Emilie Kempin-Spyri, la primera abogada suiza sin derecho (a ejercer)
En 1891 recibió la «venia legendi», es decir, el derecho a dar clases, pero no en la prestigiosa Universidad de Zúrich, sino en la facultad de educación
Creada:
Última actualización:
Emilie Kempin-Spyri tuvo un apellido bastante conocido, al ser sobrina de la célebre autora del cuento infantil «Heidi», Johanna Spyri. Sin embargo, es recordada no por la literatura, sino por ser una pionera de los derechos de la mujer y la primera mujer en Suiza en graduarse en derecho, aunque se le negó su «derecho» a ejercer profesionalmente por ser mujer. Esta es su historia.
Nació el 18 de marzo de 1853 en el barrio de Altstetten, en la ciudad de Zúrich (Suiza). De joven, se trasladó a Neuchâtel como «au pair», cuidando niños, y más tarde se casó y adoptó el apellido Kempin-Spyri. En 1883, con 30 años y tras haber tenido tres hijos entre 1876 y 1879, decidió retomar sus estudios a pesar de la fuerte oposición familiar. Después del examen de acceso a la universidad, ingresó en la Universidad de Zúrich. Tuvo que ser extraño asistir a las clases donde se la acosaba, pero persistente en sus estudios se convirtió en la primera mujer de Europa en obtener un doctorado en derecho en el año 1887.
Ese mismo año Meta de Salis consiguió el primer doctorado en la Facultad de Filosofía, convirtiéndose en la primera historiadora de Suiza. Sin embargo, debido a su sexo, no tenía plenos derechos civiles, lo que incluía el certificado para ejercer la abogacía. La cuestión radicaba en que según el Código Civil el principio de igualdad de trato no implicaba que las mujeres pudieran acceder a los mismos trabajos que los hombres.
Emilie apeló al Tribunal Supremo Federal de Suiza («Bundesgericht») argumentando que la palabra «ciudadano suizo» en el artículo 4 de la Constitución Federal podía aplicarse también a las mujeres. Su apelación fue rechazada, y la igualdad de derechos fue vista como una idea novedosa y osada, contraria «a todos los análisis históricos» hasta la fecha.
Intentó sin éxito obtener un puesto de profesora («Privatdozent») en la Universidad de Zúrich, que rechazó su solicitud por el simple hecho de ser mujer. Emigró cansada de tanta traba en el año 1888, trasladándose con su familia a la ciudad de Nueva York, donde fundó la primera escuela de derecho para mujeres en la Universidad de Nueva York. No obstante, la nostalgia de su marido Walter Kempin, quien cayó en depresión, motivó el regreso de la familia a su país de origen, Suiza.
Una vez más, en 1891 solicitó de nuevo enseñar en la Universidad Zúrich y recibió la «venia legendi», es decir, el derecho a dar clases, pero no en la prestigiosa facultad de derecho, sino en la facultad de educación. Esto se debe a que normalmente se solía ver a la mujer como maestra de infantil y secundaria, en su rol de cuidadora, pero jamás en un puesto universitario enseñando a adultos.
Su salario era mínimo, y sus dificultades económicas crecieron bastante hasta que tuvo de nuevo que trasladarse en Berlín en 1895, seguramente promovido por el divorcio con su marido y la lucha abierta en 1894 con Eugen Huber, el jurista redactor del Código Civil suizo que defendía un régimen matrimonial donde la mujer no tenía ningún derecho.
En la capital de Alemania Emilie tuvo mucha más libertad y comenzó a impartir clases. También abrió un estudio de asesoramiento jurídico, publicó con éxito literatura legal y fue traductora oficial (alemán-inglés) en los tribunales del Margraviato de Brandeburgo. Colaboró en la preparación del Código Civil alemán, pero sus ideas encontraron oposición incluso dentro del movimiento feminista. En 1897, el desacuerdo y cuestionamiento constante acabó con la ruptura con buena parte del movimiento alemán por los derechos de las mujeres.
Finalmente, en 1898, el cantón de Zúrich permitió a las mujeres ejercer la abogacía con un nuevo estatuto, a pesar de carecer de ciudadanía activa. Trágicamente, Émilie nunca llegó a beneficiarse de este logro. Fue declarada esquizofrénica, hecho que se queda en tela de juicio entre los investigadores. De Berlín es trasladada a la clínica psiquiátrica Friedmatt en Basilea, en la que falleció sola y en la pobreza el 12 de abril de 1901, de cáncer de útero. Jamás vio las consecuencias de su lucha ya que murió con 48 años. Y aunque se introdujo en 1989 este mandato en Zúrich, en realidad esta decisión se adoptó por primera vez en todo el país en 1923.
Anna Mackenroth, la primera abogada suiza, fue una de sus alumnas y heredó su legado de lucha, abogando por los derechos de las madres solteras y haciendo campaña a favor del ingreso mínimo garantizado universal para cada ciudadano, un concepto innovador en su época y en la nuestra. Paradójicamente, como su mentora, terminó sus días en la pobreza, internada en un hospital psiquiátrico.
En España la primera mujer abogada fue María de la Ascensión Chirivella Marín en 1922 y tampoco ejerció jamás su profesión debido a los impedimentos de la época. Esta coincidencia trágica subraya el alto costo que las mujeres han enfrentado simplemente por querer ejercer su profesión y reclamar su lugar en una sociedad.