirada. Fue su primera derrota en España.
Ese pequeño gesto fue el impulso mental que tuvo el resto de la población española para alzarse en armas contra el invasor. La historia del tambor del Bruc está dotada de un aura de leyenda que sirvió en su día para magnificar la victoria lograda por el pueblo de esta zona de Cataluña ante un invasor mucho mejor preparado militarmente. Sin embargo, como pasa en muchas otras ocasiones, los hechos ocurridos el 6 y el 14 de junio de 1808 representan mucho más que el sonido de un tambor aterrorizando a los franceses.
El día 9 de febrero de 1808, el general francés Guillaume Philibert Duhesme cruzó la frontera en dirección a Barcelona, lugar en el cual habría de instalarse para gobernar toda la región de Cataluña que, por decreto del propio Napoleón, había quedado incorporada al Imperio francés. Esta “anexión” de Cataluña se había realizado como parte de la firma del Tratado de Fontainebleau entre España –a través de la figura de Manuel Godoy– y Francia, mediante el cual se acordaba que tropas francesas entrasen
y se acuartelaran en España para una posterior invasión de Portugal.
El nuevo control francés supuso una fuerte crisis económica en toda la región debida, en gran parte, a la interrupción del comercio con América. Esta situación, unida al resquemor que persistía en muchos catalanes debido a la llamada “Guerra grande”, ocurrida entre 1793 y 1795, contra los franceses y que había sido especialmente dura en Cataluña, hizo que los galos no fueran muy bien vistos. En este clima incómodo que suponía la presencia militar extranjera, comenzaron a llegar las noticias de los hechos ocurridos en Madrid el 2 de mayo, lo cual avivó aún más las llamas del odio de los catalanes hacia los invasores.
Ante esa tesitura, el general francés Duhesme publicó un bando en el que advertía de que cualquier población, por pequeña que fuera, que se atreviese a levantarse contra Francia, sería despojada de sus privilegios y desarmada. Llegaba hasta el punto de señalar que si “se derramara sangre francesa, será quemado”.
Al tiempo que se lanzaba esta advertencia, se ordenaba que todos los municipios entregasen todo el papel sellado, es decir, todo papel oficial utilizado para la redacción de documentos públicos. Este detalle iba a provocar un verdadero motín en el municipio de Manresa, que acabaría en la confrontación armada en los terrenos del Bruc y haría ver a los franceses que lo que les esperaba en España no iba a ser, ni mucho menos, un paseo militar.
El 2 de junio comenzaron a llegar a Manresa los fardos que contenían el nuevo papel oficial y se procedió a su reparto por las diferentes oficinas públicas. Sin embargo, las gentes del municipio no permitieron que se llevase a cabo la operación y, una vez requisado todo este nuevo papel sellado, se formó con ellos una gran hoguera en la plaza del mercado. Ese acto espontáneo alcanzó su cénit cuando se abrió el balcón del ayuntamiento y una comitiva encabezada por el alcalde y el obispo de la Seo –todos portando una cinta en el sombrero con los colores de España–, gritaron a favor tanto de Fernando VII como de la religión y la patria.
En vista de ese ardor patriótico que demostraron los habitantes de Manresa, y espoleado por los aún recientes hechos de 2 de mayo, el gobernador dictó un bando que sentaba las bases para un alzamiento contra las tropas de Napoleón. En esta declaración se recogía: “Deseoso de que las ideas manifestadas por el pueblo en el día de hoy, que son las de sostener sus derechos fundados en las leyes con que felizmente ha vivido bajo la dominación de sus legítimos soberanos, he proveído: que retirándose todos los vecinos que con este motivo han manifestado tan dignos sentimientos, se tranquilicen y esperen, que ya se irán dictando cuantas providencias sean necesarias”.
Con dichas palabras, el gobernador dejaba bien a las claras su apoyo a sus paisanos y, en el mismo bando, declaraba su visto bueno a la formación de milicias para combatir a los franceses. Después de esta declaración, se acordó la creación de la Junta Provisional de Gobierno, que quedó constituida en la noche del 2 de junio de 1808. La Junta quedó formada por el mismísimo gobernador, miembros del ayuntamiento y representantes de los distintos gremios de la ciudad. Restaba tan solo armar al pueblo y prepararlo para la inminente respuesta que iban a recibir por parte de un ejército francés que no iba a tolerar el acto del papel sellado.
El episodio de la quema del papel sellado en Manresa constituía una afrenta imposible de pasar por alto para los franceses. Además, había mucho más en juego en esta localidad catalana que el mero hecho de haber sido mancillado el orgullo galo. Y es que Manresa, en aquella época, poseía una reserva importante de pólvora ubicada en diferentes molinos que podían constituir un peligro para las tropas napoleónicas en caso de caer en manos de sus enemigos, o convertirse en un importante armamento en el caso de hacerse ellos con la pólvora.
Por ese motivo, y mientras Barcelona quedaba en manos del general Duhesme, desde el 4 de junio se enviaron dos columnas de tropas francesas. La primera, al mando del general Chabrán, partió hacia Tarragona y Valencia para intentar controlar esta zona, mientras que la segunda columna, comandada por el general Schwartz, lo hizo en dirección a Lérida y Zaragoza. La columna de Schwartz, con 3.800 hombres, en su mayoría italianos y suizos, recibió órdenes de desviarse hacia Manresa con la intención de cobrar una indemnización de 750.000 marcos exigibles en 48 horas y de requisar la pólvora almacenada en los molinos.
La superioridad militar francesa hacía temer que Manresa pudiese ser presa fácil, pero la providencia iba a jugar a favor de los catalanes, mucho peor preparados y armados.
El día 5, las avanzadas procedentes de Manresa e Igualada llegaron a la zona del Bruc y comenzaron a coordinarse para preparar la defensa ante los invasores. Para ello, los somatenes provenientes de Manresa abrieron un foso en el desvío de la carretera por la zona de Can Massana, mientras que los que llegaron de Igualada se afanaron en cortar el camino mediante el empleo de troncos. El objetivo era llevar a los franceses hasta un punto en el que su superioridad quedase anulada.
Cuando el día 6 las tropas de Schwartz llegaron a la zona del Bruc, la trampa que habían preparado los somatenes estaba lista. Mientras los franceses se encontraban detenidos y disfrutando del rancho, el general galo mandó una patrulla de coraceros para que hiciesen un reconocimiento como precaución. De repente, unos disparos provenientes de lugares indeterminados pusieron sobre aviso a la patrulla y, acto seguido, al resto de la columna, que se dispuso a entrar en acción haciendo retroceder a los catalanes.
Pero, a pesar de llevar la ventaja inicial de los franceses, la huida de los soldados españoles obedecía a un plan perfectamente orquestado, ya que al llegar a un punto concreto de la zona, nuevos grupos de somatenes se unieron a los que se batían en retirada y, con efectivos y fuerzas renovadas, hicieron frente a los franceses en el mismo terreno que horas antes habían preparado, causando más de 100 bajas entre los invasores franceses e incautándose de un gran número de armas.
El general Schwartz, militar de caballería acostumbrado a combates en campo abierto, no supo cómo salir de aquel atolladero, por lo que, temiendo ver cortada su retirada, ordenó a sus tropas que se replegasen. En aquella huida, las fuerzas de los somatenes continuaron hostigando a las tropas francesas hasta que, con más de 400 bajas y la pérdida de uno de los dos cañones que portaban, se retiraron hasta Martorell y desde allí hasta Barcelona, sabedores que habían recibido la primera derrota en tierra española.